EL ARTISTA ACABA DE GANAR SIETE PREMIOS BAFTA Y CUENTA CON 10 NOMINACIONES PARA LOS OSCAR. REFLEXIONA SOBRE UN MOMENTO CLAVE DE LA HISTORIA DEL SEPTIMO ARTE, NADA MENOS QUE LA CRISIS Y EL CAMBIO DE PARADIGMA QUE SIGNIFICO LA LLEGADA DEL SONIDO.
La película francesa El artista, que acaba de ganar siete premios Bafta y cuenta con 10 nominaciones a los Oscar, trae a las salas una bella y emotiva historia de cine dentro del cine que además invita a reflexionar sobre un momento clave de la historia del séptimo arte, nada menos que la crisis y el cambio de paradigma que significó la llegada del sonido a un mundo dominado hasta allí por el silencio.
Muda y en blanco y negro, la película del francés Michel Hazavicious está protagonizada por Jean Dujardin y por la argentina Berenice Bejo, esposa del director, hija del cineasta argentino Miguel Bejo, que nació en Buenos Aires, creció y se formó en Francia y está nominada al Oscar a la Mejor Actriz de Reparto por su brillante actuación.
Se trata de una historia de amor y aventuras en tiempos del cine mudo en los que Hollywood todavía era Hollywoodland, se estaba consolidando el sistema de estrellas que encumbraba a los artistas por su carisma y popularidad, algunos actores tenían poder de influir en decisiones de índole artística y casi todos los films estaban dominados por la gestualidad y las acciones físicas.
Tal como ocurrió con grandes actores-directores de la época muda como Charles Chaplin o Buster Keaton, con la aparición del sonido en el cine en 1928 el actor George Valentin (interpretado magistralmente por Dujardin) pasa de ser una gran estrella, admirado y celebrado por el público y la crítica, a convertirse en un don nadie sin trabajo, olvidado e ignorado por casi todos.
El artista comienza en 1927, cuando Valentin está en la cresta de la ola de su popularidad, aparece en las tapas de todas las revistas, es requerido por todos los directores y protagoniza una serie de films mudos de espías de un tal Otto Wagman, en clara alusión a los cineastas europeos exiliados que, como Friedrich Murnau o Fritz Lang, aportaron al crecimiento de la industria del cine estadounidense.
Carismático, elegante, simpático, orgulloso, egocéntrico y absolutamente consciente de su éxito, Valentin se cruza accidentalmente con la joven Pepy Miller (Bejo), una bailarina ignota muy talentosa y desinhibida, que gana un protagonismo inusitado al aparecer junto a él en la foto de tapa de una revista, demostrando así el poder que los medios tenían -y todavía tienen- para determinar el ascenso o la caída de un artista.
En una de las escenas memorables del film, ellos vuelven a cruzarse en una audición para bailarinas en los estudios Kinograph, donde Valentin es la máxima estrella, y él la descubre como una gran actriz cuando ambos juegan y ensayan unos pasos de baile sin verse las caras, siguiendo únicamente el movimiento grácil de sus pies, con un fondo de nubes de por medio.
Gracias a Valentin, que le abre las puertas del estudio, le dibuja un lunar sobre su boca y le dice: “Si quieres ser una actriz, necesitás tener algo que las demás no tienen”, ella irá escalando posiciones en la industria y pasará de ser una extra a convertirse en una nueva estrella del cine sonoro, una diva admirada por millones de espectadores, que ocupa la tapa de todos los diarios y revistas.
En 1929, con la llegada del sonido al cine, lo que significó una gran bisagra técnica en la historia del séptimo arte, Valentin se ríe de la novedad y se niega a participar de las películas sonoras porque está convencido de que no hace falta decir con palabras lo que las imágenes, los cuerpos y sus expresiones pueden decir por sí mismos.
El actor, que ama a su perro más que a su propia esposa (es un animal fiel e inteligente que lo salva en las películas y lo salvará también en la vida real, cuando caiga en lo más bajo de su desesperación), no puede ver que está frente al comienzo de una nueva era y muere en su propia ley al invertir todos sus ahorros en escribir, producir, dirigir y protagonizar una película de aventuras silentes que, con su pésima taquilla, anuncia su propio triste final.
En otra gran escena de la película, la primera en la que los objetos y las personas producen sonidos sincrónicos, Hazavicious somete a Valentin a una pesadilla, en la que -haciendo un uso narrativo muy inteligente del sonido- él se sorprende escuchando el ring de un teléfono, el ladrido de su perro o las risas de unas chicas, pero él no puede expresarse, no tiene voz y se queda completamente solo en el estudio.
En el final de su propia película, Valentin se hunde en arenas movedizas mientras su amada y su perro lo observan sin poder rescatarlo y es así en su propia vida, porque la llegada del sonido lo lleva a perderlo todo, a quedar en la absoluta pobreza e ignominia, quizá por su terquedad o tal vez por ser coherente y fiel a sus sueños. 

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