En la inminencia del cierre del Mundial, quedó confirmado que ni Messi, Neymar ni Ronaldo, considerados los grandes cracks del presente, tuvieron actuaciones monumentales, ratificando que un solo jugador no puede determinar el rumbo de una selección. Sin embargo, esa hipótesis la quebró Maradona hace 32 años en México 86. Diego interpretó el rol del jugador total, con un protagonismo absoluto. No la rompió Argentina. La rompió él.

Las estrellas que anunciaban desparramos defensivos, no pudieron brillar en Rusia 2018. Es cierto, esto ya se dijo y se publicó en otras páginas, en otras plataformas, en otros medios. Y se viene repitiendo con cierta insistencia. Como ahora lo repetimos nosotros. Ni Messi, Neymar ni Cristiano Ronaldo, jugaron en función de la estatura y el talento que la aldea global del futbol les reconoce.

Los aportes específicos de Messi, Neymar y Ronaldo, no alcanzaron a perfilar relieves demasiado influyentes, más allá delos tres goles que le convirtió Ronaldo a España en uno de los partidazos del Mundial. Pero fue una luz sin proyección.

Este dato inobjetable de la realidad que confirma que tres de los mejores jugadores del mundo (por lo menos los tres más considerados) no tuvieron actuaciones extraordinarias y no lograron catapultar a sus selecciones al primerísimo plano de la competencia, pone aún más en foco todo lo que construyó Maradona en México 86.

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Ahora, a 32 años de aquella consagración de Diego con la camiseta argentina, se revela que aquellos rendimientos majestuosos de Maradona tienen la necesidad imperiosa de resignificarse. No porque no hayan sido valorados por la prensa y por los hinchas sus respuestas determinantes. Fueron contempladas como obras de un jugador con un registro creativo solo equivalente al de Pelé. Aunque habría que expresar que la influencia de Maradona en México 86 fue, sin lugar a dudas, superior a la que supo denunciar Pelé en México 70.

Diego en México 86 integró un buen equipo, despojado de grandes riquezas individuales, aun reconociendo las presencias muy valiosas de Burruchaga, Giusti, Batista, Héctor Enrique y Valdano. Pelé, en cambio, integró en México 70 un equipo de película, que compartía con jugadores de altísima gama: Carlos Alberto, Wilson Piazza, Clodoaldo, Jairzinho, Gerson, Tostao, Rivelino.

El rol que interpretó Maradona fue de un protagonismo absoluto. El rol de Pelé no fue de un protagonismo excluyente. ¿Qué pretendemos explicar? Que Maradona se cargó la Selección sobre sus espaldas desde el arranque hasta el final dela competencial. No le pesó esa responsabilidad. No la padeció. Por el contrario; la disfrutó.

Y no precisó contar como Pelé, con un equipo que funcionara como una orquesta maravillosa para convertirse en un solista inigualable que en la historia de los Mundiales, ni antes ni después, nadie manifestó con esa misma genialidad.

Ese solista fue la llave maestra de Argentina en todas las circunstancias decisivas del juego, por encima de los cinco goles que conquistó: 1 a Italia en la fase de grupos, 2 a Inglaterra en cuartos y 2 a Bélgica en la semifinal. Por eso, ese símbolo monumental que fue Daniel Passarella (nunca valorado en su justa dimensión) apenas finalizó México 86, afirmó: “Cualquier selección que hubiera tenido a Maradona ganaba el Mundial”.

¿Exageró Passarella en su apreciación? No lo parece. Porque esa fue la potente sensación que quedó instalada. Maradona había definido todo lo que podía definirse. Cuando se escuchan voces de más o menos prestigio anticipando que “un jugador no puede ganar solo un Mundial”, esas voces parecen olvidarse o relativizar las funciones a pleno que brindó Diego en México 86.

En un fútbol mucho más violento que el actual, de marcas más estrictas y rigurosas y en el que se reivindicaban las persecuciones individuales de los especialistas como método defensivo (Italia y Alemania lo ejecutaron), Maradona quebró esas resistencias con una naturalidad y eficacia asombrosa.

Se escapó de los sistemas y frecuentó todos los sectores de la cancha. Bastaría con verlo otra vez en las imágenes completas de los partidos. No se estacionó en ningún lado. No dio referencias de su posición. No se paró. ¿De qué jugó? De jugador total. Para pedir la pelota a sesenta o setenta metros del arco rival y para llevarla a la zona de definición. Y definir. No es una exageración. Alcanzaría con observarlo.

Por supuesto, el equipo lo acompañó. Pero el equipo no la rompió. El la rompió. Como no la rompieron ni Messi, Neymar ni Cristiano Ronaldo. Esta diferencia inocultable es lo que termina dándole a cada uno lo que le corresponde.

Recordar las actuaciones deslumbrantes de Maradona en México 86 frente a las evidencias del presente y también del pasado cercano, sirve como testimonio para reflejar que un fenómeno integral (cuerpo y mente) es capaz de encaminar a una selección hacia la gloria.

A ese fenómeno integral el fútbol mundial no lo volvió a encontrar. Y muy difícilmente lo encuentre.

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