Cuando River le ganó a Atlético Tucumán, levantó la Copa Argentina y quedó confirmado como rival de Boca para la Supercopa, el resto del cronograma del fútbol argentino pasó a segundo plano.
Lo que hay en juego es un torneo menor, a punto tal que el Xeneize y el Millonario ya lo disputaron dos veces cada uno desde su primera edición en 2012 y en las cuatro ocasiones lo perdieron sin mayores consecuencias. Sin embargo, el morbo que genera una final oficial entre los dos gigantes del país, a más de 40 años de la única vez que ocurrió (Boca 1-0 River, en el Nacional de 1976), enloquece a los hinchas y atrae al resto de los futboleros.
A diferencia de los recientes cruces por Copa Sudamericana y Copa Libertadores, sólo el peso de la rivalidad es suficiente para que los que siguen a Boca y a River se desvivan por estar presentes en las tribunas, pero la organización, que debería haber sido ejemplar por las características del evento, resultó incluso peor de lo previsible.
Desde la misma noche en que el equipo de Gallardo se consagró bicampeón de la Copa Argentina, se empezó a hablar sobre cuál sería la sede del Superclásico. Córdoba, Mendoza, Mar del Plata y La Plata picaron en punta, aunque por capacidad y accesibilidad, el estadio Mario Alberto Kempes empezó a sacar una leve ventaja por sobre el resto.
Las dudas quedaron despejadas cuando Claudio Tapia informó en la edición de TyC Sports Verano del 11 de enero que La Docta albergaría el encuentro. Entonces, los fanáticos se lanzaron a los sitios de compra de pasajes y alquiler de hoteles para que los precios no se disparen, como suele pasar. Además, lógicamente, muchos usaron algún día de vacaciones que les quedaba en el trabajo, pidieron una mini licencia o inventaron alguna excusa para faltar el 14 de marzo.
Vale aclarar que los canales oficiales de la AFA y la Copa Argentina no comunicaron la designación de Córdoba, aunque cualquier interesado en viajar a ver el partido podía suponer que la palabra de la máxima autoridad de la casa madre del fútbol argentino bastaba para empezar a planificar la excursión.
El 5 de febrero, casi un mes después de la confirmación del presidente de la AFA, empezaron las especulaciones: que Córdoba sí, que Córdoba no. Los argumentos para deslizar la posibilidad de un cambio de sede eran el mal estado del campo de juego y una obra de ampliación del anillo de Circunvalación en la zona del Kempes (cuya fase más avanzada ya estaba en marcha desde mediados de 2017, mucho antes de que Tapia revelara en TV que el encuentro se jugaría allí).
Es decir, el Chiqui aseguró que el partido se llevaría a cabo en una provincia, les dio 25 días a los hinchas para que adquieran sus boletos aéreos y sus alojamientos y luego cambió de parecer por cuestiones relativas a la seguridad y al normal desarrollo del espectáculo propiamente dicho. Los dirigentes de los dos clubes involucrados levantaron el pulgar.
La conclusión: centenares de riverplatenses y boquenses que planearon ir a Córdoba desde Buenos Aires u otras provincias quedaron otra vez a la espera de una decisión que ya estaba tomada desde hacía tiempo. Eso sí, el mandatario de Viamonte aseguró que se harían gestiones con las aerolíneas para que, si el duelo se mudaba, se les diera una solución a los afectados por la desprolijidad. Una buena. O eso parecía.
El 6 de febrero, se acabaron los trascendidos. Después de haber estudiado el costo-beneficio del cambio de estadio, esta vez fue la propia cuenta de la AFA (@afa) la que anunció que el Superclásico se disputaría en Mendoza.
Muchos de los que ya habían gastado miles de pesos para estar en Córdoba intentaron, sin éxito, que se les devuelva el dinero de los pasajes. POPULAR pudo comunicarse con representantes de Aerolíneas Argentinas, LATAM y Andes, quienes explicaron que no había existido ninguna negociación al respecto con la Asociación del Fútbol Argentino.
Ante esta situación, algunos de los que pensaban viajar desistieron por no poder afrontar el doble costo, los que tenían más espalda económica sacaron vuelos a Mendoza -desde Buenos Aires a casi el doble del valor que los de Córdoba- y varios se las ingeniaron con soluciones alternativas como alquilar autos para trasladarse desde la sede original hasta la nueva (700 kilómetros).
Se entiende que el Superclásico siempre es un partido atractivo y más cuando se trata de una final (aunque el trofeo que hay en juego no sea tan relevante), pero el precio de las localidades para el Boca-River excedió lo imaginable en la previa.
Si bien a mediados de febrero trascendió que la popular rondaría los $1000, finalmente su valor fue de $800. Y más allá de ese exagerado monto que casi triplica al que fijó la AFA hace un mes ($320) para las generales en el Campeonato de Primera División, lo más sorprendente resultó ser el precio de las plateas: $2200 la descubierta y $3200 la cubierta.
Lo cierto es que el estadio Malvinas Argentinas tiene 17 mil ubicaciones disponibles menos que el Kempes, de manera que muchos conjeturaron que desde la organización pretendieron absorber con las desproporcionadas tarifas el ingreso que se perdería por el cambio de cancha.
En sitios internacionales como StubHub, los tickets se consiguen desde mucho antes de que se pongan a la venta por los canales tradicionales y en el caso de las populares hasta cuadriplican el valor oficial.
Con una planificación tan improvisada, nadie esperaba que el expendio de entradas resultara un ejemplo de organización. Pero ni el más pesimista podía presuponer que hasta nueve días antes del partido no habría ninguna información al respecto. Recién el 5 de marzo se supo, a través del sitio de la Copa Argentina, que la página autoentrada.com sería la encargada de la venta.
En el comunicado oficial, también se adelantó que las localidades adquiridas sólo se podrían retirar en Mendoza, con DNI original y tarjeta del titular. Y cada hinchada podría hacerlo solamente en un Rapipago asignado.
En tanto, el Banco Francés les informó a sus clientes que un día antes de que se abriera la venta al público habría una preventa a través de la aplicación FrancesGo. Aunque en las bases y condiciones se anunciaba que el proceso se iniciaría a las 10 y finalizaría a las 23.59, nunca comenzó y tampoco hubo explicaciones sobre lo ocurrido.
En la mañana del 7 de marzo, a una semana del evento, se vendieron las entradas en un sitio que, pese a contar con el sistema de cola virtual, colapsó, acusó errores de tarjetas de crédito que no eran tales y se desprendió en pocos minutos del stock que tenía disponible para los afortunados que tuvieran la mejor conexión.
En definitiva, aquel que pidió los días en el trabajo, que sacó pasajes a Córdoba, que pudo arreglárselas para llegar igual a Mendoza y hacerlo antes de que cierre el plazo para el retiro, que habló en vano con algún cliente conocido del Banco Francés, que pudo pagar al menos una popular de $800 y que además logró acceder a autoentrada.com y llevar adelante toda la compra sin que se le tilde en ningún paso, verá el Superclásico del próximo miércoles desde la tribuna.
Mientras Guillermo y Gallardo se preparan para afrontar un duelo en el que habrá mucho más para perder que para ganar, sólo una minoría de hinchas genuinos de Boca y River, de aquellos que no son violentos ni tienen otro interés que ver en la cancha a la camiseta que aman, ya ganó su Supercopa.
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