Son muy repetidos los viajes de Jorge Sampaoli para encontrarse con los jugadores de la Selección en la inminencia de Rusia 2018. ¿Cuáles son los réditos de esas charlas privadas? Se desconocen. Lo que no está oculto es la necesidad explicita del entrenador de sensibilizar y conmover a sus interlocutores para lograr una adhesión que trascienda rasgos tácticos y estratégicos. La palabra como un agente de comunicación que supera al fútbol.

Es sugestivo: el entrenador de la Selección, Jorge Sampaoli, cree en la potencia expresiva y simbólica de su palabra aunque se advierta sin ningún esfuerzo que no es un estupendo orador. Pero el cree que su palabra puede conmover, sensibilizar, despertar adhesiones, provocar empatías, generar lazos afectivos que comprometan al interlocutor. Por eso desde que asumió como técnico de Argentina viajó en varias oportunidades a Europa para encontrarse con los jugadores convocados o con los que tenía pensado convocar para arribar a Rusia 2018.

Sampaoli apuesta a su palabra más que a revelar su pensamiento estrictamente futbolístico. Y claro que es sugestivo, considerando que no es propietario de una verba generosa y cautivante que atraviese las paredes. Desde afuera, por otra parte, no son pocos los que lo ven como un hombre muy preocupado por los aspectos más formales del juego. Por los dibujos tácticos del juego. Por el laboratorio del juego.

El, sin embargo, quiere salir de ese foco. De esa mirada tecnocrática y aséptica que le endilgan. De ese perfil de tipo que vive encerrado día y noche como un nerds mirando partidos y más partidos para descubrir algún misterio solo reservado para aquellos que cultivan ciertas obsesiones que el ambiente del fútbol argentino reivindica como postulados de superación. En realidad, una obsesión es una patología y nunca una virtud consagrada que merece festejarse. Las obsesiones no hacen crecer a las personas. Por el contrario; las debilitan, las vulneran, las asfixian y hasta las terminan sometiendo.

Esa necesidad profesional y existencial de Sampaoli de tener largas charlas con los jugadores manifiesta su método, su idea, su estrategia. Que incluso trasciende el fenómeno específico del fútbol, aunque por supuesto en esos encuentros el mayor combustible sea el fútbol. Pero seguramente busca otro nivel de sintonía, Sampaoli. Otra conexión. Otra llegada. Otra comunicación.

Los tiempos urgentes de la competencia inminente le juegan en contra, como ya le ocurrió durante la última recta de las Eliminatorias, cuando la Selección estuvo demasiado cerca del abismo. Esos tiempos para compartir que no tiene, los busca reemplazar con el sonido de las palabras. En ese escenario privado del mano a mano, Sampaoli parece estar convencido que puede hacer la diferencia. Que puede persuadir, convencer. No desde el chamuyo franelero. No desde la frase prefabricada. Y no desde el exclusivo rol del entrenador clásico.

¿De dónde surge esa vocación de Sampaoli de celebrar el protagonismo de la palabra como un agente transformador también instalado en el fútbol? Solo él lo sabe. O solo él lo desconoce por completo. Lo cierto es que Sampaoli no es un técnico convencional. Porque su formación y construcción como técnico no fue convencional. No porque haya jugado poco y nada al fútbol. No porque lo haya guiado un espíritu con cierto registro aventurero. O con cierto aire de outsider hasta encontrar un tiempo y un lugar para trascender como lo hizo en Chile.

No es que Sampaoli sea un representante de alguna vanguardia. No representa a ninguna vanguardia, aunque más bien que le gustaría expresarla. Como aquella vieja, premiada y sublimada película de finales de los 60 (con Peter Fonda, Dennis Hopper, Jack Nicholson y Karen Black) que aquí se tradujo como “Busco mi destino”, Sampaoli sigue buscando el suyo. Su destino futbolístico. Su norte futbolístico. Su realización por afuera del reconocimiento que atrapó en Chile, primero dirigiendo a la Universidad de Chile y después a la selección en Brasil 2014, hasta ganar la Copa América al año siguiente.

Acá, en la Argentina, igual continúa siendo un perfecto desconocido. Y para los que no se lo bancan, un improvisado con suerte o un paracaidista inventado por los medios. Ese desprecio y subestimación no disimulada es un enemigo que también tiene sus influencias en la aldea de los jugadores, examinadores más o menos crueles y en algunos casos certeros de los técnicos que se les paran enfrente.

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“A lo único que se rinden los jugadores es al conocimiento”, suele afirmar el Flaco Menotti con la autoridad y la experiencia mundana que se le reconoce. Sampaoli también promueve esas charlas individuales para ser valorado por un conocimiento que no está editado en ningún libro. ¿Lo tiene ese conocimiento? ¿No lo tiene? El interrogante, por ahora, no encuentra una respuesta que sea convincente.

Continúa siendo una incógnita, Sampaoli. Frente a la prensa, lo afecta un perfil sobreactuado en el que denuncia incomodidades. En privado, cara a cara con Messi o con cualquier otro jugador, uno imagina que irrumpe el auténtico Sampaoli. El que pretende conquistar la subjetividad del otro despojándose de cualquier maquillaje que lo muestre armado para la ocasión.

Ese Sampaoli a domicilio que cree sobre todo en la fuerza de su palabra es un valor que se pondrá a prueba en el Mundial. Y que develará la dimensión de una obra que hoy es un papel en blanco.

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