El aparentemente infatigable Guillermo Moreno, encontró en Angola un
escenario de oportunidad aparentemente promisoria, pero al margen de
toda planificación de largo alcance
Todo el desarrollo del viaje presidencial a Angola tuvo condimentos y características de colorido espectáculo. De buen muy buen humor y derramando dicha en sus expresiones, la presidente Cristina Fernández no vio como una contradicción insuperable su continuado atuendo negro de luto con su prolongada danza al compás del candombe africano. Pero, además de espectáculo, la expedición oficial fue ejecutada desde la perspectiva del impacto mediático. Con su color, su temperatura y sus imágenes extravagantes para los argentinos, Angola de deparó a Cristina el escenario para poner en acto uno de sus operativos.
El gobierno cree en la rentabilidad de estas "movidas", convencido de que lo que percibe el pueblo es más importante que lo que realmente termina sucediendo. En un mundo complejo y más impasible que nunca, la idea de que un mercado extranjero se abre a pura fuerza de voluntad y con mucho espectáculo, no deja de ser profundamente ingenua, o al menos extremadamente anticuada. Colonia portuguesa hasta 1975, Angola es un territorio rico en petróleo y en diamantes. Pero la épica de los revolucionarios que hace 40 años luchaban contra Portugal, fuertemente apoyados por la Unión Soviética y Cuba, ya es cosa del pasado. Al igual que en otros experimentos insurgentes del África (Mozambique, Argelia, Etiopía, Guinea Bissau), Angola es hoy una dictadura de hecho, gobernada por un hombre, José Eduardo dos Santos, que en pocas semanas cumplirá 33 años ininterrumpidos en el poder. No es solo un autócrata. Al margen de sus antecedentes como revolucionario formado en la Unión Soviética, Dos Santos encabeza un régimen vitalicio severamente cuestionado en el mundo por su profunda corrupción administrativa, en un régimen en el que la oligarquía familiar conduce fastuosos negocios personales.
Hay que admitir, además, una cuota importante de inmediatismo en el desmesurado gesto presidencial en Angola. En efecto, los flujos comerciales entre países se construyen a lo largo de períodos extensos, apoyados en sólidas estructuras crediticias, herramientas comunicacionales, líneas permanentes de transporte, y una articulada complementación comercial. ¿Hay sucursales bancarias de Angola en Buenos Aires ó de Argentina en Luanda? ¿Hay una línea aérea que una ambos países? ¿La ruta marítima Buenos Aires-Angola está habilitada de manera permanente? La presidente se encrespa contra "los agoreros de siempre", pero es inevitable hacerse estas preguntas cuando se advierte la abrumadora apuesta de una comitiva repleta de ministros, un barco con vacas, y centenares de emprendedores, entre quienes estaba un puñado de empresas de primer nivel pero también ávidos feriantes de La Salada. En este sentido, puede argumentarse con seriedad que todo el experimento tiene un flanco irracional importante. Si para Angola (18,5 millones de habitantes) se puso en escena tamaño operativo, con tanta inversión de capital político, ¿qué recursos se pondrían en ejecución si se tratara de "desembarcar" en los países realmente decisivos del continente, como la exuberante Nigeria (170 millones de habitantes), el enorme Zaire (46.5 millones), la rica Sudáfrica (50.5 millones) ó la estratégica Kenia (43 millones).
Se deriva de todo esto que la Casa Rosada, pero sobre todo el aparentemente infatigable Guillermo Moreno, encontraron en Angola un escenario de oportunidad aparentemente promisoria, pero al margen de toda planificación de largo alcance. El tiempo se encargará de demostrar que queda de todo este esfuerzo llamativo, pero positivamente ningún país exitoso del mundo lleva a la práctica estas expediciones político-empresarias, tan unilaterales y más que nada coyunturales, si lo que se pretende es establece vínculos duraderos y provechosos desde una solida política de estado.
La referencia de Cristina a Ernesto Che Guevara en Angola es una perfecta demostración de la vocación presidencial por construir relatos que poco tienen que ver con los datos de la realidad. Claramente convencido de que misión en Cuba bajo la conducción de Fidel Castro estaba concluida por poderosas razones de Estado, el Che deambuló desde 1964 por varios países africanos, convencido de que podría afirmarse comandante guerrilleros en Congo Brazzaville y/o Angola. Su experiencia africana fue catastrófica y lo atestiguan todas las obras históricas que han reconstruido esa etapa trágica. El Che abandonó África y a mediados de 1966 ya estaba en Bolivia, donde seria fusilado en 1967, al fracasar su foco guerrillero cerca de Ñancahuazú. Cristina Fernández, sin embargo, se emocionó en Luanda citando el paso del Che por Angola hace casi medio siglo, alegando ahora que él luchaba "por la democracia".
Un dato final completa un cuadro que ofrece pocos argumentos para el entusiasmo. Durante varios años, Cristina Fernández ha paseado por diferentes ámbitos internacionales su discurso de fuerte e intransigente compromiso con la defensa de los derechos humanos. El reciente paso por Angola revela ahora una por lo menos evidente incongruencia. Su presidente José Eduardo dos Santos es un autócrata que gobierna hace ya casi 33 años sin pausas. Él y su familia son dueños de un formidable patrimonio económico, amasado a la cabeza de un país pobre y con tremendas carencia sociales. Además, desde una perspectiva de derechos humanos, el régimen angolano dista de ser ejemplar y las persecuciones a los enemigos del régimen son conocidas en todo el mundo.
Es posible que en un futuro más o menos inmediato, empresas argentinas logren concretar algunos buenos negocios con el régimen de Angola, tan efusivamente elogiado por Cristina Fernández. Pero queda por delante un extenso e hipotético camino antes de concluir que esta salida al mundo ha sido exitosa y, además, seria.