En la previa, el peronismo dio la razón a los que desalientan las internas en el partido gobernante. Botón de muestra fue la virulencia de la contienda bonaerense, tal vez la que despierta más interés para este domingo.
Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias fueron la respuesta del kirchnerismo a la derrota legislativa de 2009, aquella que se caracterizó por el uso y abuso de las candidaturas testimoniales. Atento a la necesidad de dar señales tras el resultado adverso, el kirchnerismo mandó a su ministro del Interior, Florencio Randazzo, a entablar una suerte de diálogo político con la oposición del que emergió la denominada 'reforma política', aprobada en un trámite exprés en el Congreso de la Nación dentro del paquete de proyectos que el oficialismo se apuró a convertir en ley antes de perder a fin de ese año la mayoría parlamentaria.

La pomposamente llamada reforma política fue en realidad una reforma electoral, que no planteó cambios como la boleta única o el voto electrónico, ni mucho menos la eliminación de las candidaturas testimoniales; la gran novedad fueron las PASO, que registrarán este domingo su tercera edición. El sistema impone una serie de modificaciones entre las que se destacan limitaciones para la publicidad de los candidatos, un piso electoral para participar de las elecciones generales, y sobre todo un corset que se impone cuatro meses antes de octubre, que evita que los vencidos en las primarias puedan competir luego con sus vencedores o en contra de ellos.

El efecto práctico más contundente de las PASO es recrear en la práctica lo que sugieren las encuestas. Y ni siquiera es definitiva para el futuro.

Curiosamente el oficialismo es hasta ahora el que no ha hecho uso del sistema. Estuvo a punto, con la confrontación prevista entre Daniel Scioli y Florencio Randazzo, que se perfilaba como el principal atractivo para este 9 de agosto, pero la competencia fue desactivada en vísperas del cierre de listas, con lo cual el oficialismo se garantizó que el suyo termine siendo este domingo seguramente el candidato más votado.

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Pero lo que no pudo ser para la presidencia, será para la gobernación del principal distrito del país, donde confrontarán Aníbal Fernández y Julián Domínguez. La virulencia de la previa de ese choque les dio la razón a los que previnieron contra las internas en el seno del peronismo, un partido poco afecto a dirimir en las urnas sus disputas. La pelea adquirió esta última semana ribetes extremos, cuando la denuncia del programa de Jorge Lanata introdujo al tema del narcotráfico en el debate. Acusado mediáticamente, el jefe de Gabinete no fue contra el periodista, sino contra sus rivales, y usó los mismos elementos que apuntaban contra él. Aníbal intuye que la embestida contó con al menos con la anuencia de una parte del propio Frente para la Victoria y lo dijo públicamente. Lo que no hizo fue revelar todo lo que piensa. De lo que suceda este domingo en las urnas dependerá cómo sigue esa trama que comenzó a exhibirse hace una semana, y que despierta gran inquietud en el seno del peronismo.

Por lo pronto, el enfrentamiento dejó grietas ostensibles en el oficialismo, alterando sustancialmente el último tramo de la campaña. Llamó la atención que Julián Domínguez anticipara que esperará los resultados este domingo en Chacabuco. Todo un dato.

Salvo esa elección que despierta singular atención, el resto de las primarias se enmarcan dentro de lo que han sido las anteriores ediciones, siendo el principal motivo de interés saber ya no las ubicaciones de los candidatos -que se dan por descontadas-, sino las distancias entre los principales participantes. En rigor, el eje de la disputa podría resumirse en un rango de 20 puntos. La duda está en qué tan cerca de 40 puede llegar el primero; si el segundo superará con sus aliados los 30, y si el tercero hace lo propio con los 20. De la mayor o menor medida que cada participante alcance esos porcentajes surgirán las perspectivas para octubre.

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Todos parecen haber sacado conclusiones de la experiencia del PRO en la Ciudad de Buenos Aires, donde en la primera y segunda vuelta los ganadores pecaron de suficiencia, anticipando resultados holgados que no terminaron dándose, minimizando en consecuencia sendas e importantes victorias. Por eso sobre el final de la campaña, en el oficialismo aseguraban darse por satisfechos con redondear los 35 puntos, previendo para el segundo un 30%. Se sabe que en realidad esperan superar por no menos de dos o tres puntos lo que dicen esperar, y prevén un nivel inferior para su rival, el cual a su vez ha optado por el perfil bajo para evitar el eventual efecto 'desencanto', y tal vez sorprender si se da la polarización soñada.

Lo lógico sería que esa polarización se reserve para octubre. Aunque no será un dato menor si el tercero en discordia supera los 20 puntos y se pone a tiro del segundo. Un escenario que ilusiona a dos de esos tres sectores, y que podría sumergir en terreno de incertidumbre la suerte de la oposición en octubre, si no surge este domingo un claro contendiente.

Es clave lo que pueda suceder en la provincia de Buenos Aires. Allí el oficialismo necesita hacer la gran diferencia. En 2011 Cristina alcanzó en la provincia de Buenos Aires casi 5 millones de votos, pero fue con un hoy impensado 56%. En las legislativas que perdió en 2013, sacó casi 3 millones de votos, con el 32%. Los cálculos que hoy hacen están más cerca de lo que obtuvo hace dos años el Frente Renovador: 44%, casi 4 millones de votos. Para el macrismo, la clave está en la diferencia que vaya a registrarse en ese distrito, y se daría por satisfecho si la diferencia fuera la de hace dos años entre el FR y el FpV: un millón de votos.

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El piso esperado por el PRO en su reducto, la Ciudad de Buenos Aires, es el 51,64% que obtuvo Rodríguez Larreta en el balotaje de hace tres semanas; esto es, más de 860 mil votos. E imaginan que Macri podría sumarle a esa cifra unos 200 mil votos de los 465 mil que consiguió Martín Lousteau en la primera vuelta porteña. Se descuenta que Daniel Scioli, a su vez, obtendría más del 22% de Mariano Recalde, que tuvo 400 mil votos el 5 de julio. Tal vez cien mil votos más, con lo que en ese caso Macri le habría restado 500 mil a la gran diferencia bonaerense. El resto podría recuperarlo en Córdoba y Mendoza.

Santa Fe es una incógnita, como quedó claro con la inusitada paridad que se vio en la disputa por la gobernación. Allí el socialismo va con boleta corta, apostando a la figura de Hermes Binner, su candidato a senador nacional. Margarita Stolbizer, la candidata presidencial de Progresistas, también va con boleta corta, con la esperanza de ser el complemento elegido por los socialistas santafesinos. Lo mismo pasa con el radical Ernesto Sanz, que lleva boleta corta en función de la alianza que los radicales mantienen con el PS dentro del Frente Progresista. En cambio el PRO y la Coalición Cívica llevan la misma lista completa, que promueve a Carlos Reutemann como precandidato a senador nacional. Precisamente la pelea por la senaduría santafesina será uno de los puntos salientes de este domingo, terciando aquí, como en su momento para la gobernación, el peronista Omar Perotti.

Habrá que prepararse este domingo para una interpretación libre de los resultados, amañada según la conveniencia de unos y otros, que sumarán o no los resultados de los aliados. Habrá quienes salgan fortalecidos y otros que se sumerjan en la incertidumbre, aunque propios y extraños deberán tener en cuenta que nada es definitivo. Está visto. Y para las tal vez definitivas elecciones de octubre todavía faltan dos meses. Una eternidad en términos políticos argentinos
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