La eliminación de la Copa Argentina que padeció San Lorenzo frente a Deportivo Morón el último domingo en la cancha de Lanús, puso en foco la mediocridad que hoy jaquea al equipo que dirige el vapuleado técnico uruguayo Diego Aguirre, virtualmente agarrado con alfileres. Mediocridad individual y colectiva ya expresada en el cruce anterior por la Copa Argentina frente a Cipolletti y por los octavos de final de la Copa Libertadores frente a Emelec. En ambas oportunidades clasificó en la definición por penales.
Este presente complejo del Ciclón nos hace viajar al pasado reciente. El pasado del equipo con Néstor Ortigoza en el plantel. Ortigoza tuvo que despedirse hace dos meses de San Lorenzo (ahora está en Olimpia de Paraguay) en el marco de una situación de conflicto de intereses con la primera plana de la dirigencia. El jugador pretendía un contrato por dos años, el presidente del club, Matías Lammens, le ofrecía la renovación por un año. Y no hubo acuerdo. San Lorenzo utilizó un argumento habitual para liberar al futbolista: incompatibilidad contractual. Una pregunta se asoma: ¿habrá sido solo eso?
La realidad es que esta ausencia del volante de 32 años le sumó un problema central al equipo. No porque Ortigoza fuera un fenómeno del fútbol. Nunca lo fue. Pero siempre lo distinguió una virtud muy poca extendida: es un jugador inteligente. Conoce unos de los grandes misterios del fútbol: los tiempos exactos del pase para descargar la pelota a un compañero. Sabe cuándo y dónde tener la pelota y cuándo y dónde pasarla.
Perdió San Lorenzo a ese protagonista que interpretaba aun sin estar a su máximo nivel la progresión de la jugada. Y perdió comprensión del juego el equipo. No es que Ortigoza hiciera todo lo que hoy el Ciclón no hace o directamente hace mal. Pero su figura no tuvo reemplazo. Y prevalecen los apuros y las urgencias en San Lorenzo. Apuros y urgencias para manejar la pelota y para defender los espacios cuando la pelota la conserva el adversario. La consecuencia no puede ser otra cosa que el desconcierto para entender o leer el partido. Y es la cara del desconcierto lo que viene revelando.
Ortigoza no era un enganche. Pero según el contenido de la jugada tenía un pase propio de un enganche. Por algo simple: veía el espacio como no lo ven muchos. Y habilitaba con criterio ofensivo. Retrasado en la cancha, más cerca o más lejos de los defensores y volantes de su equipo, tenía un pase que limpiaba la maniobra. Por algo simple: veía el espacio. Y tocaba clarificando. Tocaba fácil lo que es difícil.
Todo esto San Lorenzo ya no lo tiene más. Es cierto, no se puede decir con una ligereza imperdonable que Ortigoza ganaba los partidos como los ganaba Riquelme, Bochini, Francescoli o el Beto Alonso. Sería una herejía futbolística plantear algo parecido. Y un desconocimiento de las verdaderas dimensiones y calidades de los intérpretes.
Pero no puede negarse que le prestaba su talento al equipo. Eso sí. El talento para juntar al equipo. Juntarlo y fortalecerlo. Y hasta darle una idea que es la idea de la participación colectiva para recibir y mostrarse ahí mismo para la devolución. Armaba juego Ortigoza sin ser un armador clásico. Armaba hasta sin pretensiones de convertirse en un armador. Lo hacía con naturalidad. Casi sin esfuerzo. Sin largos recorridos. Sin aventuras heroicas. Como suelen construir los tiempistas trascendiendo las funciones.
Quizás le bajaba el precio su andar y su silueta alejada del biotipo del jugador actual. Pero el ritmo lo tenía en la cabeza. El ritmo que necesitaba cada jugada y cada partido. O los ritmos como afirma el Flaco Menotti, interpretando que el fútbol es arrítmico. Ahí imponía Ortigoza su criterio selectivo. Y optimizaba los rendimientos de sus compañeros a favor del pase bien intencionado que regalaba.
Hoy, en cambio, San Lorenzo se quedó sin pase. Corren más los jugadores que la pelota, síntoma evidente de los desarreglos colectivos. Hasta Fernando Belluschi parece confundido. No es que con Ortigoza nada de esto hubiera ocurrido, porque el fútbol no permite anticipar algo en particular. Pero contar con un jugador con auténtica capacidad para pensar como un estratega es una ventaja que ahora ya no dispone. Y lo extraña. Porque Ortigoza hacía jugar mejor al equipo.
comentar