Un 4 de enero de 1993, la entonces secretaria de Medio Ambiente menemista, María Julia Alsogaray, anunciaba que el Riachuelo estaría limpio en el plazo de mil días. Ese mismo año, el presidente de la Nación, Carlos Saúl Menem, haría un anuncio aún más ambicioso:
Finalmente el tiempo pasó, y la promesa de los mil días fue desapareciendo como un cohete que sale de la atmósfera y se remonta a la estratósfera.
En 1997 María Julia volvió a la carga. En medio de una crisis de incendios en Córdoba, la secretaria de Medio Ambiente afirmó que el “objetivo es que en el Riachuelo se puedan practicar deportes de contacto directo” y auguró que su meta se cumpliría en “un plazo muy rápido” siempre y cuando se cree una “autoridad de cuenca”. La promesa parecía viable esa vez, el Banco Interamericano de Desarrollo había otorgado un préstamo de 250 millones de dólares para lograr la limpieza definitiva.
Con las elecciones de 1999 no sólo terminaría la era de María Julia, sino también la de las promesas de saneamiento en el Riachuelo. En una Argentina convulsionada por la corrupción asumió Fernando De La Rúa, y la contaminación del Río de la Plata dejó de ser un tema trascendente por varios años.
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