La consagración de River en Madrid también generó la irrupción urgente de calificaciones extraordinarias sobre la dimensión de Marcelo Gallardo como entrenador; sin embargo, el Muñeco aun no expresa con claridad un estilo, como lo revelaron por ejemplo Menotti, Bilardo y Bielsa

¿Marcelo Gallardo es un buen técnico? Sí. ¿Muy bueno? Es probable. ¿Marcelo Gallardo es propietario de un estilo, como lo expresan a escala mundial Pep Guardiola, el Flaco Menotti, Carlos Bilardo y Marcelo Bielsa? No.

No hay un estilo Gallardo para entender, interpretar y leer el juego, aunque por estos días para el ambiente del fútbol argentino su figura alcance dimensiones extraordinarias teniendo en cuenta la Copa Libertadores que ganó con River en Madrid. Nada novedoso en definitiva, considerando todo lo que genera e irradia el triunfalismo cuando un protagonista logra conquistar un objetivo muy deseado y por demás importante.

Otro ganador consagrado como Carlos Bianchi tampoco plasmó un estilo futbolístico. Igual que el Cholo Simeone: no revela un estilo, más allá de su notable convicción pragmática. Otro tanto sucedió con Ramón Díaz, por citar un caso muy sensible al sentimiento riverplatense.

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Que Gallardo no denuncie un estilo o que su ausencia de estilo hasta pueda formar parte de un estilo no significa que el entrenador de River no sea un personaje muy influyente, valioso y rico en matices.

Pero acreditar un estilo es una marca registrada que a lo largo de la historia muy pocos pudieron conquistar. No solo en el fútbol, sino en todas las profesiones y actividades: artísticas, políticas, económicas, periodísticas, literarias, científicas, deportivas, empresariales.

Hoy Gallardo aun no sintetiza con claridad un estilo. Aunque el equipo que conduce transmite un perfil. El que privilegia el control de la pelota. Las búsquedas ofensivas respaldadas por un funcionamiento. Y la idea de imponer una estrategia despojada de especulaciones para intentar jugar bien para después ganar bien.

Esos preceptos clásicos de Gallardo son insuficientes para que se confirme que adquirió una matriz o un registro propio que lo distinga. No renovó ni reformuló Gallardo el mapa del fútbol, como en su momento lo hicieron otros técnicos que lo precedieron.

Por ejemplo, Osvaldo Zubeldía en aquel Estudiantes precursor del laboratorio en la segunda mitad de los 60. O el argentino naturalizado italiano Helenio Herrera, histriónico conductor de ese Inter dinámico y contragolpeador que también en los 60 impuso la persecución individual en toda la cancha con un rigor y una disciplina táctica inusitada. O Rinus Michels, gestor y promotor del fútbol total del Ajax y de Holanda en Alemania 74. O Johan Cruyff resignificando en su rol de técnico su visión panorámica, funcional e integral del juego. O Arrigo Sacchi en ese Milan brillante de los 80 que arrasó con un pressing descomunal y una presencia tan fina y artesanal en ataque que le terminó dando una puñalada criminal al oxidado y resistido cerrojo italiano.

Por supuesto, Gallardo no entra en esa galería. No está a esa altura. Por lo menos por ahora. No creó una ideología al servicio de su pensamiento. Fue y es ecléctico. En el marco de ese eclecticismo incorporó algo de cada uno de los entrenadores que rescató, en especial de Bielsa y Sabella. Y en esa edición cargada de subjetividades terminó construyendo su identidad futbolística. Su gusto y paladar futbolístico.

El camino que eligió lo ubica en un plano de superación permanente imposible de dimensionar. Pero de ahí a que sea un monstruo que interpela al fútbol moderno como lo quieren presentar mediáticamente los exitistas de turno, no deja de ser un desborde de fans y de oportunistas que se suben al trencito de los ganadores.

Gallardo no es un ningún monstruo. Ni es la suma perfecta de virtudes excepcionales. El lo sabe y lo admite. Como también debe saber y admitir que el estilo va más allá de consagraciones, derrotas y voluntarismos. El estilo (en este escenario) es el fútbol de autor. Y Gallardo, sin dejar de contemplarse sus estupendas cualidades, todavía no expresa un fútbol de autor.

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