Juan Enríquez, de él se trata, luchó durante cada día de su vida con la solidaridad y el esfuerzo como banderas, a partir de que
'mi madre me pasó la cultura del trabajo', reconoce con orgullo un hombre que, pese a un presente mejor, no dejó el barrio, que hoy está urbanizado en un 95 por ciento.Tiene ganas, se le nota. El optimismo está a su lado, es una de sus armas. Quedarse quieto no es parte de su religión. Se entusiasma en la charla y con el idioma gestual intenta que su interlocutor entienda la pasión que siente por trabajar al lado de sus hermanos, de sus vecinos, de sus amigos. No reniega de sus raíces y no se avergüenza de ser villero. 'No me toca la discriminación, porque hay valores y soy villero.
Me crié entre tiros, barro, peligros, lluvia, es que el villero tiene una autodefensa particular, especial. Y sigo viviendo en el barrio, sigo siendo Juan de Villa Palito', afirma Juan (42 años), con una dignidad que se le escapa por los poros. 'Palito era mi mundo, el cine era ver una pelea callejera e ir a la cancha representaba ver los campeonatos del barrio. Era una vida de ilusión. Desde chico me levantaba temprano, porque salía con mi madre, que laburaba en limpieza de casas. Tenía cinco años y a las cinco de la mañana me levantaba para ir al jardín de infantes en capital. Tomábamos el 97 en el barrio', asegura sin dolor.
Nació en Villa Palito en el año 71, el menor de siete hermanos (Ramón, Anselmo -Tito-, Beto, Antonia, Marta y Vilma), todos hijos de Adelaida Enríquez. Nunca permitió que el vocablo villero, cuando era utilizado en forma despectiva, le dañara sus convicciones. Sintió la pobreza en la piel, pero 'pese a las necesidades insatisfechas, siempre lo viví con felicidad, siempre disfruté todo, por caso cuando llovía', recuerda y grafica:
'Por el barro no se podía salir del barrio, llegar al Camino de Cintura era toda una proeza y en invierno, nos calentábamos con carbón o calentadores'. Y si de describir la vida en Palito se trata, Juan Enríquez cuenta: 'En las fiestas hacíamos un pozo en el que poníamos una barra de hielo para tener las bebidas frías ante la imposibilidad de tener una heladera; al barrio le cortaban la luz siempre y así fue que los 15 de una de mis hermanas no hubo luz; cuando llueve nadie tiene idea de lo que pasa dentro de una casilla de una villa. Era tapar todo por las goteras, cerrar las ventanas como se podía. Yo me metía debajo de la mesa porque llovía más adentro que afuera".
"Mi mamá nos tenía prohibido tirar los chicles una vez consumidos. Porque servían para tapar goteras de los techos, que eran de chapa. Todos estos preparativos para evitar que entrara agua a la casa era algo natural, y hoy no reniego porque sé que mis hijos no lo tendrán que vivir'.