Hoy se cumple un año de la final del Mundial perdida frente Alemania. Desde entonces, con una malicia vestida de picardía los argentinos echamos mano al “era por abajo” para reprobar las malas decisiones. La estigmatización de un crack que hoy pelea por recuperar el gol

El fútbol tiene un ingrediente mágico. Una jugada, un acto veloz e ínfimo, puede transformar a un jugador en héroe o enemigo nacional. A Andrés Escobar, un mal cierre en el Mundial de Estados Unidos, le costó la vida. Peter Shilton es —y será— el arquero al que Diego Maradona burló dos veces, y a Mario Yepes lo recordarán como el central colombiano que se comió el caño de Juan Román Riquelme.

Para rememorar a Rodrigo Palacio, los futboleros recurrirán a una frase: "Era por abajo, Palacio".

Esa oración de cuatro palabras se convirtió en símbolo nacional. Mariano Recalde, en su campaña para ser jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la usó para chicanear a Mauricio Macri y su política de apostar por el Metrobús y no extender las líneas de subte: "Era por abajo, Mauricio", dice en un spot.


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Un año atrás, en la inmensidad del Maracaná, Palacio se escondió detrás del central alemán Mats Hummels, que cuando vio que la pelota cayó en el pecho del delantero, se quedó estático para esperar lo peor: el gol de Argentina. El delantero intentó por encima del 1.93m de Manuel Neuer, el mejor arquero del mundo. Se fue cerca del palo.

Mientras volvía de espaldas al arco, gesticuló: agachó la cabeza, estiró los labios y suspiró fuerte, tres veces, como queriendo soltar algo más que el aire. Reconoció que había perdido una chance única.

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Así como Maradona fue el héroe en México, Palacio, para la memoria colectiva del futbolero argentino, es el culpable de que Argentina tenga dos estrellas encima del escudo de AFA, y no tres. Es nuestro "chivo expiatorio".

A la "Joya" le costó mucho llegar a la Selección. Nació en Bahía Blanca y, a diferencia de la mayoría de los jugadores que brillan en Europa, hizo las inferiores en Bella Vista, un equipo humilde de su ciudad. Recién aterrizó en Primera División a los 20 años, con Huracán de Tres Arroyos. Desde que apareció, brilló con su velocidad, desborde y capacidad de definición.


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Todo ese camino tenía un horizonte: jugar un Mundial. Esa es la zanahoria que el jugador elige para tomar decisiones duras: dejar a sus familias, experimentar culturas diferentes, entrenar con altos niveles de exigencia. Todo el sacrificio se puede derrumbar en un segundo. Una jugada puede opacar una carrera entera. Y despertar pesadillas y demonios.

Después de definir por arriba, Palacio tuvo su peor año. En esta temporada en el Inter, hizo ocho tantos en 35 partidos: bajó a la mitad su promedio de gol. Volvió a la Selección sólo una vez, en el amistoso ante Alemania, donde viajaron los mismos que estuvieron en Brasil. Gerardo Martino no lo tiene en sus planes. Los hinchas tampoco lo piden.


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Semanas atrás, apareció un video del delantero en Bahía Blanca. Estaba en La Falda, el club de su barrio, tirando al aro. Tardó cinco tiros en embocar un triple. Un nene se acercó a saludarlo. No le dijo que era por abajo, ni que se dedicara al básquet. Le chocó los cinco con la inocencia de un chico.

Palacio fue el fruto de una mala final. Protagonizó una jugada desafortunada, como Lionel Messi y Gonzalo Higuain esa misma tarde. Los argentinos, mientras, hacemos lo que mejor sabemos: canalizar todos nuestros sueños en los pies de once muchachos, y atacarlos cada vez que no los cumplen. Estigmatizarlos para siempre. Ese es nuestro verdadero deporte nacional.

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