Javier Horacio Otero tenía 33 años. Fue un asesino despiadado. La última víctima fue María Soledad Carlino, a quien engañó ofreciéndole trabajo, violó y asfixió. Nunca declaró y antes del veredicto lo hallaron ahorcado en su calabozo

María Soledad Carlino tenía 23 años y un puñado de sueños. Había estudiado idiomas y había terminado la tecnicatura universitaria en Recursos Humanos. Trabajaba y estudiaba, como tantos jóvenes que se esfuerzan porque saben que es la mejor forma de triunfar. Soledad no sabía que para entonces la estaba acechando uno de los más despiadados homicidas de los últimos años.

Soledad tenía padres, hermano, novio, amigos. Una vida como tantas otras, llena de proyectos. Javier Horacio Otero, por entonces de 33 años, era un joven que se mostraba como un empleado aplicado, serio y de correctos modales. Pero ocultaba detrás de ese traje a un salvaje asesino. Ya había matado y violado. Otero era empleado de una empresa de televisión satelital, en las oficinas de Munro. Soledad era recepcionista del shopping Norcerter de Vicente López. Otero, al mediodía, iba a almorzar al predio comercial. Pero también acechaba, estudiaba a posibles víctimas. Después se sabría, era un psicópata perverso. Un asesino en serie.

Trampa fatal

Javier Otero, quizás en alguno de esos mediodías, se le acercó a María Soledad. Le contó que tenía un cargo ejecutivo. La joven, posiblemente, le confesó que ya había terminado de estudiar Recursos Humanos, que era tiempo de trabajar en su profesión, quería seguir creciendo. El serial, probablemente, encontró en ese detalle la trampa que necesitaba. Le dijo que en la firma estaban tomando gente en esa área, que elegían personal capacitado y que, preferentemente, tenían familiares dentro de la empresa. "Si querés, me enviás el currículum y yo lo presento diciendo que sos mi prima", le dijo. Soledad estaba feliz, se lo contó a sus padres, Daniel y Estela, y a su novio. Era una buena chance.

El 23 de febrero de 2011, Otero le dijo que cuando ella terminara su horario de trabajo, iban a ir a Unicenter a tomar un café y organizar su presentación en la empresa. Ella aceptó. Después de las cuatro de la tarde, los vieron juntos bajar al estacionamiento de Norcenter. Se fueron en auto. La familia de Soledad estaba al tanto de esa entrevista. Poco después, el padre y el novio la llamaron, le enviaron mensajes, pero ella no los atendió. Se asustaron. El celular de la joven dejó de funcionar.

Al atardecer, los familiares de Soledad ya estaban en una comisaría haciendo la denuncia. La fiscal de Vicente López, Beatriz Molinelli, tomó el caso de inmediato. Y comenzó la búsqueda. Fueron horas de angustia y desesperación. El nombre del empleado de la empresa de televisión satelital lo consiguieron los familiares ingresando al correo de la joven. Ellos encontraron el mail con el "currículum vitae" que ella le había enviado.

A la mañana siguiente, ya estaban en las oficinas de la empresa de televisión satelital. Ahí les contaron que no estaban tomando empleados, menos en Recursos Humanos. A las 9 de la mañana, ya tenían una información escalofriante: Otero no había ido a trabajar y, por los datos que tenían de él, sabían que tenía una causa abierta por una brutal violación ocurrida un año antes que tuvo como víctima a una ex novia del sospechoso. Y aún peor: la había intentado matar asfixiándola, aunque esa joven había podido escapar. Pese a la gravedad del hecho, no había sido detenido. Cerca del mediodía, ya tenían el domicilio de Otero: Pastorino 674, en la localidad de Sáenz Peña, en el partido de Tres de Febrero.

Los policías fueron a la casa, pero no había nadie. Hasta que llegó Otero en un VW Gol. Estacionó en la cochera abierta de la vivienda y bajó unos bidones. Los agentes de la DDI se acercaron y le preguntaron por Soledad. Dijo no conocerla. Pero uno de los sabuesos se dio cuenta de que el sospechoso tenía unas marcas de arañazos en los brazos y lo que parecía la huella de una mordida. Llamó a la fiscal. "En diez minutos estoy ahí", respondió la funcionaria.

Cuando entraron a la vivienda, encontraron con el horror: el cadáver de Soledad, desnudo, estaba debajo de la cama. Había sido violada y asesinada con un triple mecanismo asfíctico, según determinaron los forenses. El bidón que había bajado Otero del auto contenía nafta, lo que evidenció que planeaba borrar todas las huellas quemando el cuerpo.

Seis meses después, una comisión de Homicidios de la Policía Federal llegó también al despacho de la fiscal Molinelli. Siguiendo la pista de unos mails, habían dado con el sospechoso de otra causa. También era Otero. Probaron que el 11 de febrero de ese año, doce días antes del crimen de Soledad, habían asesinado de la misma manera a una abogada de 38 años que se llamaba Stella Maris Contreras, en un departamento de la calle Pasco al 408, en la Capital Federal. En ese caso la habían violado, la habían degollado y, ya muerta, le habían aplicado más de 30 puñaladas. Los intercambios de correos electrónicos determinaban que el responsable sería Otero.

Jamás declaró

¿Esas fueron las únicas víctimas? ¿Mató a otras mujeres? Nunca se sabrá. Javier Otero jamás abrió la boca para declarar. Además, cuando estaba siendo juzgado por el crimen de Soledad en junio de 2012, escuchó a la fiscal Molinelli que le pedía prisión perpetua en el alegato. Lo llevaron de regreso a la Unidad Penal 34 de Melchor Romero, en las afueras de La Plata, a la espera del veredicto. El domingo 18 de junio, tres días antes de la sentencia, lo encontraron ahorcado con una sábana en su calabozo.

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