Se trata de un can que durante los ‘50 acompañó a los habitantes de Resistencia, asistía a conciertos y hasta desayunaba con el gerente de la filial del Banco Nación. También tiene una canción dedicada por Alberto Cortez.
A 50 años de su muerte, la ciudad de Resistencia se prepara para homenajear al perro Fernando con actividades tan disímiles como festivales artísticos y campañas de vacunación canina. Se trata de un perro vagabundo que durante años acompañó a los habitantes de la capital chaqueña y es recordado con dos esculturas que recrean su figura y una canción dedicada por el popular músico Alberto Cortez.
El próximo martes se cumplen 50 años de la desaparición física del mítico can, que en la década del '50 solía deambular por las calles de Resistencia y asistía a conciertos, fiestas e incluso desayunaba con el gerente de la filial del Banco Nación.
Los antiguos residentes de la capital provincial recuerdan que su primer amigo fue un cantante de boleros que un día arribó a la ciudad y se llamaba Fernando Ortiz, por quien se atribuye su nombre. Destacan que el perro se ganó el cariño de la gente por su simpatía y su excepcional "oído musical". Los lugareños aseguran que asistía a fiestas de casamiento, carnavales y conciertos en los que daba su aprobación moviendo la cola o expresaba su rechazo parando las orejas o emitiendo aullidos.
Cuentan una anécdota que en la Navidad del '57, visitó Resistencia un famoso pianista polaco, de apellido Paderewsky. El concertista ofreció un espectáculo en el más importante teatro de la ciudad. Ante una platea repleta, el músico comenzó a tocar una sonata de Beethoven y Fernando se acomodó bajo el piano de cola. A los pocos minutos, Fernando se paró frente al pianista y emitió un gruñido de disgusto. Al final del concierto, el perro otra vez realizó su gesto desaprobatorio, por lo que Paderewsky paró de tocar, lo miró y dijo: "Tiene razón, equivoqué dos veces". Con humildad, el músico repitió la sonata desde el principio, esta vez, sin errar ni una sola tecla.
Fernando visitaba con asiduidad el Bar La Estrella, donde solía comer gracias a las sobras que le dejaban los mozos, y hasta desayunaba medialunas con el gerente de la sucursal del Banco Nación. En las duras noches invernales acompañaba a los linyeras y también solía divertirse con los niños en la plaza central.
Fernando murió el 28 de mayo de 1963 y los memoriosos recuerdan que ese día todos los residentes lloraron su partida.
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