Este tipo de incendios son un cóctel desbastador conformado por las sequías, las lluvias torrenciales, el abandono en el cuidado del medio ambiente y las altas temperaturas.
Los expertos sostienen que esta sexta generación es aún más agresiva que sus predecesoras, ya que la masa de combustible es tan grande que el fuego modifica las condiciones meteorológicas, crea remolinos, tormentas, cambia de rumbo y acelera.
Son fuegos superan la capacidad de extinción de las brigadas forestales, cuyo límite son llamas de tres metros y velocidad de propagación de 2 km/h.
A la hora de apagar un incendio calificado de sexta generación los equipos de extinción también se encuentran con fenómenos meteorológicos en contra como las nubes pirocumulonimbos, tormentas eléctricas que crean nuevas zonas de llamas provocadas por el propio humo del incendio o las cenizas en el caso de los volcanes. Su capacidad de destrucción es muy alta. De ahí también que se les conozca como "tormentas de fuego".
En Europa comenzaron a tener presencia en la última década. En 2017 Portugal sufrió un devastador incendio, calificado de sexta generación, en el que perdieron la vida 66 personas y ardieron más de 500.000 hectáreas.
En el caso de España, el primer incendio calificado de sexta generación tuvo lugar el pasado año en la Sierra de Bermeja cuando el fuego devoró 7.400 hectáreas.
El cambio climático resulta uno de los factores clave en la propagación y fomento de incendios en épocas del año como el verano.
Los medios tanto aéreos como terrestres ante los incendios calificados de sexta generación tienen desgraciadamente una capacidad de respuesta limitada. En estos casos la solución pasa por un cambio meteorológico en la zona afectada.
La llegada de fuertes lluvias permite acabar o frenar este tipo de fuegos de una forma rápida y eficaz cuando son tan agresivos.