Un siglo después de su primer número, El Gráfico no está más en la calle, pero su potente presencia, tan simbólica como real, nunca dejó de interpelar la memoria emotiva de todxs los que alguna vez visitaron sus páginas 

El Gráfico fue, es y será la revista eterna. Este puñadito de palabras no tiene la pretensión de ser una proclama romántica y nostálgica. O de generar distintas empatías ante diferentes audiencias. El Gráfico, su marca, su sello, su espíritu y su camiseta, está mucho más allá de cualquier homenaje y de cualquier tributo. Por eso sigue latiendo.

El Gráfico siempre fue una señal. Mejor o peor. Con más gozos o con más sombras. Con errores y virtudes. Con claudicaciones y con aciertos extraordinarios. Pero, sin dudas, escribió y reescribió la historia. Registró el pulso contradictorio de la Argentina en muchísimas oportunidades. El pulso del deporte, pero que a la vez trascendió el deporte. Y ocupó otros espacios, hasta sin la intención de ocuparlos.

La revista no está en circulación mientras hoy cumple 100 años desde el momento en que salió a la calle su primer número el 30 de mayo de 1919. El 16 de enero de 2018, los inversores de Torneos y Competencias (adquirieron la marca El Gráfico con todo su staff en 1998 a Editorial Atlántida) anunciaron un no va más y le bajaron la persiana. Como ya se la habían bajado en la primer semana de marzo de 2002 cuando luego de despidos masivos la transformaron en un mensuario, después de décadas y décadas de continuidad semanal.

“No daban los números”, dijeron antes y después los responsables de su publicación. Nada novedoso. Nada que la gente de a pie no reconozca como una frase lapidaria que más tarde o más temprano suele irrumpir en los escenarios de la vida y de la paz de los cementerios.

Igual, El Gráfico sigue instalado en la memoria colectiva como aquellas imágenes imparables e imposibles de doblegar. Que durante casi siete años haya formado parte de la redacción de El Gráfico no me habilita a comentar algo en particular. Pero sí a visitar su rutina, su dinámica y su pausa.

Suena a lugar común enumerar a las celebridades del periodismo que allí crecieron y se proyectaron como diamantes en el arte de la palabra vertida como opinión escrita. Cinco de ellos, según la subjetividad de quien escribe, dejaron un testimonio tan gigante como inapelable que quizás sirva como una aproximación totalizadora: Félix Daniel Frascara, Borocotó, Dante Panzeri, Juvenal y Osvaldo Ardizzone.

La compañía de El Gráfico superó largamente lo que podría definirse como un socio muy calificado del entretenimiento. Caminó por arriba de la lectura organizada. Dejó que fluyeran otros episodios sensibles a la emoción y al dolor. Es probable que también haya defraudado en algunas ocasiones que la historia de la Argentina registra. Pero en las sumas y restas que todxs hacemos, su aporte surge como relámpagos en la oscuridad.

Esa presencia que perduró casi durante un siglo, más allá de las erráticas decisiones editoriales y empresariales que razonan desde otra lógica, supo encontrar un eslabón perdido de la comunicación popular. Por eso fue una marca de gran prestigio nacional e internacional. Por eso no sucumbió frente a la tentación del olvido. O de la diáspora de los hombres y mujeres que van y vienen. O de las urgencias que imponen su dictadura.

El Gráfico atravesó las plenitudes y las decadencias. Las consagraciones y los fracasos más estruendosos. Los sonidos de la felicidad y el perfume de la decepción. En la caravana que estuvo a su lado mientras iba como una nave que descubría su destino a cada paso, elaboró el perfil inconfundible de una revista nunca quieta. Siempre activa. Tan activa y funcional a la argentinidad que solo haría falta un dato para reconfirmarlo: con la conquista de la Selección en México 86, vendió durante esa semana 690.998 ejemplares.

La realidad incontestable es que El Gráfico llegó hace 100 años y fue millones. Conquistó amores y algunos odios. No despertó indiferencias. No promovió neutralidades. No fue una hoja más en la tormenta que azota las identidades. Creó una letra y una música que nos abrazó, aún en la discrepancia. Y aún en las distintas fronteras del pensamiento despojado de uniformidad.

Cobijó a todxs El Gráfico. Sedujo a todxs, aunque tuviera rechazos. ¿Quién no los recibe? Manifestó su existencia con una perseverancia notable. Es cierto, quizás alentó en algunas etapas el triunfalismo. O un grado evidente de complacencia nociva con los espacios de poder. Pero tuvo generosidad, sentido de pertenencia y amplitud para advertir el gran paisaje. Que siempre fueron los hombres y mujeres del deporte. La épica celebrada del deporte. O la desilusión siempre irrepetible.

Allí, El Gráfico, claramente dejó un legado. Una estela. . Un sentimiento valioso. Una inspiración siempre recordada. Que no haya llegado a los 100 años estando en la calle hasta puede ser interpretado como una metáfora cruenta de la Argentina inconclusa.

La revista, a pesar de todo, se sigue haciendo. La hacen lxs que la vivieron, lxs que la leyeron y aquellxs que algún día o alguna noche quedaron pegados a sus páginas. Y soñaron con la aparición del próximo número de El Gráfico.

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