Es, junto con San Francisco de Asís, uno de los símbolos de la orden franciscana y de la vida en oración y humildad material extrema
San Benito de Palermo es uno de los pocos santos negros, entre los que se cuentan también a Santa Efigenia de Etiopía, la primera santa de Africa y a San Martín de Porres, nacido en Lima, que, técnicamente no era negro sino mulato, ya que su padre era un español y blanco. A Benito se le llama generalmente “de Palermo”, por la ciudad italiana, donde murió, aunque también se lo conoce como San Fratello (Hermano, en italiano), el Moro o el Negro. De joven abrazó la vida de ermitaño, pero más tarde pasó a la Orden franciscana. Aunque no tenía estudios, se lo admiró por sus dotes naturales y espirituales de consejo y prudencia que, según cuentan Giuliano Ferrini y José Guillermo Ramírez en su investigación sobre los Santos Franciscanos, “atraían a multitud de gente”. Aseguran que no sólo era cocinero, sino también guardián de su convento y maestro de novicios. Además, se le atribuyen numerosos milagros, los cuales le dieron la posibilidad de ser nombrado Santo. Benito nació en 1526 en San Fratello, antes llamado San Filadelfo, provincia de Mesina (Sicilia), de padres cristianos, Cristóbal Manassari y Diana Larcari, descendientes de esclavos negros.
El ermitaño
A los dieciséis años su padre le dio unos bueyes y un campo que labrar para su propio provecho. Desde ese momento, el futuro Santo se ocupó del pastoreo y labores agrícolas. “Aunque nunca supo leer ni escribir, siempre fue muy dado a las cosas de Dios”, sentencia en su trabajo sobre Benito el Padre Luis María Fernández de Espinosa. Según cuentan los registros, cuando tenía 21 años, un ermitaño lo visitó a su campo, le profetizó su futura santidad y lo persuadió a que le imitara en su vida ascética. Benito vendió cuanto tenía, lo dio a los pobres y se retiró al desierto, llevando allí una vida más angélica que humana. Dormía en el suelo y poco tiempo, se vistió una túnica áspera, y ayunaba. Esta comunidad de ermitaños había sido fundada en su región natal por Jerónimo Lanza, que vivía bajo la Regla de San Francisco. Cuando los eremitas se trasladaron al Monte Pellegrino para vivir en mayor soledad, Benito los siguió, y a la muerte de Lanza, fue elegido superior por sus compañeros. En 1562 Pío IV retiró la aprobación que Julio II había dado a aquel instituto eremítico e “invitó” a los religiosos a entrar en una Orden que ellos mismos escogieran. Benito eligió la Orden de los Hermanos Menores, y entró en el convento de Santa María de Jesús, en Palermo, fundado por el Beato Mateo de Agrigento. Luego fue enviado al convento de Santa Ana Giuliana, donde permaneció sólo tres años. Trasladado nuevamente a Palermo, vivió allí veinticuatro años.

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