Al equipo argentino parecía que se le volaban todos los papeles en menos de un minuto, pero de la mano de Lionel Messi la actuación se transformó en una de las mejores de este camino eliminatorio.

Estaba claro que era el partido más importante del camino hacia Rusia 2018 y que solamente valía el resultado. Entonces el triunfo y el pasaporte sellado, todo lo tapan y Jorge Sampaoli y su cuerpo técnico pueden decir que todo salió redondo y como se había planificado.

Sin embargo hubo un trayecto de noventa minutos que, desde este aspecto táctico, tuvo ciertos contrastes. Es que dentro de un contexto sin margen para el error y con poco espacio para la improvisación, los papeles tácticos albiceleste parecieron volarse en la altura de Quito en menos de un minuto.

Porque Javier Mascherano fue sin convicción a disputar una pelota que llegó por arriba a su territorio, perdió con Roberto Ordóñez, Nicolás Otamendi y Gabriel Mercado quedaron descolocados a partir del poco compromiso que mostró Eduardo Salvio para seguir con la marcar de un tal Romario Ibarra quien ensayó un par de pases de cabeza con el propio Ordóñez, dentro del área argentina, antes de mandar la pelota al fondo de la red.

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Esto dio pie a unos diez minutos de desconcierto táctico. Porque la línea de tres no se mostraba con confianza y los dos extremos, Salvio y, sobre todo, Marcos Acuña, empezaron a sufrir cada uno de sus movimientos.

Hasta que Lionel Messi, supremo, determinante y más que mágico, entró en escena y con una ráfaga goleadora de siete minutos reordenó todo a favor de Argentina. Y así el equipo ganó nuevamente en confianza, seguridad e inteligencia como para llevar adelante y al pie de la letra el libreto original del entrenador.

Y en ese tramo del primer tiempo, con la certeza de que había que regular el oxígeno, hubo algunos actores que sumaron un papel preponderante en la obra táctica del equipo de Sampaoli.

Fueron Enzo Pérez y Angel Di María. El primero se acomodó cerca de Messi y no sólo fue el encargado de controlar sus movimientos, sino que también le entregó pelotas al pie.

El “Fideo” le agregó al habitual juego con despliegue que muestra en la altura, inteligencia para no quedarse volcado sobre la raya y, por el contrario, explotar las diagonales desde el centro a la izquierda.

También sumó mucho el aporte de Darío Benedetto en materia defensiva y frente a cada pelota detenida. El goleador de Boca hizo un trabajo de obrero y si bien no gravitó en el aspecto principal de un centrodelantero, rindió bien en otros aspectos que, ayer más que nunca, resultaban clave.

Todo estaba dado para que en el segundo tiempo se rearme el esquema defensivo. Con una línea de tres que, de a ratos y más allá de la escasez de argumentos que exponía el rival, mostraba algunas fragilidades, lo más conveniente hubiese sido que el técnico arme una línea de cuatro con el ingreso de Federico Fazio (entró recién para jugar el tiempo adicionado) o Milton Casco para cubrir el sector de un Marcos Acuña amonestado desde los primeros momentos de ese segundo tiempo.

Sin embargo, Sampaoli se mantuvo en la suya, no tocó ninguna pieza, ni tampoco hizo cambio de figuras hasta que le dio lugar a uno de sus preferidos de siempre, Mauro Icardi, en lugar de Benedetto.

El ingreso de Leandro Paredes, ya con el resultado 3 a 1 y mucho más serenidad mental y espacios, se hizo pensando en cambiar el vértigo de Di María por la pausa y el manejo del ex Boca. Claro que a esa altura ya la historia estaba escrita y la angustia dio paso a la alegría, como así también los errores quedaron en un segundo plano, tapados por los puntos positivos.

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