Romario en 1994 fue su estrella. Anotó 5 goles de los 11 que conquistó Brasil: 3 en la ronda inicial, 1 a Holanda en cuartos y 1 a Suecia en semifinales. Ronaldo, por su parte, marcó en 2002, 8 goles de los 18 que hizo Brasil: 4 en la ronda inicial, 1 a Bélgica en cuartos, 1 a Turquía en semifinales y 2 a Alemania en la final.
¿Por qué recordamos esas dos conquistas de Brasil? Porque hizo la diferencia a partir de la gran jerarquía de sus delanteros. Ya no tenía a Pelé, Garrincha, Didí, Amarildo, Rivelino ni Jairzinho. Pero tenían a Romario y Ronaldo. Dos puntas excepcionales que además sabían autoabastecerse, generarse su propio espacio y algo fundamental: definir como lo demandan las circunstancias. No se comían goles imposibles de comer. Los hacían.
Brasil se defendió bien en el 94 y 2002. Como se defendió bien la Selección en Brasil 2014 y en la Copa América de 2015 y 2016. En las 3 competencias en las que jugó 19 partidos, a Argentina le convirtieron apenas 9 goles. ¿Qué le faltó entonces a la Selección (más allá de su falta de elaboración) para concluir la obra? Lo que tuvo Brasil: capacidad ejecutiva en el área rival.
Esa deuda innegable de Argentina en la zona de fuego adversaria fue mortal para sus posibilidades. En el Mundial de Brasil, Higuaín solo le convirtió 1 gol a Bélgica en cuartos. Agüero ninguno. Di María 1 en octavos a Suiza. Messi 4, todos en la ronda iniciai.
En Chile 2015, Messi anotó 1 gol de penal. Agüero 3. Higuaín 2. Di María 2. En Estados Unidos 2016, Messi hizo 5. Higuaín 4. Agüero 1. Di María 1. En las tres finales, como se sabe, la cuenta se cerró en 0. Y no porque el arquero que estaba enfrente la haya descosido o porque en los palos rebotaron 10 bombazos infernales.
¿Qué le faltó a la Selección para levantar una Copa? Un animal del área. Que si además sabe moverse fuera del área, mejor. Higuaín demostró a lo largo de su carrera que es un animal del área y en la última temporada lo reconfirmó en el Napoli, pero no así en la Selección.
El Kun Agüero sabe jugar dentro y fuera del área. Sabe entrar y salir de la jugada para después volver a entrar. Pero con la camiseta de la Selección en tramos decisivos sus respuestas fueron demasiado discretas. Tan discretas que generan grandes rechazos, al igual que Higuaín.
Lo de Di María es distinto. No es puntero, no es volante, no es media punta, no es punta, no es enganche. Es veloz, tiene manejo, tiene más lesiones musculares de las que debería tener y tiene muy poco gol.
Con este panorama muy lejano a cualquier ideal, está claro que Argentina está condenada a pagar en la ventanilla donde pagan los equipos que se ahogan en la orilla. Esos equipos que perdonan. Que no concretan. Que deshojan margaritas en las jugadas clave. Como lo viene haciendo Higuaín, por citar un ejemplo clamoroso. Higuaín de tronco no tiene nada, pero en la Selección ya en un par de oportunidades muy recordadas resolvió como resuelven los que son asaltados por las inseguridades, las torpezas y las dudas. No supo qué hacer. Se nubló. Se le cayó el arco encima. Y regaló lo que no se puede regalar en instancias que determinan rumbos.
Y algo que no puede pasarse por alto: que Messi, considerado con razón el mejor jugador del mundo, no haya provocado ninguna atajada del arquero Claudio Bravo en las 2 finales ante Chile (en Santiago y en New Jersey), es un dato duro que no puede desestimarse. Revela la falta de potencia ofensiva de la Selección.
Aquel Brasil campeón del mundo de 1994 y 2002, no tenía más equipo que esta Selección Argentina que antes con Alejandro Sabella y ahora con Gerardo Martino viene persiguiendo un título y desvaneciéndose en las finales.
Pero eso sí: Brasil tenía a Romario en el 94 y a Ronaldo en el 2002. Goleadores que, en la gran dificultad, dijeron presente. Goleadores que con la camiseta de la Selección nacional no aparecieron.
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