Protagonistas de cuentos, leyendas y novelas desde la Grecia antigua, capaces de mejorar o de arruinar un atuendo, los zapatos son una pieza clave del guardarropa y dicen mucho más de nosotros de lo que imaginamos; incluso hoy, cuando entre las mujeres predominan diseños demasiado grandes y toscos según los especialistas.

Nacidos como bolsas de cuero con cordones para guarecer las extremidades de las inclemencias del clima, y luego devenidos sandalias en la antigua Grecia y en Egipto, donde ya tenían una significancia de estatus, el zapato disparó historias fantásticas que llegan a nuestros días.

El zapatito de cristal de la Cenicienta, de Charles Perrault, no fue el primero en irrumpir en el terreno literario, ni aquellos de las crónicas del Marqués de Sade, del francés Nicolás Edme Rétif.

Tampoco lo fueron los diálogos imaginarios de las botas de las “Cartas a Louise Colet” que el escritor francés Gustave Flaubert envió a su amante, ni los zapatos embarrados que deschavaron a “Madame Bovary”, su más célebre novela.

Ya la poetisa Safo de Lesbos (620 aC-580 aC) y el geógrafo Estrabón (64 aC-24 dC) dieron cuenta de la historia de Ródope, una esclava griega que llegó a Egipto y vivió penurias hasta que un halcón le robó una sandalia que dejó caer en el regazo del faraón, que tras buscarla por todo el país la desposó luego de comprobar que el calzado era de ella.

Pero entonces, ¿cómo es posible que ya desde aquel entonces, cuando el calzado era apenas una suela de papiro con tiras de cuero trenzado, podía despertar tanta fascinación?

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Para Susana Saulquin, especialista en sociología del vestir y creadora de la carrera de diseño de Indumentaria de la Universidad de Buenos Aires (UBA), los zapatos “son fundamentales porque nada tiene ni su trasfondo ni significancia”.

“Los zapatos son importantísimos, básicamente, porque es donde te asentás, donde estás parado. Indican poder”, aseguró la socióloga, autora de cinco libros sobre moda.

Saulquin recalca que cuando se habla del zapato tampoco se puede dejar de lado su trasfondo sexual.

Para empezar el zapato es “un fetiche porque es cóncavo y convexo, y es ahí donde vemos la doble condición: mujer-hombre, o sea la cavidad interna y su opuesto, el lado externo de la curva”.

Y claro está que el taco aguja es el mejor representante de ese fetiche. Cuando una mujer se pone tacos cambia completamente su actitud.

“Parece decir: ‘Acá estoy yo’”, apunta Saulquin. Ese cambio de actitud comienza con lo que experimenta el cuerpo cuando se sube arriba de los tacos: el hombro hacia adelante, la cadera hacia atrás y el cuerpo curvo.

Los zapatos despertaron también pasiones en el cine, como ocurrió en 1957 con los mocasines Ferragamo que usó Audrey Hepburn en “Funny Face”, o con las chatitas negras con hebilla dorada diseñadas por Roger Vivier, que llevó Catherine Deneuve en “Bell de Jour”, diez años después.

Fue justamente Ferragamo quien revolucionó el mundo del zapato poco antes de comenzar la década del ‘40 con sus plataformas, nacidas a partir de las necesidades de una Europa en crisis por la Segunda Guerra mundial.

“Más allá de los maravillosos diseños, Ferragamo buscó femineidad, pero sobre todo funcionalidad. Sus zapatos fueron un shock para Italia”, enfatizó Saulquin.

Hace dos años el museo Victoria & Albert de Londres les dedicó una muestra llamada “Shoes: Pleasure and Pain” (Zapatos: placer y dolor).

La exhibición se dividió entre tres temáticas: el zapato como símbolo de transformación, de estatus y de seducción.

Compuesta por 250 pares, la muestra fue un repaso de la historia del zapato, desde las sandalias de suela de oro de un faraón egipcio, pasando por el diminuto “zapato de loto” de las mujeres chinas cuyos pies eran vendados y masacrados para que no crecieran, hasta los vertiginosos “Angel Wing”, diseñados por Alexander McQueen para Lady Gaga.

Una de las reseñas de la exhibición londinense recordaba que los tacos altos eran símbolo de estatus porque quienes los llevaban no necesitaban hacer casi nada, ya que tenían sirvientes para todo tipo de trabajo.

Eso mismo ocurría con los “pies de loto”, la práctica de vendar los pies a las niñas de familias ricas chinas para evitar que crecieran más allá de la palma de la mano.

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