Quienes lo vimos jugar lo tenemos y tendremos eternamente enquistado en nuestra memoria y podemos dar testimonio, como en otros casos de aquellos ´60, ´70 y parte de los ´80, de qué significaron numerosas figuras del fútbol argentino y también mundial, que muchos por cuestión generacional no tuvieron la ocasión de disfrutar.
El Loco Houseman fue la esencia viva y pura del fútbol argentino como parte sobresaliente de una de las últimas camadas de jugadores increíblemente talentosos y desequilibrantes, en tiempos muy dispares a los actuales en cuanto a condiciones para desarrollar el juego y desde ya, en cuanto a repercusión mediática. Hoy, valdría muchos millones de dólares, o de euros. Hoy el futbolero argentino, sin mencionar al de otras latitudes, goza plenamente de la "era Messi" y de todo lo que impacta Messi en el ámbito internacional trascendiendo a su club. Houseman no fue el Messi de su tiempo, pero bien se le acerca.
Por su talento innato sin igual, por su constante improvisación, por entender al fútbol como un juego dentro de lo profesional, faceta por la que muy poco se preocupó y ello determinó que su vida útil no tuviese una extensión más acorde a su potencial.
Sus anécdotas fuera de la cancha y su vida atada de modo perenne a la villa jalonaron su imagen y el recuerdo que deja, como así también sus anécdotas transportadas desde allí a la concentración, luego al vestuario y por último al campo de juego. Nadie pudo jamás hablar mal de él siquiera en sus peores momentos, cuando por su forma de ser y de actuar hasta comprometió a sus compañeros y entrenadores, viéndose éstos poco menos que obligados a "salvarlo", para que a su vez, el Genio, porque Houseman lo era en este arte de patear la pelota, debía salvarlos a ellos, simplemente por estar.
Porque el Loco, "estando", era capaz de producir lo que es capaz de producir Messi en el presente: un invento, una acción impensada, una profunda herida en la resistencia de los rivales, un bramar abrupto de tribunas ávidas de ver buen fútbol y de ver ganar a su equipo con buen fútbol. Y eso era algo que René Orlando Houseman, el Loco originario de Santiago del Estero aquerenciado en la desaparecida villa del Bajo Belgrano, estaba en condiciones de dar. De crear. Y de divertir.
René fue parte de la gran pasión que los argentinos tenemos por el fútbol. Gran parte. Porque no solo fue amado en Huracán y en Excursionistas, o a través de sus años en la Selección Argentina, con dos Copas del Mundo protagonizadas -1974, cuando él y su por entonces compañero en el Globo, Carlos Babington brillaron dentro de un equipo que no fue más allá de lo que dio por imperio de la profunda desorganización que existía desde lo dirigencial hacia abajo a nivel AFA, y 1978, cuando César Luis Menotti lo cobijó y aprovechó al máximo dentro de un grupo que ganó el primer Mundial- sino que fue respetado y querido hasta por las hinchadas rivales. Porque así era el Loco Houseman: un tipo querible, que producía alegría adentro de una cancha.
Gambeteando para acá y para allá, cambiando perfiles, encarando como sólo él podía hacerlo por derecha o por izquierda, desbordando rivales por todo el frente de ataque.Gambetando patadas, que también recibía. Y también haciendo recordados goles. Desde el jueves, lo extrañaremos. Pero además, colocaremos en el sitio de los mejores. De los inolvidables gestores de la esencia del fútbol argentino.
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