La judoca tigrense le sumó la perla más codiciada a su trayectoria: en los JJOO de Rio ganó la medalla de oro en la categoría hasta 48 kilos. Ya tiene un lugar entre los mejores deportistas argentinos de todos los tiempos.

La Peque trepa al podio, la bandera sube hasta lo más alto del estadio, suena el himno. Llora. Llora mucho la primera mujer de la historia argentina en consagrarse campeona olímpica. Llora y se vuelve enorme la Peque. Llora mucho. Y se convierte en leyenda.

En los inicios en el club San Fernando, en aquellos largos viajes desde Tigre hasta La Plata para entrenar, Paula Pareto soñaba con la gloria. De a poco, su sueño se fue convirtiendo en realidad y esa gloria tan anhelada empezó a asomarse en el horizonte. Los Panamericanos de 2007, justamente en Río, le dieron la pauta de que podía. De que estaba bien cerca. Y un año después, en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, le gritó al mundo que se sentía lista, que ya era una judoca de elite, y se trajo la medalla de bronce.

Después llegaron el oro en Guadalajara 2011, la plata en Toronto 2015, en sendos Juegos Panamericanos; el campeonato del mundo el año pasado; el Olimpia de Plata y también el de Oro. Pero le faltaba algo a la Peque, y eso que le faltaba lo fue a buscar a Río de Janeiro.

Dijo que se conformaba con una medalla. Cualquiera. Pero en su fuero íntimo la judoca tigrense apostaba todo al oro. A poder gritarle al mundo que era la mejor. Y vaya si lo logró: campeona del mundo y campeona olímpica.

La doctora Pareto -porque además se hizo tiempo para estudiar y recibirse en medicina- consiguió la frutilla del postre para una carrera increíble, envidiable, merecidísima. La Peque es el mejor ejemplo de que los sueños, con esfuerzo, con amor propio, con ganas, se pueden convertir en realidad.

Es muy tarde y la Peque vuelve a su casa desde La Plata, exhausta después de un día cualquiera de entrenamiento. Vuelve a su lugar en el mundo, vuelve a Tigre y sueña la Peque. Sueña con un podio bien alto, con la bandera, con el himno. Y llora. Llora mucho, con el oro reluciendo en su pecho.