Agotado el Mundial con la merecida conquista de Francia en la final ante Croacia y después del rotundo colapso de la Selección argentina experimentado en Rusia 2018, se precipita entre otros interrogantes, una pregunta inevitable: ¿La nueva Selección que tendrá que ponerse en marcha (ya sin Jorge Sampaoli como entrenador), debería continuar girando alrededor de la figura omnipresente de Messi?
La respuesta tendría que ser contundente: no, de ninguna manera. Más allá de que el silencio autoimpuesto por Messi se quiebre y quizás decida en el día de mañana, la próxima semana o en un par de meses largos seguir vinculado a la Selección, se torna imprescindible avalar una idea de fútbol, un proyecto (Daniel Angelici afirmó que esto es lo más difícil de encontrar), una estructura, una organización y una logística que logre trascender y superar los relieves individuales, aunque esos relieves sean interpretados como potencialmente extraordinarios y luego en la cancha no se manifiesten en esa dimensión.
Si consideramos que en los últimos años la naturaleza existencial del fútbol argentino parece ser la improvisación andando, esos rumbos improvisados y ausentes fueron los que llevaron a la Selección desde septiembre de 2004 en adelante (por esos días se desvinculó Marcelo Bielsa apelando a su “falta de energía”) a un vacío que la empujó hacia un nivel de desorganización total, que es probable que haya tocado fondo en Rusia 2018. O que aún exista algo más oscuro por descubrirse.
Por eso es que después de la renuncia sorpresiva de Bielsa a los pocos días de ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas, fueron desfilando en el inestable y errático escenario de la Selección sus sucesores: José Pekerman, Alfio Basile, Diego Maradona, Sergio Batista, Alejandro Sabella, Gerardo Martino, Edgardo Bauza y Jorge Sampaoli. Ninguno de ellos terminó resistiendo el peso de las circunstancias.
Quedó entonces registrado que en 14 años (desde septiembre de 2004 hasta estos días) pasaron por la Selección ocho técnicos de distintas líneas y estilos. Un despropósito realmente absoluto, revelador de una crisis fenomenal que nadie logró detener. Ni antes con Julio Grondona al frente de AFA ni después de su fallecimiento con otros paracaidistas que solo ejecutan medidas espasmódicas.
Las folklóricas decepciones de la Selección, capturada por vulgares operaciones de prensa armadas para castigar a unos y rescatar a otros, acusaciones nunca confirmadas y propias del clima de época y hasta humillaciones públicas que forman parte del lamentable show del fútbol, no son solo relatos angustiados de una ficción berreta mal editada.
Esos relatos suelen expresar el perfil en que se fue desarrollando la Selección, de mínima en la última década y media. Es verdad; ocurre que a veces los muy buenos rendimientos de los jugadores pueden esconder de manera parcial las debilidades o claudicaciones acumuladas, como se reveló con el subcampeonato en Brasil 2014. Pero nadie desconoce que los fuegos artificiales iluminan el paisaje por algunos minutos hasta que reaparece la realidad. Porque, en definitiva, nadie ignora que tapando agujeros con las manos no se para ningún diluvio.
El domingo 12 de octubre de 1974, la Selección dirigida por el Flaco Menotti comenzó a armar en aquel 1-1 frente a España en el estadio de River, lo que nunca antes nadie había armado: un programa completo de selecciones nacionales, con un fuerte componente de federalismo.
Se había consagrado una auténtica refundación de la Selección, más allá de la lógica criminal de la dictadura cívico-militar-eclesiástica que se institucionalizó el 24 de marzo de 1976. El viento a favor que acompañó a la Selección se extendió hasta el abismo de 2004, cuando Bielsa se despidió del fútbol argentino para nunca más volver.
Recrear aquella convicción, compromiso, organización y espíritu de aquel octubre de 1974, hoy aparece como una necesidad impostergable. No puede continuar siendo manipulada la Selección como un botín de guerra apropiado por los dirigentes.
El tránsito desangelado producido en Rusia debería ser la capitulación indeclinable de la mediocridad. Y el anuncio, no voluntarista ni demagogo, de una Selección nacional que integre a todas las provincias. Como fue la plataforma que se gestó en el 74.