Se acordó un poco tarde Maradona de diagnosticar que es lo que no entendía y lo que no tiene el plantel que ahora conducen Guillermo y Gustavo Barros Schelotto. Ya hacía un tiempo prolongado que Boca venía ofreciendo respuestas mediocres. Incluso cuando ganó sobre el cierre de 2015 el campeonato de 30 equipos y la Copa Argentina frente a Rosario Central a partir del vergonzoso arbitraje de Diego Ceballos y de su colaborador Marcelo Aumente.
Ese Boca que dirigía el Vasco Arruabarrena tampoco expresaba una idea. Jugaba mal. El regreso de Carlos Tevez en agosto de 2015 le sirvió para vender espejitos de colores al show mediático muy sensible y funcional a la comunidad xeneize. El equipo, en realidad, no funcionaba como un equipo. ¿Cómo funcionaba? Empujaba. Chocaba. Y en alguna ráfaga, Tevez establecía alguna diferencia. Pero ese Tévez que volvió a meterse por la ventana en la Selección de Gerardo Martino para integrarse al plantel que disputó la Copa América en Chile, ya venía anticipando que tenía muy pocas reservas físicas para bancarse las dificultades que presenta la competencia en el fútbol argentino. Para ser lo más claro posible: Tevez estaba en franco declive. El mismo lo aseveró en varias oportunidades: "Ya no soy el mismo de antes. Los golpes ahora me duelen más que antes".
Tenía Boca, en definitiva, poco hilo en el carretel. Porque no tenía suficiente fútbol. La salida presurosa de Arruabarrena en la primera recta de 2016 y la llegada de los Barros Schelotto tuvieron la dinámica del impacto asegurado. Pero con el impacto no se resuelven cuestiones estructurales. El problema de Boca es estructural. No exclusivamente de Agustín Orión. No del Cata Díaz, hoy demonizado. No de Fernando Gago, hace varios meses recuperándose de una lesión severa. Y no de Tevez, ahora con pedido de licencia durante unos días y sin certezas respecto a su futuro. Aunque su futuro pueda imaginarse en otro club que no sea Boca, teniendo en cuenta que la influencia en el armado del plantel y el manejo de las inferiores no es el que Tevez ni su representante o agente Adrian Ruocco idealizaban.
Claro que el problema de Boca trasciende la búsqueda desesperada de chivos expiatorios para serenar los ímpetus. Boca viene corriendo detrás de esa zanahoria que impone la victoria urgente. Precisa ganar para legitimar gestiones. Para reconfirmar liderazgos. Y esos apuros y ansiedades descontroladas que no conducen a ninguna parte los magnifica el equipo. Porque siempre juega apurado Boca. Lo hizo también en los dos partidos de semifinales ante Independiente del Valle. Jugó tan apurado y confundido durante los 180 minutos que terminó agrandando a un adversario de segundo o tercer orden que le ganó los dos encuentros.
Boca se igualó en ese segundo o tercer orden. Y quedó al desnudo, como lo reflejaron después las palabras de Maradona, desalentado pidiendo el regreso imposible de Riquelme. Esa mención explícita a Riquelme revela, sin dudas, la búsqueda de un concepto y una idea futbolística que Boca no tiene. Y que Maradona pone en primerísimo plano, también desde la frustración.
La necesidad imperiosa de ganar títulos que Boca naturaliza como si nunca le hubiera sido esquiva la Copa Libertadores (hasta el 2000, Independiente había conquistado 7 Libertadores y Boca apenas 2), generó obligaciones taxativas que derrumbaron al equipo. Seguramente por eso mismo, Guillermo Barros Schelotto, insistió con su argumento el 27 de marzo pasado y días antes del cruce con Independiente del Valle: "No estamos obligados a ganar la Copa".
Veía Guillermo que esa pesada carga iba a fulminar al plantel. Quizás la mala imagen de Tevez en los dos partidos, entregado al rito de la derrota, haya sido una evidencia del peso psicológico que asfixió al equipo en una instancia decisiva. No podía Boca cargar semejante cruz. No podía jugar en función de todo lo que no había jugado en los últimos semestres.
Y cayó. Peor de lo que cualquiera se imaginaba. Cayó sin red. Y quedó expuesto hasta el cuerpo técnico. Ahora, en el revoltijo de las culpas que van y vienen, de los que se fueron y debían estar y de los que están y debían haberse ido, se invocan ciclos cumplidos, jugadores que deben jubilarse y malestares de otros (por ejemplo, Tevez, en uso de una licencia que no es otra cosa que una borrada fenomenal) por interpretar que no había protagonistas a la altura de las circunstancias.
Esas aguas que en Boca bajan turbias no vuelven a su cauce natural comprando un par de jugadores. Salvo que lleguen Messi, Luis Suàrez y Neymar. Pero como es muy poco probable que se incorporen, salta a la vista que falta un proyecto en Boca. Porque ganar no es un proyecto. Aunque no son pocos los que hoy lo compran y mañana lo venden como si lo fuera.
comentar