Tras el retiro de San Martín en Europa, el arma quedó en Mendoza en manos de una familia amiga. Antes de morir San Martín legó su sable al gobernador Juan Manuel de Rosas. Mariano Balcarce le escribió a Rosas: Como albacea suyo, y en cumplimiento a su última voluntad me toca el penoso deber de comunicarle esta dolorosa noticia, y la honra de poner en conocimiento la siguiente cláusula de su testamento: "El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sur le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tentaban de humillarla".
Años después, desde su exilio en Inglaterra, Rosas dispone entregar "a su excelencia el señor Gran Mariscal Presidente de la República paraguaya (Francisco Solano López) y generalísimo de sus ejércitos, la espada diplomática y militar que me acompañó durante me fue posible sostener esos derechos, por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido y sigue sosteniendo los derechos de su Patria".
Una vez enterado de la muerte del mariscal paraguayo, Rosas decidió legar el sable a su amigo Juan Nepomuceno Terrero, y tras su muerte a su esposa y luego a sus hijos e hija por orden de edad. La espada pasa así a posesión de Máximo Terrero y Manuelita Rosas tras la muerte de Rosas, ya que Juan Terrero ya había muerto anteriormente.
En 1896 Adolfo Carranza, director del Museo Histórico Nacional, solicita a ambos la donación del sable de San Martín, a lo cual acceden. El sable permaneció allí hasta el 12 de agosto de 1963, día en que fue robado por Osvaldo Agosto, Manuel Gallardo, Arístides Bonaldi y Luis Sansoulet, todos integrantes de la Juventud Peronista comandada por Envar el Kadri, Jorge Rulli y Héctor Spina. El objetivo fue dar un claro mensaje a las Fuerzas Armadas y al régimen que había proscripto al peronismo.Y entregar el sable a Juan Domingo Perón, exiliado en Madrid.
La misión no pudo cumplirse y el sable fue devuelto al Museo y nuevamente sustraído en agosto de 1965 por otro grupo de la Juventud Peronista que lo reintegró al Ejército en 1966.
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