“La vida es eterna en cinco minutos”, decía el poeta y trovador chileno Víctor Jara (asesinado en 1973 por la dictadura del genocida Augusto Pinochet) en esa canción inolvidable que el mundo conoció como “Te recuerdo Amanda”.
Es cierto. La vida en cualquier contexto y muchísimas veces en cualquier circunstancia, es eterna en cinco minutos. Porque pueden ocurrir cosas irrepetibles en apenas trecientos segundos. Porque irrumpen paisajes inesperados. Porque afloran situaciones no previstas que reformulan todo. Y que cambian todo.
ADEMAS: -Cabezazo letal y una joya memorable: así fueron los goles del Pipa Benedetto
El fútbol no puede estar el margen de esos episodios. El fútbol atrapa esa longitud invisible de la vida que es eterna en cinco minutos. Alcanzaría con reflejar todo lo que hizo Darío Benedetto en ese lapso de tiempo, después de reemplazar cerca del cierre del partido a Wanchope Abila.
Porque Benedetto en el lapso que va de los 38 minutos del segundo tiempo a los 43, anotó un gol de cabeza a la salida de un córner y clavó después de girar y perfilarse para su pierna derecha un bombazo infernal a la medida de un goleador explosivo.
Esas dos participaciones determinantes de Benedetto le dieron a Boca lo que Boca hasta ese momento no podía encontrar y quizás le sirvieron en bandeja la clasificación a la final de la Copa Libertadores, más allá de que el miércoles próximo deba jugar la revancha ante Palmeiras en San Pablo.
La victoria debe enfocarse entonces en el protagonismo excluyente de Benedetto, quien entró en la recta final del partido para intentar acercarle alguna luz a un equipo capturado por las sombras. ¿Pero quién podía imaginar que el delantero de 28 años iba a convertirse en pocos minutos en una figura tan contundente como decisiva? Nadie. Por eso Guillermo Barros Schelotto no lo consideró para ingresar de titular.
¿Por qué? Muy simple: porque no lo veía muy bien. No lo veía entero. Y lo dejó en el banco. Boca tampoco parecía estar entero. Sin ritmo. Sin velocidad para descargar. Sin desequilibrio. Y por supuesto sin llegada. Porque entre otras cosas le faltó elaboración. Mauro Zarate todavía no se sabe de qué juega. No define una función. No ejerce un rol. Y no influye en ninguna faceta: ni como enlace, ni como media punta, ni como punta. Su aporte es mediocre. Y Boca padece su ausencia. Como la padeció frente a este Palmeiras conservador y discreto que dirige Luiz Felipe Scolari, que llegó a La Bombonera con el propósito de llevarse a Brasil un 0-0 decoroso y esperanzador.
Si como dicen los lugares comunes, a Boca no se le cayó una idea, a Palmeiras menos. O por ahí anduvieron los dos. Cultivando mediocridades. Maltratando la pelota. Trasladando y chocando una y otra vez. Lejos, muy lejos de construir algo más o menos valioso.
Quiso más Boca por ser local. Pero Pavón hace rato que anda torcido. Como si el Mundial de Rusia lo hubiera desconectado. El uruguayo Nández corre, mete y suele quedarse con esas respuestas subordinadas al esfuerzo y el voluntarismo. Pero no está para tocar y clarificar. O para fabricar un espacio. Queda entonces Pablo Pérez para armar algo. Para imaginar algo. Y no siempre lo consigue. Porque en Boca impera el apuro. Como si a favor del apuro el equipo lograra ser más peligroso, más potente, más certero. Y no es así. Por el contrario. Prevalece la sensación de que lo gobierna la impotencia.
Así se desarrollaba el partido. Así se iba de manera inexorable el partido. Como quería Palmeiras. Casi sin sobresaltos, salvo un zurdazo de Olaza de tiro libre que el arquero Weverton en una atajada formidable, despejó sobre su palo izquierdo.
Y al toque, el vendaval. La tormenta perfecta. El diluvio incontrolable. Las ráfagas de Benedetto. Los goles fulminantes. Para desatar lo que desatan estas tempestades. La vida es eterna en cinco minutos, decía en otro contexto el poeta, cantante y militante revolucionario que fue Víctor Jara.
Y es verdad. Benedetto lo reconfirmó en el marco de la dimensión futbolística. Por eso Boca se abrazó a un triunfo que lo conmovió. Y que le permite estar más cerca de su objetivo.