OPINIÓN EDUARDO VERONA
¿Se autopostula Carlos Bianchi para dirigir a la Selección? ¿O goza de un entorno que gasta energías y contactos para hacerle lobby en los escenarios periodísticos que cuadren? Bianchi de ingenuo no tiene nada. Siempre supo medir todos sus movimientos profesionales con la precisión de un cirujano. Por eso si hoy desde su propio círculo suena su apellido como una posibilidad que la Selección tendría que contemplar, es porque detrás de la cadena de rumores y trascendidos que van y vienen, el Virrey, sin lugar a dudas, está operando desde un silencio que no es tal. Porque no hay silencios alrededor de la figura de Bianchi. Hay susurros, en cambio. Medias palabras. De ahí que se haya instalado en las últimas jornadas una presunción que se expandió como una mancha venenosa: Bianchi, esta vez, no le diría que no a la Selección. ¿Qué le diría, entonces? Escucharía a Julio Grondona. Este es el mensaje que ganó la calle. Es la agenda que se filtró en el día a día. Si lo llaman, atiende el teléfono. Sabe pasar la pelota Bianchi. Es su estrategia. No es de salir a la cancha a proponer abiertamente su juego. Nunca lo hizo. Tiene paciencia. Mucha paciencia, aunque por dentro lo asalten las ansiedades. Pero en el arte de manejar los tiempos para no exponerse públicamente y mostrar alguna debilidad, el hombre saca credenciales que lo distinguen. Si esto se identifica como cintura política, Bianchi la tiene de sobra. Igual que Grondona. Los desencuentros entre Grondona y Bianchi, en realidad, obedecen más a cuestiones de vanidades y orgullos personales que a otro tipo de disputas. Los quiebres en la relación nunca trascendieron ese territorio que se fue embarrando aún más con los años. Y con los serviles de un lado y del otro que nunca faltan y que llevan y traen chismes de cuarta, radicalizando enconos bastante sobreactuados. Es cierto que a Bianchi le encanta representar el papel estelar del duro de la película. Aquel que no negocia nada. Que no entra en ningún tira y afloja. Que ve las cosas blanco o negro. Es la postal idealizada del Virrey que fue construyendo en su exitosa carrera como entrenador en la Argentina, ya que en Europa en dos oportunidades (en la Roma y en el Atlético de Madrid) saltó al vacío. Ese perfil de duro infranqueable es algo así como la coraza que supo fabricarse Bianchi a partir de su llegada a Boca en julio de 1998. Precisamente, el martes 20 de enero de 1998 fue cuando Grondona comenzó a imaginarse al Virrey en la Selección. Ese día, José Pekerman le comentó al capo de la AFA: “Julio, después del Mundial de Francia, el hombre indicado para un proyecto grande en la Selección es Carlos Bianchi. Creo que lo mejor sería hacer un contacto con él”. El contacto, cara a cara, se produjo en dos ocasiones. Y fracasó. Hoy, Bianchi, según lo que dejan deslizar con intencionalidad sus lobbistas, escucharía con suma atención la posibilidad de concretar, en breve, un tercer encuentro. Grondona ya lo afirmó: “Yo no puedo descartar a nadie”. Hablaba de Bianchi. Y de todos los fantasmas.

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