Llegó a los 15 años a la Argentina sin saber una sola palabra de español, pero con empeño aprendió el idioma, estudió, trabajó en diversos oficios, montó una fábrica de calzado e importó de Europa juegos de escape en vivo.

Natalia Oreiro fue determinante para que Danil Tchapovski percibiera que el destino de su familia estaba en Argentina. Sin más argumentos que su atracción adolescente por la actriz a la que cada tarde contemplaba en la tira televisiva Muñeca Brava, convenció a sus padres para que eligieran esta tierra como catapulta de un nuevo destino muy lejos de Siberia, el lugar donde vivían pero que cada día se tornaba más peligroso a causa del entonces creciente conflicto ruso-checheno.

Ni sabía siquiera que la Oreiro es uruguaya pero el ciclo que en Rusia se llamaba Paloma Salvaje le transmitió un profundo sentir por lo 'argento' que poco después, ya afincado en Buenos Aires, iba a despuntar en la realidad, dura al fin, al menos para la familia que llegó sin hablar una palabra en español.

De sus 30 años, la mitad los vivió en Argentina donde aprendió a hablar, a entender códigos complejos para los inmigrantes, estudiar, trabajar y dar trabajo siempre con el esfuerzo como aliado.

"Lo único que conocía de Argentina era a Natalia Oreiro porque todos los días, a las 18, estaba sentado frente al televisor para ver Muñeca Brava" recordó a HISTORIAS DE VIDA Danil, que nació en la ya desmembrada URSS, en lo que hoy es la República de Kazajistán, donde residió hasta los 8 años.

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"Contábamos con otras opciones como Australia, Alemania e Israel pero decidimos por Argentina que tenía un acuerdo de inmigración más accesible" indicó. El paso siguiente fue la residencia precaria y a empezar de nuevo.

Aunque en Barnaul, la ciudad de Siberia donde residía, cursaba el secundario aquí comenzó los estudios desde el quinto grado de la primaria. En meses dio libre el nivel secundario en el Colegio Mariano Moreno y quiso entrar con 16 años a la universidad, pero no lo dejaron porque debía tener 18.

Por esa razón estudió en el nivel terciario donde obtuvo tres títulos que lo habilitaron para trabajar como despachante de aduana, rubro que comenzó a explotar partiendo, tal su costumbre, desde cero.

En el medio, fue lavacopas en un bar, anduvo por un call center y aprovechando la formación adquirida en Rusia en danza clásica, también bailó para un boliche brasileño.

El mate, lo que más le costó

Después montó una consultora de comercio exterior con su socio Alexander, ex campeón de boxeo en Rusia, y a partir de una oportunidad que se les presentó levantaron una fábrica de calzado económico para mujeres.

"En la vida es mejor probar y fracasar que no intentar", afirmó Danil, quien recuerda lo difícil que fue instalar la fábrica en Ingeniero Budge, donde le fue dando trabajo a los vecinos de la planta.

Pero en un viaje para comprar insumos le propusieron hacer negocio con los juegos de escape, que estaban en boga en Europa. "¿Por qué no hacerlo acá?, nos dijimos. Conseguimos un local en la calle Venezuela al 600, armamos las salas y lo pusimos en marcha Juegos Mentales", sintetizó.

Lo que más le costó de Argentina fue tomar mate, en especial en su versión amargo, porque hoy ya domina el idioma de la calle aun con un leve acento eslavo que arrastra en algunas palabras, incluso las que extrae del lunfardo.

Para Danil, lo lindo de la vida es "sentir la adrenalina que genera", la que vivenció a pleno en su aventura argentina donde como en toda novela al final encontró a la muñeca brava que le marcó el rumbo. Claro que no fue la Oreiro sino una chica rusa de origen armenio llamada Alla con la que se casó hace un par de años.

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El rusito que se hizo fuerte en la Aduana

Con sus estudios en Comercio Exterior, Danil fue a la Aduana a pedir trabajo sin percibir remuneración alguna y sólo para aprender. En ese contexto conoció a mucha gente que con el tiempo empezaron a pagarle por los distintos trámites que realizaba a pie. "Vení rusito, tenemos esto para hacer" le decían a Danil quien se ganó la confianza de despachantes y funcionarios y poco después entró a trabajar en una empresa bodeguera. "Como la firma exportaba, los contactos que había hecho me sirvieron de mucho pero un día -precisó- me dijeron que ya no me podían pagar por lo mucho que hacía y tras cobrar una indemnización, abrí una pequeña SRL".

Pero además de ver desarrollarse a su hijo, Olga y Guennadi, los papás de Danil, también fueron testigos de su transformación: el muchacho ruso que los instó a venir a la Argentina incorporó el gusto por las milongas.

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