Nazareno Casero habla con la misma velocidad que su padre. Cada palabra que dice la remarca con convicción, como para que su opinión no pase inadvertida. Pero el hijo de Alfredo Casero quiere diferenciarse de lo que puede ser su padre. No por algún problema familiar, sino porque está construyendo una exitosa carrera dentro de la actuación sin cargar con la pesada cruz de ser "el hijo de...". Hoy está participando de El Secreto de la Vida, la obra que escribió y dirige José María Muscari y donde interpreta a un adicto en recuperación que tiene que lidiar con una madre, Cecilia Rossetto, que no lo deja en paz y que lo ayuda poco a salir de su infierno. "Es algo que suele pasar mucho con nosotros, los hijos, porque muchas veces las madres pueden pudrirnos la cabeza. Conozco mucha gente a las que las madres les han cagado mucho la cabeza a los hijos. Yo igual siempre prefiero creer que es sin maldad, creo que está en su genética lo de sobrepotegernos, aunque a veces duela", dice.
l ¿Vos también fuiste víctima de ese tipo de madres?
-Nosotros, mi generación, tuvimos una suerte bárbara. Porque la crianza fue evolucionando. Nosotros crecimos en democracia, sin miedos, y mientras nuestros padres tuvieron que cargar varias cruces.
l Sin embargo vos tuviste una infancia particular, entre teatros y artistas. ¿Te condicionó?
-Desde que yo nací hasta los siete años fuimos muy pobres de verdad. Sin embargo no recuerdo falencias a nivel alimentario. Tuve una infancia feliz, pero mis viejos se rompieron el culo para darme de morfar. Vivieron en pensiones piojosas. Pero ellos a su modo han sido muy cariñosos. Tal vez en mi caso era mi padre el que me daba los besos y mi madre era quien ponía el orden. Pero contrariamente a lo que puedan pensar, tuve una infancia muy feliz. Particular, es cierto. Cuando tenía cinco años mi viejo laburaba en el Parakultural. Vivíamos en Moreno y nos daba un poco de miedo de quedarnos solos y entonces vivíamos los cuatro ahí. Tengo recuerdos de haber tenido sueño y que me agarren dos travestis y me armen una camita en un ataúd y dormir ahí. Y me trataron con muchísimo cariño y amor. Para mí era todo normal aunque me daba cuenta que para el resto no.
l Hace un tiempo dijiste que eras un burgués culposo, pero sincero. ¿Es así?
-Creo que hacerte cargo es lo mejor que te puede pasar como persona. Ser sincero con uno mismo. Conozco gente que se cuelga la mochila de revolucionario y que son gente de mucha guita. Hoy es muy fácil ser comunista con la plata del otro. Ojo, sabiendo que la doctrina del comunismo quedó vieja, ya no sirve. El mundo cambió, ya no podés hablar de Rusia porque hoy ellos quieren dólares. Y digo que soy un burgués porque es lo más cercano a decir que soy un tipo que le va bien y me hago cargo. Nosotros crecimos laburando y que hoy el paño te dé para tener algún lujo no significa que seas un oligarca hijo de puta. Lo que pasa es que en este país está lleno de zurdos que se la pasan andando en BMW. Yo no le puedo creer a esa persona, no me motiva su discurso. Son todos socialistas de la boca para afuera.
l ¿Siempre pensaste igual?
-Como todo joven e idealista crecí en un mundo que creía justo. Pero a la hora de la práctica, a mis 28 años, lo que veo es que cuando pueden tercerizan mano de obra barata. Ahí es cuando se me cae todo. Es una gran utopía, está bien creer en eso, en el mundo ideal, pero no los veo en el barro caminando para ir a sacar gente de ese lugar y ayudarlos. Todos los que se ponen la remera del Che, ninguno hace el diez por ciento de lo que hizo. A mí me gusta ser tibio y soy tan tibio porque no sé si quemo por el frío o el calor. Es muy loable que un ser humano tenga dudas, cambie de opinión y se haga cargo de esos cambios. Sino, morís en la tuya, pero la vida te da y te quita y vos tenés que ser sincero con uno. Yo creo en la gente que va armando su idea. Los que no siguen ciegos a una persona y es eso lo que siento que está pasando hoy. No es pecado cambiar de idea, lo que no podés negociar es la sinceridad hacia tu persona.
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