Última semana de julio de 2013. Gerardo Martino terminaba de sellar su vínculo como entrenador del Barcelona. Al Flaco Menotti, siempre muy demandado desde Europa para opinar sobre la actualidad del Barça, le estallaba el celular.
Y en una pausa larga en la que ratificaba su fastidio por la cantidad de llamados que estaba recibiendo sin responderlos, nos describía por aquellas horas el panorama que se le iba a presentar al Tata en el club blaugrana: “Lo que nadie duda es que está en un lugar formidable. Un mundo difícil, con identidades muy fuertes, pero formidable”.
Y en otro plano ya más específico, anticipaba sin academicismos: “Martino tendrá que volver a refrescar y alimentar todos los conceptos, porque si se aflojan algunas exigencias vitales para el funcionamiento del equipo, los jugadores disminuyen los rendimientos. Esto es así. Por eso Guardiola los tenía cagando a todos. Es que para mantener ese ritmo de presión bien arriba y movilidad permanente para tocar y descargar hasta encontrar los espacios, si no los tenía cagando, no lo mantenían. Guardiola supo conservar esas búsquedas con un nivel de juego extraordinario. Y con una convicción terrible, incluso para sacar al jugador que no juega bien. El que no juega bien, sale. Sea Messi, Iniesta, Xavi o Neymar, que ahora se suma al plantel. Esa también es la conducta que mantuvo tan vivo al equipo”.
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Las potentes definiciones de Menotti días antes de la asunción formal de Martino sirven para ver en perspectiva los altísimos niveles de exigencia que Pep Guardiola ejecutaba en Barcelona, con el propósito central de que el equipo no se durmiera en los laureles conquistados.
Precisamente por allí habría que enfocar una de las virtudes incontrastables de Marcelo Gallardo como técnico de River. Porque hace poco más de cinco años que lo dirige y salvo algunos pasajes que se inscribieron en cierta irregularidad, el patrón cultural dominante del equipo logró perdurar en circunstancias favorables y en etapas en que se expresaron algunas adversidades no muy influyentes.
Lo importante es que en todos los casos, el River de Gallardo se mantuvo ahí: en una zona de privilegio futbolístico. Un poco más arriba o un poquito más abajo, pero siempre con grandes aspiraciones y nunca bajando las banderas de un protagonismo real y genuino.
Por encima de los sistemas, de los detalles tácticos siempre secundarios, de las indicaciones muy puntuales y de las consignas que los jugadores dentro y fuera de la cancha debían cumplir, el Muñeco Gallardo fue dejando una señal taxativa: el plantel no podía desvanecerse o borrarse directamente luego de una gran victoria o una consagración muy deseada. Tenía que continuar creciendo el equipo. Y lo hizo. El mérito es incuestionable.
Realidad que a Guardiola en los últimos días no le pasó por alto, revelando su opinión: “Lo que ha hecho Gallardo en River es increíble, a nivel resultados y dándole consistencia año tras año y aunque se le van jugadores, sigue estando. Por eso no entiendo como no está nominado como los mejores entrenadores del mundo”.
Esa vara tan alta que Pep impuso en el Barça con una arquitectura futbolística extraordinaria que lo llevó en forma virtual a competir mano a mano con aquel majestuoso Santos de Pelé de los 60, Gallardo en una escala claramente inferior y con otros recursos individuales de menor jerarquía, la supo reivindicar en la medida de las posibilidades que le iba ofreciendo River.
No es que River jugó o juega como lo hacía aquel Barcelona o como el inolvidable Santos de Pelé. Esas respuestas hasta ahora han sido inalcanzables. Y quizás no vuelva a registrarse tanta perfección individual y colectiva. Pero lo queremos señalar es que River manifestó un nivel de perseverancia en la virtud, que fue y es notable.
Y esto es atribuible a las cualidades específicas que fueron mostrando los jugadores, pero fue Gallardo el conductor celebrado de un ciclo que ya supera las cinco temporadas y que parece extenderse siempre y cuando el Muñeco no sea convocado en los próximos meses por el Barcelona, como podría ser la intención del club catalán.
“Guardiola los tenia cagando a todos”, nos explicaba Menotti en aquel encuentro de hace seis años. Si se interpretan mal las palabras de Menotti podría significar que Guardiola era el hombre del látigo, aplicando sobre el plantel una carga de autoritarismo muy difícil de sobrellevar. Si se interpreta como corresponde, Menotti ponía en un plano de exigencia inteligente lo que les pedía el actual entrenador del Manchester City a los jugadores del Barça.
Sin esos parámetros de alta exigencia, de manera inevitable iban a declinar los rendimientos. Quedó claro que no ocurrió. La exigencia nunca se debilitó. Y Barcelona, con Guardiola como líder ideológico durante cuatro años, mantuvo el fuego encendido hasta el día de su despedida el 25 de mayo de 2012 cuando por la final de la Copa del Rey derrotaron3-0 al Athletic Bilbao.
Por eso aquel equipo arrasador se instaló en la memoria de todos los que frecuentan el fútbol. Este River que desde julio de 2014 conduce Gallardo (su formación inicial fue con Barovero; Mercado, Maidana, Ramiro Funes Mori y Vangioni; Carlos Sánchez, Kranevitter y Ariel Rojas; Pisculichi; Mora y Teo Gutierrez), también se inspira en la lógica naturalizada de la exigencia perpetua, donde el que no juega bien, sale. Por eso, entre otras cosas, se mantiene en zona de vanguardia. Por eso sigue. Por eso gana y no se conforma ni se aburguesa. Aunque el plantel haya tenido renovaciones parciales y totales.
El que se quedó desde el arranque fue Gallardo. La obra conceptual es de Gallardo. El no paró. El equipo tampoco
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