Por Marcela Korzeniewski
Por Marcela Korzeniewski

Los tallarines y el almuerzo del domingo están íntimamente relacionados, en especial para las familias con ascendencia italiana. La salsa que empezaba a aromatizar la casa desde temprano y la mesada de la cocina colmada de harina están en el recuerdo de muchos.
Las manos de la “nonna” o de la “mamma” cortando los tallarines y colgándolos en un palo de escoba para que se airearan antes de cocinarlos tenían esa mística imborrable de los mejores momentos en familia.
Hoy, comprar un paquete de pastas en el supermercado y ponerlo a hervir unos minutos resulta una propuesta mucho más rápida y adecuada a los tiempos que corren. Sin embargo, la tendencia de volver a la cocina casera y recuperar su espíritu de antaño, hace que la pasta casera no sea un imposible ni un recuerdo lejano de los viejos tiempos, sino un plan divertido para toda la familia, además de un alimento más nutritivo -aporta más proteínas por la presencia de los huevos frescos- y saludable.
Los tallarines son, además, una de las pastas más fáciles de elaborar, mucho más que los ñoquis (para los cuales hay que tener experiencia y “mano” porque si no se pegan al paladar o caen pesados) y que los ravioles (más complicados porque además de hacer la masa hay que rellenarlos). Tampoco se necesita de una máquina sobadora para hacerlos. Con pocos ingredientes y un palo de amasar alcanza y sobra. Además, son muy rendidores. Con medio kilo de harina y cinco huevos alcanza para cinco o seis porciones, dependiendo del hambre y de la salsa que los acompañe.
En la presente sección ofrecemos una receta muy sencilla y detallada para elaborar tallarines caseros, no sólo los clásicos al huevo, sino también los de colores como los de morrón o espinaca. La denominación de esta pasta deriva de la palabra italiana “tagliare”, que significa cortar o tallar, de allí el nombre original de tagliatelle y su traducción al español por el término “tallarín”.
Muchos los llaman “fideos”, lisa y llanamente, como una palabra que permite englobar a las pastas largas no rellenas. Pero fideos hay muchos. Están los spaguetti, los lingüine, los tagliolini, los fideos japoneses llamados soba -de trigo sarraceno-, los fideos udón, etc. Cada uno con sus particularidades bien definidas. Unos son tubulares, otros planos, otros más gruesos, otros más finitos.
En el caso de los tallarines, su característica principal es que se trata de cintas de unos ocho milímetros de espesor, planas y alargadas. Su origen es italiano, particularmente de las regiones de Bologna y de Emilia-Romagna, donde son famosos los tallarines con ragú de carne.
Sin embargo, y a pesar de que los tallarines tal como los conocemos tienen un origen italiano, la versión más difundida indica que los fideos se habrían originado en China mucho tiempo antes, con la diferencia de que la masa se hacía con harina de soja o de arroz en lugar de harina de trigo.
A pesar de integrar el grupo de los denominados “fideos” a grosso modo, no hay que confundir los tallarines con los spaguetti. Los primeros son rectangulares y planos y los segundos, alargados y circulares. Los fettuccine, por su parte, son parecidos a los tagliatelle, pero menos anchos. Y los pappardelle, muy de moda en estos días, son tiras de unos dos centímetros de ancho. Tampoco hay que confundirlos con los tagliolini, que son más largos que aquéllos y cuya forma es tubular y no plana.
Plato infaltable de los bodegones porteños y de los almuerzos del domingo, los tallarines son tan sencillos como sabrosos. Y están llenos de historia. ¿Por qué no hacerlos en casa entonces? Es muy fácil y la satisfacción final, inmensa. Por eso, a enrollar el tenedor, ¡y buen provecho!

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