Ese viernes, Fendrich le contó a su esposa que después de trabajar se iba a ir a pescar con unos amigos, algo que hacía habitualmente. Esperó que llegara el camión de caudales, fue al tesoro y guardó en un cajón de madera el millonario botín que lo cargó en su Fiat Regatta . Después, escribió una prolija nota: "Gallego, me llevé tres millones de pesos del tesoro y 187 mil dólares de la caja". El gallego era su jefe directo, Juan José Segardía.
El plan, que evidentemente había sido pensado hasta el más mínimo detalle, incluyó algunos tramos que fueron considerados audaces e inteligentes. Así lo dijeron los investigadores del caso. Tenía una copia de la llave del gerente (para abrir el tesoro se necesitan dos llaves, la del gerente y la del tesorero), desconectó las alarmas y, antes de irse, cambió la programación del reloj trigonométrico de la bóveda. La puerta recién se iba a abrir el martes, o sea cuatro días después del robo. Tiempo más que suficiente para huir y esconder la plata.
El lunes siguiente, Segardía regresó de las vacaciones y fue a abrir el tesoro, pero no lo pudo hacer. Pensó que Fendrich pudo haber cometido un error, una equivocación con el reloj. Pero comenzó a preocuparse cuando, por primera vez en muchos años, el subtesorero no llegaba a trabajar. Cuando se comunicaron con su casa, la mujer estaba desesperada: les contó que se había ido a pescar pero no había regresado, que planeaba hacer una denuncia, porque temía que le hubiese ocurrido algo.
La Policía y directivos del Banco intentaron abrir el tesoro pero no pudieron. El misterio se extendió hasta el martes cuando, tal como había sido programado por Fendrich, la bóveda se abrió y se descubrió el robo. Con un detalle que hasta hoy no ha sido develado: nadie se explicaba por qué el ladrón dejó dos sacas que contenían dos millones de pesos. Ese mismo día estalló el escándalo.
La historia del millonario robo saltó a las tapas de todos los diarios. El país entero se preguntaba dónde estaba el subtesorero. Por qué se había ido con semejante suma de dinero, incluso abandonando a su esposa y dos hijos. El interrogante no pudo ser aclarado durante 109 días. Todo ese tiempo nadie supo dónde estuvo Fendrich.
El 9 de enero de 1995, mientras los medios transmitían en vivo la inhumación de los restos del múltiple campeón Carlos Monzón, también en Santa Fe, un más gordo Fendrich se presentó espontáneamente en los tribunales locales. De inmediato, con la detención, comenzaron las preguntas. Pero la más importante, hasta el día de hoy, no tiene respuesta: ¿dónde está la plata? Él optó por relatar una historia que nadie le creyó: que había sido secuestrado por una banda de delincuentes, que lo habían mantenido cautivo y que se habían llevado todo el dinero.
Lo más llamativo fue que Fendrich había cambiado su aspecto: se había teñido el cabello y usaba una camisa sport, además de lucir un bronceado veraniego. Hubo varias versiones, aunque la más difundida fue que habría viajado a Paraguay y Brasil.
La Policía realizó decenas de allanamientos en búsqueda del dinero, pero nunca pudieron hallar un peso del millonario botín. Eso motivó comentarios, interpretaciones y hasta bromas que perduraron en el imaginario popular.
Subtesorero detenidoEl subtesorero del Nación quedó detenido. El 12 de noviembre de 1996, la justicia federal de Santa Fe lo condenó a ocho años de prisión por el delito de peculado. La pena la cumplió en la cárcel de Las Flores, la misma en la que Carlos Monzón estuvo hasta el día de su muerte, ocurrida en un accidente automovilístico en una salida transitoria, en el último tramo de su condena. En prisión, Fendrich realizó tareas administrativas y mantuvo una conducta ejemplar. Casi cinco años después, fue beneficiado con la libertad condicional, y nunca más volvió.