Carlos Tevez asume la típica conducta del crack que en la etapa del irremediable ocaso habla muchísimo más de lo que juega. Antes, en cambio, jugaba muchísimo más de lo que hablaba.
El escenario no es nuevo. Tevez, por supuesto, no es el primero ni será el último que en la etapa final de su carrera frecuente esta dinámica de permanente victimización. Pero acá no hay inocencias. El sabe que se victimiza para intentar rescatar una ventaja frente a las audiencias del fútbol. Entonces sostiene que el entrenador Gustavo Alfaro le faltó “el respeto” cuando no le dio pista en el cruce ante River por la Copa Libertadores, en el Monumental y lo postergó al banco de suplentes haciéndolo ingresar en la última media hora del partido.
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Que Alfaro puso en el primer plano a Tevez apenas llegó a Boca en enero de 2019 para encontrar adhesiones en el pueblo boquense, no admite dudas. Habló de que era “una bandera, un emblema” y grandilocuencias por el estilo que nadie desconocía que formaban parte de una gran sobreactuación futbolística, totalmente infructuosa.
La realidad es que Tevez no estaba en condiciones de ponerse al frente del equipo. Incluso su figura no promovía de ninguna manera un apoyo irrestricto del plantel, quizás como efecto de la protección mediática que disfruta y sobre todo de la relación estrecha con el ex presidente de Boca, Daniel Angelici y en otra escala con Mauricio Macri.
Se sentía protegido Tevez en ese microclima. Donde no se sentía protegido era adentro de la cancha. Allí, en ese territorio que fue su fortaleza y el origen de su trascendencia, comenzó a exponer su declinación hace un par de temporadas.
Un crack que no puede hacer lo que antes hacía, busca refugiarse en el sinuoso ámbito de las declaraciones. En las excusas. En las justificaciones. En los reclamos poco consistentes. O en transferir responsabilidades en varias direcciones, como en este caso, para seguir en actividad y prolongar su carrera.
En este punto, Tevez expresa a cabalidad al crack que se está yendo. Al crack que se resiste a irse. Les pasó a todos. A los jugadores que nunca levantaron vuelo, a los mediocres consagrados y en especial a los que tuvieron muchas barajas más que el resto. A estos últimos, la cercanía inevitable del retiro se les presenta como un pasaje directo a cierto vacío existencial, siempre incierto y amenazante.
Metabolizar el paisaje de la despedida es asumir entre otras cosas un duelo irreversible. Todos y todas algún día se retiran. Y le abren el juego a otros protagonistas, sin desear que esto ocurra. Tevez se aferra a lo que hoy puede aferrarse. A la palabra despojada de autocrítica. A la prensa complaciente y cortesana. A las explicaciones que en general terminan explicando muy poco. A las verdades muy relativas. A las mentiras que se van desvaneciendo en el aire. Y a las idas y vueltas para empezar otra vez.
A sus 35 años (el 5 de febrero cumple 36), el pedido público que le hizo Juan Román Riquelme de “recuperar la alegría después que durante dos años perdió las ganas de jugar a la pelota”, es una nueva mochila que Tevez tendrá que llevar, en el caso que continúe vistiendo la camiseta de Boca. Porque “recuperar la alegría” es recuperar el fútbol que supo tener. Es regresar a ser el que fue. Es jugar como Tevez ya no puede jugar, salvo en algunos flashes donde se unen el pasado y el presente.
“Si no sigo en Boca, me retiro”, declaró hace unos días enviándole un mensaje a Riquelme, después de dispararle a Alfaro. Como antes le disparó al Vasco Arruabarrena y a Guillermo Barros Schelotto con distintas respuestas y silencios significativos.
Siempre se comentó que Tevez era un hábil declarante. Y quizás lo es. Se medirá con Riquelme, otro hábil declarante. La diferencia sustancial es que Riquelme encontró otra función para aliviar su lejanía del fútbol. Tevez, no. Por eso quiere continuar en Boca amenazando con su despedida.
¿Una extorsión? No. Un pedido de auxilio. El crack ya no se ve como un crack. Los recuerdos, igual, están ahí. Y los recuerdos, por más extraordinarios que sean, no recuperan el tiempo que transcurrió.
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