Entonces se batieron records de venta de agua, de gaseosas y licuados, porque la gente, en todo momento, sintió la necesidad de rehidratarse. Las visitas al mar no sólo fueron constantes -en ocasiones permanentes- sino que obligaron a la mayoría a acampar lo más cerca posible de la orilla, en busca de la brisa marina que sirviera para refrescar la atmósfera.
Mucho protector solar fue la clave, especialmente para los niños que, desbordados por la felicidad de enfrentar las olas, pierden conciencia de los riesgos de una exposición indebida al sol.
Sin embargo, fueron algunos de los más grandes los que peor la pasaron. Al menos, eso indicaba la espalda de una señora sentada en la orilla, jugando con su hijita, a la que el bronceador no le fue suficiente para impedir que la piel se le pusiera tan roja, que cada turista, al pasar a su lado, exclamara: 'ayyyy ¡cómo va a doler eso!'. Y por supuesto, todos imaginaban con expresión de dolor lo mal que la iba a pasar a la noche: 'Esa mujer no va a poder dormir', repetían a su lado.
Pero no era la única. También algunos señores entrados en años (y en panza) dejaron en claro que esperaron hasta que hiciera calor para animarse a ir a la playa y el sol no fue piadoso con la blancura de sus pieles.
Tan bueno fue el día que, más allá de la frase que se repitió hasta al hartazgo ante cada cruce con algún conocido de la playa (¡'qué calorcito!'), la gente pudo disfrutar del lunes hasta casi entrada la noche,cuando el aire siguió siendo caliente y la playa invitaba a completar la jornada con mate (recién cuando el sol aflojó), un truco, la pelota y, por supuesto, más excursiones al mar que ofreció una temperatura mucho más agradable que en los días anteriores.
Una jornada fantástica, de esas con las que sueñan los veraneantes a la hora de hacer las valijas y que esperan que se repitan al menos en varias oportunidades. Eso sí, a la noche, después de la rutina programada, había que reservar algunas horas para el descanso porque el calor y el mar, con una cuota de viento, producen un agotamiento físico que hace pedir la cama a gritos. Pero gritos de placer, no como los que seguro habrá dado la señora de la espalda rojo punzó...