Con miradores naturales y curiosas geoformas, que albergan restos arqueológicos y la histórica cueva del Chacho Peñaloza, el pequeño pueblo de Los Colorados, en La Rioja, tiene mucho para disfrutar. Está a 22 kilómetros de Patquía, cercano al cruce de las rutas Nacional 38 y Provincial 74, y una buena opción es hacer un recorrido a caballo o a pie.
En el rojo que domina la geografía del centro de La Rioja, el pequeño pueblo Los Colorados ofrece al turista un circuito rodeado por grandes bloques de piedra de hasta 90 metros de altura, con miradores naturales y curiosas geoformas, que albergan restos arqueológicos y la histórica Cueva del Chacho Peñaloza.
Este poblado se encuentra a unos 22 kilómetros de Patquía, en departamento Independencia, cercano al cruce de las rutas Nacional 38 y Provincial 74, a pocos centenares de metros de éste, por un camino de tierra.
Este camino polvoriento desemboca en lo que sería el centro del pueblo, junto a las vías muertas del ex ferrocarril Belgrano que la unía con Buenos Aires.
Bajo un alero de cañas que lo protege del sol, el único habitante que se ve en el lugar en horas de la siesta es un joven con una computadora apoyada en un gran carrete de cables convertido en mesa, junto a la fachada del almacén La Flora, que por supuesto está cerrado.
El muchacho comentó que sólo utiliza el equipo con batería, para escuchar música, porque allí no hay conexión a Internet, ni líneas telefónicas.
Frente al almacén juegan algunos perros galgos y del otro lado de la calle está la oficina de Turismo, donde la segunda persona despierta en esa tarde, Natalia, nos guió hacia el circuito turístico.
Otra huella amarillenta conduce a un conjunto de bloques de rojo intenso que reverbera bajo el sol aun en el otoño y al pie de uno de ellos hay un hueco oscuro, disimulado entre varias rocas encimadas, presuntamente a raíz de un derrumbe hace milenios, donde se refugiaba el caudillo riojano Angel Vicente Chacho Peñaloza.
Para quienes llegan por cuenta propia al lugar, frente a la cueva hay cartelería, gráficos y dibujos sobre ese sitio histórico y la vida de Peñaloza, sus lazos familiares y su participación en importantes hechos del pasado de Argentina.
El hueco por el cual el caudillo se introducía a su cueva está abierto y es posible trepar por él -hace falta buen estado físico y no ser muy robusto- hasta la salida superior, donde está el balcón desde donde Peñaloza oteaba todo el valle Antinaco-Los Colorados y advertía si llegaban tropas hostiles.
Frente a la cueva y paralelas al camino están los restos de las vías del Belgrano, semienterradas por la tierra arcillosa y roja que le da el nombre al lugar, entre matorrales de jarillas, breas y cactus de diversas alturas.
Las hojas de estas plantas del desierto tenían en esta oportunidad un verde más fresco que el habitual opaco y cubierto de polvo, en tanto en el suelo había surgido una hierba rastrera con pequeñas flores violetas, todo producto de las inusuales lluvias del verano pasado, que alteraron la vegetación habitual, explicó Natalia.
Unos 200 metros hacia el pueblo y por el trazado ferroviario se lleva a otra huella que desvía hacia la ruta y conduce a un promontorio más bajo que el del Chacho, con varios aleros que brindan una fresca sombra ante el sol que castiga impiadoso en la tarde riojana.
Esta condición ya había sido descubierta por indígenas que habitaban la región en épocas milenarias y dejaron sus huellas en las paredes, tanto en forma de dibujos como grabados.
Figuras geométricas y humanoides y algunos animales caracterizan esos petroglifos, entre los que se destaca el grabado plantal de un pie de un niño, que se supone correspondió a un pequeño víctima de un sacrificio y luego momificado y enterrado en ánforas rituales, de las cuales se hallaron varias en la zona.
Una de éstas se encuentran dentro de una vitrina en la oficina de Turismo y es posible ver restos humanos momificados acomodados en su interior. Un lugar para conocer la historia, además de recorrer las maravillas naturales.i