Aquel 4-0 no expresó el verdadero potencial de San Lorenzo. Delató las grandes fragilidades de Boca que después se terminaron llevando puesto al Vasco Arruabarrena. Que Guede parece ser un entrenador convencido de un proyecto futbolístico ambicioso, está claro. Pero un problema que persigue a los técnicos full time (todo el tiempo pensando únicamente en el fútbol) es que suelen interpretar que están por encima de los jugadores. Que son más importantes y valiosos que los jugadores. Que su influencia es más determinante que la que pueden imponer los jugadores. Claro que este pensamiento absoluto no lo van a manifestar públicamente para no exponerse. Pero los representa.
Guede, a sus 41 años, entra en esa categoría de profesionales full time. Vive por y para el fútbol. El mismo lo confesó apenas arribó a San Lorenzo: "No me interesa otra cosa. Ni la política, ni la economía, nada. Lo mío solo pasa por el fútbol". En ese escenario excluyente se siente pleno y vital. Como el Cholo Simeone. O como su admirado Marcelo Bielsa, al que le recicló hasta su manera de ver los partidos en cuclillas durante varios minutos.
El tacticismo aplicado y riguroso de Guede no puede ser un motivo de orgullo ni de descalificación. Es una forma particular de observar el fútbol. Por eso para Guede son más importantes las funciones y las posiciones que las características de las individualidades. Según su lectura, los jugadores tienen que adaptarse a las posiciones. Y no al revés. Esto es tacticismo en estado puro. Igual que su colega Mauricio Pellegrino, por citar un caso.
¿Cómo la va llevando San Lorenzo más allá de los resultados que conquistó en el campeonato y en la Copa Libertadores? El equipo está haciendo los deberes formales que le pide el técnico. Pero está empujando más que jugando. Atropellando más que haciendo circular la pelota. Que va al frente no cabe duda. Y es válido reconocerlo. Pero por encima de la goleada infrecuente que le regaló a Boca hace casi un mes, juega demasiado estirado en la cancha. Regala espacios, en definitiva. Y para ser un equipo de ataque es imprescindible achicar, aunque el achique se haya constituido en la palabra maldita del fútbol argentino desde que el Flaco Menotti la institucionalizó hace más de tres décadas.
San Lorenzo por momentos quiere achicar. Y se parte. Por momentos no achica Y se parte también. Lo que salta a la vista es que no hay funcionamiento. Y se convierte en un equipo muy vulnerable. Que ataca decididamente a los ponchazos y que defiende mal los espacios para proteger a ese muy buen arquero que es Sebastián Torrico. Que amontona gente arriba en funciones incómodas para los jugadores y que le queda la cancha muy grande desde la mitad de campo hacia atrás.
Esa confusión que no es menor es la que viene perturbando al Ciclón. La que lo desestabiliza. No por atacar. No por querer ganar desde el arranque. Sí por la ausencia de una estructura colectiva que banque la fragilidad que revela el equipo cuando no tiene la pelota y los adversarios encaran para agredirlo. Ahí queda al desnudo la permeabilidad de San Lorenzo.
"Guede es un enfermo del laburo", declaró antes y después del 4-0 a Boca, el presidente del Ciclón,
Matías Lammens. Las palabras de Lammens escondían un elogio a la gran capacidad de trabajo del entrenador. Pero el conocimiento en el fútbol, como en cualquier otra actividad, no se captura solo trabajando muchas horas. Es una cuestión de mirada y sensibilidad para atender y analizar las circunstancias. De esto también se trata el fútbol. Más allá de los videos, de la táctica y de la intención de controlar todo. Hasta lo que nunca se podrá controlar.