Antes, había abierto el fuego una de sus hijas,
Lorena, quien se definió por el cuarteto y tocó clásicos de la prehistoria de la carrera de su padre, en su versión original y con el sello de su voz, de primer nivel. No hay lista de temas, las composiciones surgen y un asistente busca la letra y la deja visible en el atril. Sí, la Mona no guarda en su memoria un repertorio nutrido en 48 años de carrera. Como lo hacía Mercedes Sosa -por si alguno tiene la osadía de descalificarlo-, el cordobés lee sus letras. Le cuesta dar el espectáculo que quiere dar porque a diferencia de la recordada tucumana, él camina y baila el escenario y por eso resultan fundamentales las voces secundarias para no perder la línea vocal:
el público ayudó, pero no fue suficiente.
La Mona lee las banderas y completa el ritual geográfico con las menciones, las bendice con un beso cuando ataja alguna y la devuelve al público. Antes de la mitad, lo inesperado: un tatuador hizo su trabajo sobre el escenario: el "Tucu" de San Martín ofrenda su espalda para que el artista le deje para siempre la representación del rostro del cuartero. Suena
Tinta China y el Luna enloquece. El show no tiene invitados, hasta la irrupción del
Mono, voz de
Kapanga, que hace un dueto con
Agujita de oro.
Al promediar el show, subió la primera de las chicas del campo a las tablas. La sujetaron los de seguridad primero hasta que la Mona dio el visto bueno para que la dejen subir. Bailan, él interroga de dónde viene, ella lo abraza y se dan algunos piquitos. Bastante naif, si se recuerda a
Bono de
U2 que desde el escenario señala a una señorita del público que es conducida junto a él y se entrega en un beso apasionado. Después sube otra que maldice a quienes demonazaron a
Jiménez "por la tocadita". "Te amo", le dice y por las dudas,
la Mona se cubre el pubis como si la situación pudiera incomodarlo.
Paradoja del show, a las poco más se dos horas le faltó tunga-tunga. Es difícil asumirlo y un atrevimiento escribirlo porque es semejante a afirmar que a Maradona le faltó fútbol en algún pasaje del partido. Pero tal vez los parches electrónicos de los set de percusión le restaron magia a quien encarna el cuarteto por antonomasia. Eso sí: la Mona es la Mona y no hay con qué darle.
A dos de cumplir 50 años con el cuarteto, subió a la que denominó la quinta generación de su estirpe: pibitos de entre cuatro y siete años que los padres le ofrendaron al escenario. Cantaron con él y bailaron hasta el final, que contó con sus dos hijos cantantes -Carli y Lorena, que volvió a subir- y cuando dieron las 12 campanadas, lejos de romperse el hechizo, la Mona quiso saber
quién se tomó todo el vino.