Es uno de los locales gastronómicos típicos de la zona que la Legislatura porteña en 2012 declaró Sitio Histórico. Por el lugar pasaron tangueros de ley como el Tigre del Bandoneón o Eduardo Arolas y Angel Villoldo.

Suárez y Arcamendia, geografía tanguera y porteña por antonomasia. Barracas, antiguo barrio de fábricas y carretas, en pleno proceso de transformación por la llegada del Distrito del Diseño, y por los nuevos emprendimientos inmobiliarios en esa puja sin cuartel entre la tradición y el progreso.

A un lado, las vías de tren, empedrado por doquier, casas bajas, una escuela y el infaltable bar de la esquina. Primero fue Tarzán, luego La Puñalada y por último, su identidad definitiva: La Flor de Barracas.

Como no podía ser de otro modo, durante 60 años estuvo a cargo de tres españoles, hasta que allá por 2009 estuvo a punto de desaparecer. A partir de allí, dos emprendedores reflotaron su esencia y permanencia, cada cual con su particular impronta.

Tradición

Victoria Oyhanarte y Carlos Cantini continuaron la tradición y lo pusieron en valor a su manera. Así Victoria, que no venía del rubro gastronómico, junto a su familia renovó parte del mobiliario y clientela, mezclando trabajadores de la zona y familias ávidas de comida casera y no tan costosa, hasta que en 2015 decidió pasarle la posta a otro cruzado en la defensa siempre desigual de nuestro patrimonio ciudadano.

Fue el momento entonces de Carlos Cantini, gestor cultural, que debutaba también al frente de un bar, no cualquier bar, sino uno Notable, parte integrante del selecto grupo de los más representativos de la Ciudad, según reza la Ley Nº 35 de 1998, que aún así, no los protege de su cambio de rubro o de incluso de su demolición. Comparte este galardón con “Los Laureles” (Iriarte 2290) y “El Progreso” (Montes de Oca 1702). En 2012, la Legislatura porteña también lo declaró Sitio Histórico.

Homenajes

Fruto de su pasión por las historias que se suceden entre las paredes de lugares como La Flor, Cantini reavivó los fantasmas del “Tigre del bandoneón”, Eduardo Arolas o el padre del “Choclo”, Angel Villoldo, al bautizar salones del comercio con los apellidos de esos también “notables” vecinos barraquenses y tangueros.

Frente a este protagonista activo, el Normal Nº 5, General Martín Miguel de Güemes, Monumento Histórico Nacional desde 2015, también hace su aporte a esta esquina patrimonial y mistonga. Y si bien lleva más de 100 años sobre sus espaldas, las últimas veces que La Flor estuvo en la consideración pública fue por recurrentes amenazas de bombas, y problemas de infraestructura e higiene.

Un cambio de fisonomía en el Sur porteño

Muy cerquita de La Flor, encontramos a Marino Santamaría, creador de la intervención artística urbana más representativa de Barracas, el pasaje Lanín. Confiesa que es asiduo concurrente a La Flor de Barracas, tanto como cliente como invitado para hablar sobre aspectos relativos a su obra o a su amor por el barrio.

El artífice del cambio de fisonomía de ese rincón porteño, que pasó de un bucólico gris a una explosión de color hizo renacer las fachadas de 40 casas vecinas, y ha sido convocado para renovar estaciones de las líneas B, D y H del subte de la Ciudad, y remodelar el paredón del Hospital Británico con la técnica del trencadís (cerámica quebrada unida por argamasa), a la que le incorporó mosaico veneciano y azulejo. En los últimos años, a su tradicional faceta de formador de artistas, le ha sumado también la tarea de promover nuevas generaciones de defensores patrimoniales y culturales, desde su rol de Coordinador de la Escuela Taller del Casco Histórico de la Ciudad de Buenos Aires.

Durante de 75 días de 1996 se reunieron en la sede de la Biblioteca Nacional los estatuyentes que sancionaron la actual Constitución de la Ciudad de Buenos Aires. La presidencia de la Asamblea fue para Graciela Fernández Meijide, en representación del emergente Frepaso y las vicepresidencias correspondieron a los partidos más tradicionales: Oscar Shuberoff por la UCR e Inés Pérez Suárez por el Justicialismo. Quien ocupaba el lugar otorgado a los herederos del General Perón, era una dirigente que militaba en el barrio de Parque Patricios y que además era docente de Historia en el Normal Nº 5 de Barracas, General Martín Miguel de Güemes, pero por su profusa actividad política hizo que durante gran parte de su carrera docente tuviera que recurrir a licencias por ejercicio de cargo superior.

Por Gustavo Schweitzer (Politólogo y Periodista especializado en temas de urbanismo, medio ambiente y patrimonio)

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