El Loco llegó a Huracán por gestión del Flaco y se consagró en el Metropolitano del '73. En diálogo con POPULAR, el DT campeón del mundo recordó cómo fueron los primeros pasos de René. El testimonio de Fatiga Russo, su compañero de habitación, con más anécdotas del último wing

Huracán terminó tercero en el Metropolitano de 1972 y tuvo entre sus filas a los dos goleadores del campeonato: Miguel Brindisi y Roque Avallay. César Luis Menotti, el entrenador que comenzaba a forjar su criatura, buscaba a un defensor para la temporada siguiente. Con una pista en la manga fue a ver un Central Córdoba de Rosario – Defensores de Belgrano que lo terminaría corriendo de eje: en el club de Núñez jugaba –de “8”- un flaquito que hacía cosas diferentes al resto.

René Orlando Houseman llegó a Parque Patricios porque Daniel Bertoni, el verdadero objetivo del Flaco, firmó con Independiente. Menotti lo pidió, se salió con la suya y hoy recuerda el contacto inicial con su apuesta. Un diálogo en la primera cena:

—¿Estás bien? —se interesó el anfitrión.

—Sí, sí, señor —contestó, tímido, el recién llegado.

—Soy tu entrenador, me llamo César.

—Estoy bien, César, estoy bien.

—Andá a descansar, que mañana vamos a entrenar. ¿Tenés más hambre?

—Sí.

—Pedí otra, dale.

Y entonces pidió otro bife de chorizo.

“Parecía un nenito de la escuela inglesa, los rulitos, la carita”, le dice Menotti a POPULAR. Cuando Houseman partió, el entrenador se arrimó a la mesa donde estaban los referentes del plantel. No buscaba necesariamente una aprobación, pero quería conocer el veredicto que dicta la primera impresión.

“¿Este es el refuerzo que trajiste? ¡Nos van a matar a todos!”, le espetó uno de los pesados. El Flaco pone en caja la historia: “Al día siguiente, en el entrenamiento, Basile parecía que tenía 90 años. Se arrimó y me dijo: ‘este es un hijo de puta, lo voy a matar’. René lo gambeteaba como a una porquería. Se iba por acá, se iba por allá…”.

“Jugamos contra Independiente –sigue el Flaco-, lo puse de titular y dije: ‘si hay un penal, lo patea Houseman’. Estaban Brindisi, Babington, Larrosa... A los cinco minutos, el Chivo Pavoni, que era el 3, seguía al Loco que venía corriendo por arriba de la raya. Y por ahí Houseman salta, pisa la pelota y con la otra pierna hace así (realiza con sus manos el ademán de una rotación): Pavoni lo tira, y penal para Huracán. Patea Houseman: Santoro se agacha y agarra la pelota como si nada. Houseman pensaba que el arquero se iba a tirar para un costado y la tiró despacito al medio. La puteada que le echaron los compañeros... Ahora, las cosas que hizo ese día… De ahí en adelante, creo que ni Maradona tuvo tanta prensa como él”.

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Las Tumbas, de Enrique Medina, recién había salido a la venta. Francisco “Fatiga” Russo –quien junto a Jorge Carrascosa y Alberto Fanesi llevaba adelante la biblioteca del plantel- se lo entregó a su compañero de habitación, la número uno del Palacio Ducó donde concentraban. Houseman no era un gran lector. Roque Avallay encuadernaba publicaciones de Patoruzú y también le dejó un ejemplar de la popular historieta.

Un día Russo se sorprendió al ver a Houseman con el libro que le había regalado. Su partenaire estaba compenetrado en la lectura. Cuando se acercó, supo que el Loco había echado mano al arma más poderosa que usaba en la cancha: el engaño. ¿Cómo? Sobre las páginas de la novela, abierta por la mitad, reposaba la Patoruzú.

El prólogo del título más recordado por los hinchas de Huracán, el del Metropolitano’73, fue una intensa pretemporada en Mar del Plata. Los médanos no eran defensores torpes, mucho menos conos de entrenamiento. “Compadre, ¿todo esto hay que hacer para jugar a la pelota?”, preguntó Houseman. Entonces Fatiga, el amigo con el que se escribiría hasta la última noche de su vida, lo cargó en hombros para esquivar esa duda existencial que, de ganar la pulseada, hubiera arruinado una carrera memorable.

“Nadie lo conoció como yo. Fuimos inseparables”, resume Russo a POPULAR. Él lo bautizó Hueso apenas vio la escualidez de Houseman. A cambio, René le endosó el apodo de Fatiga por las infaltables siestas antes de los partidos. A Menotti, el maestro que más lo mimó, lo llamaba simplemente “my father”.

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