Después de Ubaldo Matildo Fillol, el fútbol argentino nunca más encontró un arquero de su dimensión. El Pato jugó su último partido en la Selección en aquel decisivo y recordadísimo 2-2 del 30 de junio de junio de 1985 ante Perú, en el marco de las Eliminatorias para México 86, cuando Passarella en sintonía con Gareca lograron el empate y la clasificación al Mundial. .
A 34 años de aquellos días, la Selección a pesar de consagrarse en México 86 con Nery Pumpido en el arco, nunca terminó de encontrar un heredero que estuviese a la altura de Fillol.
Todos los que lo sucedieron como titulares en los mundiales (Pumpido, Goycochea, Islas, Roa, Pablo Cavallero, Abbondanzieri, Romero, Willy Caballero y Armani), de ninguna manera se acercaron a la magnitud de arquero gana partidos que expresó el Pato durante su extraordinaria carrera.
En décadas anteriores, otro protagonista central que se elevó claramente por encima de sus colegas fue ese arquero total que se erigió en la figura de Amadeo Carrizo. Un auténtico creador. Un adelantado a su tiempo, que luego el Loco Gatti reversionó con su talento, su estilo y su atrevimiento, hasta convertirse en una verdadera marca registrada del arquero que juega y participa mucho más allá de la frontera exclusiva del área chica y área grande.
¿A qué obedecen las menciones a Fillol y Carrizo? A que Franco Armani hace unos días declaró en Fox Sports que su objetivo es “quedar en la historia como el Pato y Amadeo”. El deseo explícito de Armani, por supuesto no deja de ser una saludable aspiración.
Llegó a River hace poco más de un año y medio (jugó 68 partidos y obtuvo 2 títulos internacionales y la Supercopa Argentina) y casi de inmediato logró conquistar adhesiones que trascendían largamente la camiseta de River.
El ambiente, con más urgencias que pausas, lo comparó de manera apresurada con Fillol. Pasó a ser entonces de la noche a la mañana un arquero que el fútbol argentino esperaba con los brazos abiertos. Hasta que el Mundial de Rusia 2018 lo mostró más vulnerable y menos invencible, aunque tres de los cuatro goles que le convirtió Francia hayan sido inapelables.
Ese Armani fenomenal de sus primeros meses en River que le permitieron jugar el Mundial, después bajó el nivel, hasta encontrar un término medio entre su cumbre y cierto declinación que nadie desconoció. Ni el propio Armani, más allá de las palabras de ocasión tan extendidas en las filas de los protagonistas.
Aquel techo sorprendente y formidable de Armani de la primera mitad de 2018, no volvió a revelarse. Fue un Armani angelizado. Excepcional en todos los planos. Pero como suele comentar Fillol, a un arquero hay que calibrarlo en el desarrollo de una temporada: “No alcanzan algunos partidos. El análisis se debe hacer por lo menos durante un año para medir su verdadero rendimiento”.
No mantuvo Armani el notable brillo de sus comienzos en River. La Selección lo fue comprobando, incluso en la accidentada Copa América disputada este año en Brasil. No defraudó Armani en Brasil. De ninguna manera. Pero tampoco la rompió con atajadas monumentales que determinaron el rumbo de un partido. Cumplió. Y punto.
El trono de Amadeo y el Pato, por ahora, no tiene un sucesor. O un heredero. Ese arquero que impone condiciones taxativas partido tras partido, todavía no entró en escena. Esto no significa que Armani está fuera de carrera. No lo está. Pero debería reencontrarse a tiempo completo con aquel Armani de sus meses iniciales en River cuando generaba la sensación que hacerle un gol era una tarea imposible.
Esa potente e intransferible sensación que supera cualquier dato objetivo, nunca más se instaló. Ni aún en River. Y ni aun teniendo Armani buenas o muy buenas producciones. Es más: a pesar de no frecuentar los errores groseros, denunció problemas e inseguridades para salir a cortar los centros desde ambas bandas, ofreciendo algunos rebotes muy peligrosos en pelotas picantes y delatando que cuando está obligado a jugar con los pies para habilitar a un compañero (esto se hizo más evidente en la Selección), tiene dificultades marcadas para perfilarse y orientar un pase correcto que facilite la progresión de la jugada.
En este último rubro inconcluso de Armani, la Selección padeció ese déficit. Y se lo hicieron notar para que se fortalezca en ese punto. En definitiva, la aspiración de Armani de “quedar en la historia como Fillol y Amadeo”, es todavía una expresión de deseos.
Una estupenda expresión de deseos. A la que le falta mayores contenidos técnicos. Y mejores respuestas que se prolonguen en el tiempo.
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