Para muchas generaciones de mujeres, este santo es el intermediario entre la soledad y un
buen marido, aunque la Iglesia diga que “ésa es sólo una superstición”
Padua, o Padova en su idioma de origen, es una ciudad italiana con una historia muy rica, de las más importantes de la región, que se remonta al siglo I antes de Cristo.
En esos años era una de los centros del Imperio romano, pero decayó junto al poder de esa supremacía, que también estaba en franco declive.
Tuvieron que esperar unos once siglos para recuperar cierta relevancia, y ésta se la dio un hombre nacido el 15 de agosto de 1195 en Lisboa, Portugal, y llamado Fernando Martim de Bulhäes e Taveira Azevedo, que tiempo más tarde conoceríamos como San Antonio.
Todavía con el nombre de Fernando, el joven era rebelde ante las imposiciones de la familia, y contrarió sus deseos en varias ocasiones. Una de las grandes disputas que tuvo con su familia se dio cuando, en contra de las imposiciones paternas, estudió en la escuela catedralicia, y en 1210 ingresó en el monasterio de canónigos regulares de San Agustín de San Vicente de Fora, cerca de Lisboa. Su familia y amigos no aceptaron su vocación y trataron de hacerle abandonar.
Sin embargo, ninguna cosa que le dijeran podría hacerlo claudicar, por lo que estudió las Sagradas Escrituras y la teología de algunos doctores de la Iglesia Católica como Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona, Gregorio Magno y Bernardo de Claraval. También estudió los clásicos latinos, como Ovidio y Séneca.
Tras obtener el permiso de sus superiores religiosos, se trasladó en 1212 a la abadía de la Santa Cruz, en Coimbra, Portugal, para continuar sus estudios. Esto supuso también una ruptura con su familia, de la cual se desvinculó tras renunciar a la herencia.
Cambio de hábito
Hacia 1219, fecha en la que ya sacerdote, conoció a la pequeña comunidad franciscana de Coimbra, establecida poco antes en el eremitorio de Olivais, y se sintió atraído por su modo de vida.
Pero esto se potenció cuando llegaron a su monasterio los restos de los primeros mártires franciscanos, muertos en Marruecos, por lo que decidió cambiarse de orden e ingresar a la franciscana, que era nueva, recién fundada, por lo que carecía del prestigio que alcanzó tiempo después.
Fray Juan Parenti, provincial de España, presidió la sencilla ceremonia de toma de hábito franciscano en el verano de 1220, en la que Fernando cambió su nombre por el de Antonio -por San Antonio Abad, a quien estaba dedicada la eremita donde él vivía-, como símbolo de su cambio de vida.
Durante este período comienza su carrera como predicador viajando por todo el Norte de Italia y el Sur de Francia contra las herejías. Su primer campo de acción apostólica fue la Romagna donde le tocó enfrentarse al catarismo.
Antonio, en plena tarea de evangelización, enfermó de hidropesía, pero a pesar de eso siguió trabajando hasta que su dolencia se hizo insostenible y debió ser trasladado a Europa, luego de intentar evangelizar en Marruecos a los moros.
En 1231, fue de retiro al bosque Camposampiero con otros dos frailes para darse un respiro y tomar nuevos aires. Allá Antonio vivió en una celda construida por él mismo bajo la ramas de un nogal. Murió el 13 de junio de 1231 en el convento de las Clarisas Pobres en Arcella en el camino de regreso a Padua a los 36 años.
San Antonio de Padua es la persona más rápidamente canonizada por la Iglesia Católica: 352 días después de su fallecimiento, el 30 de mayo de 1232. Además, fue proclamado Doctor de la Iglesia el 16 de enero de 1946.
Numerosos episodios sobrenaturales le son atribuidos, como la bilocación, ser entendido y comprendido por los peces cuando las personas despreciaron sus predicaciones o de cargar en sus brazos al niño Jesús durante una noche.
En 1263, la ciudad de Padua le dedicó una basílica que conserva sus restos. Treinta años después de su muerte, el sarcófago donde se encontraba su cadáver fue abierto. Se cuenta que aunque todo su cuerpo estaba ya corrupto, la lengua no, lo que provocó una nueva oleada de devoción y la admiración de otros personajes católicos como Buenaventura de Fidanza.