“Fue de común acuerdo”, señaló hace unos días el presidente de Racing, Víctor Blanco, enfocando la rebaja de salarios (alcanza un 30 por ciento) al plantel de Racing. Y agregó: “El plantel tomó la decisión de bajarse los sueldos. Estamos al día con los contratos. Nosotros no impusimos nada. Esta medida surgió de común acuerdo”.
Blanco seguramente debe tener la íntima convicción que aquellos que en su momento escucharon sus palabras en radio La Red son personas a las que les cuesta demasiado elaborar un pensamiento y una sospecha gigante. De otra manera se hace muy difícil interpretarlo al titular de la Academia. Él sostiene que “el plantel tomó la decisión de bajarse los sueldos”, ante la irrupción fulminante del coronavirus. Después, sin ponerse colorado, planteó que fue “de común acuerdo”.
No dice Blanco lo que cualquiera con dos dedos de frente (como consigna un viejo lugar común muy frecuentado hace varias décadas) estaría en condiciones de afirmar: fue la dirigencia y él, en primerísimo plano, quien bajó a tierra la decisión de que el plantel resigne una parte muy significativa de sus ingresos, considerando el marco de la gravísima emergencia sanitaria.
Más bien que no está solo Blanco. Lo acompañarían dirigentes de otros clubes (Independiente, Talleres de Córdoba, River, Lanús, San Lorenzo, Estudiantes y otros que se fueron sumando) en esta dinámica que en nombre de “la solidaridad” encuentran el momento indicado para imponer medidas de neto corte regresivo.
Blanco, un próspero empresario hotelero y gastronómico de 74 años, se convirtió en el fútbol argentino en la punta de lanza que fue recogiendo adhesiones variopintas. Adhesiones de aquellos inocentes confundidos que cultivan buenas intenciones (son una minoría estruendosa) y de aquellos aplicados protagonistas del oportunismo salvaje, muy virtuosos y funcionales a la hora de sacar rédito y ventajas en los tiempos de crisis.
Disfrazar la realidad de todos los días y patentar una versión edulcorada de los hechos nunca deja de ser una expresión siempre renovada de la mentira organizada. Vio el filón Blanco para marcar una línea de acción. Y actuó en consecuencia. Casi en simultáneo, Carlos Tevez, desde la vereda de las estrellas que pueden tirar manteca al techo de aquí hasta la eternidad, proclamó con una ligereza imperdonable que los futbolistas “pueden estar sin cobrar por seis meses o un año sin ningún problema”. Su amigo Diego Maradona descalificó esa versión y opinó: “Que nadie se haga el gil y le pague un peso menos a un jugador”.
Que Tevez viva en su propia burbuja, es una cuestión que formará parte de su perfil existencial. Pero que hable públicamente en función de “todos”, revela su altísima desconexión de realidades que no logra ver ni interpretar. Quedó muy claro con las duras respuestas que recibió de muchísimos colegas de distintas categorías del fútbol argentino, que la dimensión de Tevez es la dimensión del hombre capturado por su atmósfera. Y por sus interesas, disociados de otros interesas anclados en la subsistencia.
Dirá Blanco que el plantel de Racing entendió todo casi sin necesidad de explicar nada. Que la situación económica por el COVID-19 es muy difícil. Y obviedades de distinta naturaleza que caminan en esa dirección. Pero lo más importante es que el hombre que aquí y ahora cortó el bacalao (así le gustaba definirse a Julio Humberto Grondona), se programó como un ajustador convencido que hasta quizás sin pretenderlo, espera grandes imitadores por adentro y en especial, por afuera del fútbol.
En este punto, no improvisa Blanco, resignificado como un emergente de estas circunstancias. Es un hombre de negocios pescando en un mar muy revuelto. Tan revuelto que hasta algunos de sus pares, como el presidente de Boca, Amor Ameal, salió a cruzarlo sin dar nombres propios: “Hay muchos clubes que firmaron contratos imposibles de pagar y aprovechan el coronavirus para bajar el sueldo. Nosotros de ninguna manera haremos eso”.
A buen entendedor, pocas palabras.