Durante los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a ver representada la realidad argentina en numerosas analogías. Una práctica que se ha impulsado desde el gobierno para explicar medidas, desde los especialistas para aterrizar conceptos macroeconómicos, y también en la vida cotidiana, para volver a analizar lo que ya es costumbre para quienes vivimos en nuestro país: una nueva crisis recurrente.
Para sumar a este ejercicio, podríamos imaginarnos a la Argentina como un gigantesco agujero negro, cuyo campo gravitatorio está generado por un Estado elefantiásico que todo lo absorbe y del cual ninguna actividad productiva puede escapar, resultando severamente dañada o absorbida para satisfacer las necesidades de ‘materia’ (dinero y divisas, vía impuestos y retenciones) de una estructura cada vez más densa y compleja.
La voracidad de este agujero negro es tal, que en determinados momentos de nuestra historia los recursos internos no alcanzan, la carga impositiva llega a su punto de máxima presión, y aún así se lo sigue alimentando con préstamos impagables con organismos internacionales (FMI), emitiendo moneda, o tomando dinero prestado de otros sistemas u organismos estatales (ANSES). En la tierra de la abundancia nada es suficiente y nos acercamos al epicentro del agujero negro cada día más.
Señalo que nos acercarnos al centro, porque pese a que la crisis pareciera estar en su punto más alto, la realidad es que todavía no tocamos fondo. Duele reconocerlo, pero lo peor aún no pasó.
Por ello, urge tomar nota del contexto que estamos atravesando y señalar cuáles son las alternativas posibles que nos permitirán atravesar el centro gravitacional del agujero negro en el que estamos inmersos, con la esperanza de iniciar una nueva época que se caracterice por el progreso, aunque hoy sea difícil imaginarlo.
Todos sabemos que estamos inmersos en una nueva crisis económica, política y social, como ocurre con puntualidad, cada 10 años:
1) Se elige a un candidato para evitar que gane otro.
2) Una vez consolidado el poder de quién es electo –en la siguiente elección de medio término o presidencial- surge una etapa de autoritarismo (generalmente con fanatismo incluido, bajo la premisa que solo ese gobierno sabe cómo resolver los problemas del país)-
3) Sobreviene la anarquía derivada de errores de gestión, que nos vuelve a colocar en el punto 1) utilizando como instrumento el voto castigo.
Este ciclo de tres etapas mayormente dura 8 años, pero el gobierno actual lo comprimió en cuatro.
Como decíamos, todavía no tocamos fondo. La inflación incontrolable, la devaluación trasladable a precios que hace cada vez más difícil el acceso a alimentos, el crecimiento del desempleo y la pobreza, y la consolidación de un mercado interno inexistente y recesivo, son algunas de las características de un espiral furioso, que nos arrastra con fuerza al centro gravitacional del agujero negro.
El problema y origen de todas las crisis que atravesamos en las últimas décadas tiene una explicación racional:
Como decía Einstein, un problema generado en una categoría de pensamiento, se resuelve en otro. Trasladado este pensamiento a la Argentina de los últimos 70 años, un problema económico, social y/o político, se resuelve con actividad productiva, facilitación de un ambiente de negocios y movilidad social a través de oportunidades laborales. Es decir, cambiando la mirada de la problemática, podremos cambiar de conducta, y si modificamos nuestras conductas podremos aspirar a ponerle fin al ciclo de crisis repetitivas.
Considerando las características de nuestro contexto de crisis y la permanencia en el tiempo de las causas que lo originan, es importante tener en cuenta que nos puede deparar el futuro inmediato. Sin dejar de señalar que cuando se habla de lo crítico que resulta el periodo preelectoral hasta las elecciones de octubre, en realidad tendríamos que prolongar el alerta hasta el 10 de marzo de 2020.
Sin importar quien gane en las elecciones, ese día se cumplirán los primeros 100 días de gobierno del nuevo período presidencial y terminará el plazo de gracia que habitualmente se le da a cada inicio de gestión. Aunque en esta oportunidad se podría dar el caso de que este tiempo de gracia se reduzca sensiblemente o que virtualmente no exista, debido a las urgencias del momento. Por ello tendremos que estar atentos a cómo reaccionen las nuevas autoridades –primero-, y la sociedad y los mercados –luego-, cuando comience el tiempo de descuento, en un contexto sin margen de error.
En el futuro inmediato, lo inevitable es que quien gane las próximas elecciones:
• No podrá resolver en su período de gobierno la macro economía.
• Seguramente deberá corregir otra vez el tipo de cambio.
• Tendrá que renegociar la deuda con el FMI y hacer frente a su cancelación progresiva.
• Probablemente pagará con bonos las Leliq, produciendo licuación de pasivos.
• Deberá controlar a niveles mínimos la emisión de papel moneda para no disparar la hiperinflación.
• Tendrá que centrarse en el desarrollo incremental de la economía del conocimiento y lograr que la educación se alinee con la matriz productiva.
• Deberá mejorar las condiciones para que se desarrollen las actividades productivas.
• Tendrá que pensar en una reforma fiscal productiva que permita aliviar la carga impositiva que ahoga a las empresas.
Una situación que podría equipararse a la de aquellos escapistas que ingresan encadenados a una caja sumergida, con final incierto.
Lo importante es tener en cuenta que no existen soluciones mágicas sino lógicas, y que Argentina no saldrá adelante con un plan económico sino con un ‘plan de negocios país’, aprovechando los recursos de las economías regionales y comprendiendo cuáles son sus actividades competitivas en relación al mundo.
Pero un ‘plan de negocios país’ debe incluir necesariamente el fondeo para lograrlo. Es decir, que la economía y la política estén al servicio de ese plan, de esa estrategia, y no al revés, como pasa en Argentina. Ya que solo si el plan da resultado, se podrá progresar y alcanzar la prosperidad social.
En el mientras tanto, vivimos tiempos de angustia e incertidumbre económica, política y social, en todos los niveles. Frente a este escenario, vale recordar que toda derrota aparente lleva la semilla de un beneficio equivalente. El desafío es encontrar esa semilla, que en este caso es la de la abundancia.
El problema es que si bien somos un país abundante, nos manejamos desde la escasez. Y como resultado logramos precisamente eso: la escasez. Modificar esta perspectiva es el desafío que se viene.
Por Walter Brizuela, consultor de negocios