“Cuando encontré mi camino lo hallé difícil. Pero no quise otro”. Este aforismo tiene relación con un grande del folclore argentino nacido en enero de 1908 en Pergamino: Atahualpa Yupanqui, que un 23 de mayo de 1992, Dios decidió que nos siguiera mirando desde el cielo.

Ese día, moría mansamente en una pequeña sala de hospital de una ciudad del sur de Francia, donde esa noche debía dar un recital. Estando sentado en una butaca del teatro antes de su actuación, se sintió mal repentinamente.

-Necesito respirar aire puro, dijo. Volveré en un rato.

Llegó a su hotel, distante pocas cuadras y se recostó en la cama. Moriría, una hora después, muy lejos de las llanuras y de los cerros que lo vieron transitar una y mil veces. Yupanqui fue un verdadero cantor de pueblo. Y agregaría que representó la expresión suprema de la milonga surera.Hoy, tiene un lugar ganado en la gloria, que es eterna, mientras la fama... suele ser efímera. Nació como Héctor Chavero. Tenía una norma de vida, una especie de aforismo de su madre vasca: “El que paga sus deudas se enriquece”.

Fue un hombre muy tímido. Y esa timidez, fue tan cruel que hasta le hacía aparentar un orgullo que no tenía. Nunca le gustó mucho Buenos Aires. Porque Atahualpa Yupanqui amó la soledad. Y quien ama la soledad, nunca está solo. Él llegó por primera vez a la Capital a los 18 años. Y quiero recordar un aforismo de Atahualpa Yupanqui –que los hacía y muy buenos y- que se relaciona con su personalidad y su trayectoria artística. Decía: -“El éxito se puede mendigar. Pero la gloria, sólo se conquista”. Y él la conquistó.

Lo conocí personalmente, hará unos 35 años en Radio Nacional, donde tenía un programa. Quien esto escribe trabajaba, también en esa emisora, Yo estaba solo, tomando un café en el bar frente a la radio. Nunca –hasta ese momento- habíamos pasado de un saludo de cortesía dentro de la emisora. Lo vi entrar apoyado en un bastón que le daba seguridad a su físico de casi 80 años, gastado por el tiempo y el dolor. Se detuvo a mi lado; aunque el bar estaba casi vacío.

Todavía de pie, me dijo con la modestia de los grandes, que por serlo no necesitan mostrar su grandeza: -¿Puedo sentarme con Ud. Narosky?. -Si, como no. Con mucho gusto. Y casi sin pausa agregó: -Cuénteme de Ud., me dijo, de sus libros. Lo que quiera. -No, de ninguna manera. Prefiero escucharlo a Ud., le manifesté. -Cuénteme de su infancia, le dije, (no se me ocurrió nada más original). Y me contó entonces: -Nací en Pergamino en la Pcia. de Buenos Aires. De niño me llevaron mis padres a Tafí Viejo, Tucumán. Mi padre, agregó, -que tenía sangre quechua- fue peón de estación, buen guitarrero y domador. Y continuó entonces, el creador de “Luna Tucumana”, “Camino del Indio”, “Los Ejes de mi Carreta”, y tantas otras. -Me sentía de niño como un discípulo del viento, simultáneamente libre y esclavo. Y me sigo sintiendo así.

Yupanqui sabía por instinto, que el hombre siempre es una hoja al viento. Aunque algunos que poseen poder o fortuna, creen que son viento. Yupanqui siguió hablando solo, con su rostro severo, casi sin sonreír, pero con una cordialidad interior que asomaba por el brillo de sus ojos.

Imprevistamente me dijo con su voz aguardentosa.-Le voy a hacer una confesión. Soy –Y fui- desde joven, un hombre tímido y depresivo. Y agregó: -Y ahora, me siento herido de muerte, terminó diciendo Yupanqui. Hace poco tiempo perdí a mi compañera Nanette. Era francesa. Y continuó. Como la experiencia se aprende con la experiencia, comprendí, me decía, que una muerte puede significar dos muertes... Una lágrima, una sola lágrima asomó a sus ojos cansados. Pero una lágrima puede decir más que un llanto. De repente se puso de pie y para mi sorpresa me dijo: -¿Me permite darle un abrazo?... ¿Qué podríamos agregar?.

Sólo mi homenaje a Atahualpa Yupanqui y a su tristeza irremediable, en este aforismo “El dolor físico se soporta mejor que el espiritual. Porque contiene esperanzas”.

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