El triunfo fue lo más valioso. El rendimiento colectivo fue claramente deficitario. La Selección de Jorge Sampaoli supo aferrarse a una victoria valiosa, aunque el equipo apareció por largos pasajes desconectado para manejar la pelota y controlar el desarrollo, lo que conspiró para armar fútbol ofensivo. La sociedad de Messi y Dybala que nunca terminó de arrancar. La necesidad imperiosa de jugar bien.

¿Con qué hay que quedarse en estas circunstancias? ¿Con la victoria o con el rendimiento? La respuesta es simple: con las dos cosas. Para el arranque de cualquier ciclo un triunfo ante Brasil aunque sea en un partido amistoso, parece inmejorable. Y lo es. La producción de Argentina, en cambio, fue decididamente mediocre. Y en la calificación de mediocre no hay margen para objetarla.

El 1-0 a Brasil en el inicio de la gestión de Jorge Sampaoli adquiere una relevancia inocultable. La Selección precisaba un golpe de efecto, después de las tormentas que venía padeciendo. Y aunque muy lejos estuvo de jugar bien, ganarle a esta versión ascendente de Brasil que en esta oportunidad no contó con Neymar (claramente su líder y su mejor individualidad), es un gran punto de partida para aspirar a una reconstrucción imprescindible.

La realidad es que Brasil llegó al partido en Melbourne con viento a favor, producto del crecimiento que experimentó el scratch a partir del arribo de Tite como entrenador en junio de 2016, reemplazando el dogmatismo táctico de Dunga. Era favorito Brasil en los papeles. Era banca. Y era punto Argentina.

En la cancha se vio a Brasil con funcionamiento. Y a Argentina intentando encontrar una idea que la exprese. Pedirle un funcionamiento a la Selección de Sampaoli después de un par de entrenamientos en Australia sería un acto de insensatez futbolística notable. ¿Qué podía esperarse, entonces? Más o menos lo que se observó. Muchísimo más voluntarismo que claridad objetiva para resolver los problemas que presentó el desarrollo.

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En varios momentos del encuentro, Sampaoli hizo con las manos el gesto típico reclamándole al equipo que se junte más. Pedía algo esencial para cualquier equipo: protegerse a favor de la cercanía de un compañero para presionar o para tocar y descargar. La verdad es que salvo pasajes muy breves, no manifestó la Selección esa virtud. Por el contrario; se estiró en la cancha. Perdió la pelota durante largos minutos, en especial en el segundo tiempo y quedó fracturada.

Tan fracturada que Messi pasó desapercibido en los 90 minutos. Nunca encontró los tiempos ni los espacios para progresar o asociarse en los últimos metros. Insinuó algo con Di María en la primera etapa, pero faltó una conexión desequilibrante. La hipotética sociedad de Messi con Dybala quedó como un episodio que no se logró concretar. Por supuesto que cualquier análisis es provisorio considerando las urgencias y todos los cambios que propuso Sampaoli. De lo que no quedan dudas es que el cruce frente a Brasil se sorteó con eficacia. Y hasta quizás con la ayuda de algunos imponderables propios del fútbol, como los dos remates de Jesús y William que se estrellaron en los palos del arco de Romero.

¿Qué mostró Argentina más allá de la ausencia de un funcionamiento que ya viene desde lejos? Temple y personalidad para bancarse un compromiso de altísima complejidad. No salió la Selección a aguantar el partido, aunque de última tuvo que aguantarlo por la presión que ejecutó Brasil.

Salió a jugarlo de igual a igual con un sistema que en el pizarrón se dibujó en el arranque con un 3-4-2-1. ¿Qué dicen los sistemas? Nada importante. Lo importante son los contenidos. Los jugadores y la relación con la pelota. En esa relación, Argentina fue demasiado errática. Quiso ser prolija para salir desde el fondo, para ganar la iniciativa, para sumar gente en ataque, pero no tuvo ritmo. Porque no tuvo velocidad de pase. Muy lento todo. Con y sin la pelota. Pero le alcanzó en una maniobra aislada para que Mercado de arremetida y después de un rebote en el palo, clavara el único gol del partido.

El gol de Gabriel Mercado ante Brasil

Se aferró a ese gol la Selección. Sin juego, sin posesión y sin llegada ofensiva, fue asfixiando a Brasil, aunque Brasil supo construir algunas situaciones claras. La victoria no se puede subestimar. Porque nunca puede subestimarse un triunfo ante Brasil, aunque tenga el perfil de un amistoso.

Es muy valioso para la Selección en el plano anímico saber rescatarse de los climas negativos que la estaban acosando. Ganar, en este caso, es una caricia al alma. Y una forma de fortalecer la autoestima muy dañada en los últimos meses.

Naturalmente, jugar mucho mejor es una necesidad. Nadie lo debe ignorar. Ni el plantel ni Sampaoli. Mientras tanto, el 1-0 a Brasil es un flash que alienta el presente. Y que a la vez es una estimulante plataforma de lanzamiento.

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