En una nueva muestra de que la zona de conflicto y la zona de distensión son prácticamente dos eufemismos en Siria, el gobierno de Estados Unidos advirtió al de Bashar al Assad que se verá forzado a tomar “medidas firmes y apropiadas” en caso de que las autoridades locales emprendan acciones violentas en el sudoeste sirio, allí donde los gobiernos norteamericano, jordano y ruso establecieron la zona de alto al fuego. La advertencia no es casual: el mandamás sirio quiere avanzar sobre los Altos del Golán, territorio ocupado por Israel desde 1967.
Ayer, un memo de las fuerzas de seguridad e inteligencia de Estados Unidos en la zona advertía que Al Assad planeaba un ataque al suroeste, justo en los límites de la zona de distensión negociada por Rusia, EEUU y Jordania.
Horas después de haber recibido el informe, el Departamento de Estado norteamericano hacía pública la advertencia. “Estados Unidos está preocupado por la información sobre un inminente ataque del régimen de Al Assad en el suroeste de Siria, dentro de los límites de la zona de distensión”, aseguró el reporte de la cancillería, donde también instó al líder sirio a evitar “cualquier acción que amplíe el conflicto o ponga en riesgo el alto al fuego”.
Lo curioso de la advertencia no está en lo que el Departamento de Estado dice, sino en cómo se puede interpretar. El gobierno de Donald Trump no ha puesto mayores trabas a las atrocidades que se cometen en Siria. Antes de ser advertido por el uso de armas químicas, Al Assad ya las había probado una decena de veces sobre su propio pueblo. El comunicado que hizo público la portavoz del secretario de Estado, Mike Pompeo, no es una advertencia por la violación del tratado, sino un llamado a no avanzar más hacia el Sur. Es que a pesar de que sí existen focos oposición al régimen bajo la línea de Damasco, la posición a cuidar en estos días es la de el mejor aliado de los norteamericanos: Israel. El gobierno de Benjamin Netanyahu no piensa cesar los ataques a las posiciones de la república islámica ni parece ceder en la disputa sobre los Altos del Golám. Claro, siempre que cuente con la mediación del gigante americano.
El analista político Ezequiel Kopel escribió hace poco un artículo en el que describe la zona de Siria como un TEG y la analogía no puede ser más atinada. Dentro del conflicto se encuentran una multiplicidad de actores, sociedades y objetivos que hacen que el territorio sirio sea un verdadero tablero político de Medio Oriente. Y el respaldo de Estados Unidos a la cada vez más violenta participación de Israel en el mapa no hace más que aumentar las tensiones.
Aquí es donde se vuelve un verdadero TEG el mapa: Al Assad tolera la lucha contra los resabios de ISIS, el Ejercito Libre Sirio (ELS) y la resistencia kurda con la inestimable colaboración del Kremlin y la República Islámica de Irán. En su contra, fogoneando cada una de las operaciones de los rebeldes y abriéndole las puertas de atrás a Israel, se encuentran Estados Unidos, Arabia Saudita y, aunque desde otro punto que el de estos dos últimos, Turquía.
Para la geopolítica de medio oriente, Siria es una puerta al Mar Mediterraneo y un punto medio en el camino hacia occidente. Irán busca sostener a Al Assad para llevar adelante el “corredor iraní”, un viejo anhelo comercial que uniría a la República Islámica, Iraq y Siria por el Norte hasta el Mediterraneo. La protección del Kremlin es más un “dejar hacer” para no perder su autoridad en la zona. Es que Vladimir Putin fue el verdadero sostén de Siria contra el Estado Islámico, proporcionándole armas y logística, lo que lo presentó como un extraño garante de la paz en la zona. Además, conserva un viejo acuerdo con Teherán para la repartición de recursos y posiciones en el país de Al Assad.
Desde la República Islámica buscan sostener al líder sirio (lo hacen desde los primeros estallidos en 2011) con el fin de seguir ampliando su participación militar en territorio sirio, ahora en asociación con Líbano e Iraq. ¿Cuál es el objetivo? Fortalecer posiciones conjuntas para un futuro conflicto bélico con Israel. De nuevo, la ubicación de Siria es clave en el mapa de Medio Oriente.
Pero, hay dos actores con presentes muy distintos y sociedades eventuales en el conflicto: Turquía y Arabia Saudita. Mientras que el gobierno de Recep Tayyip Erdoğan mantiene interés en el conflicto en Siria para contener la avanzada kurda en el Norte, donde ambos países comparten líneas fronterizas (esta estrategia lo llevó a invadir la ciudad siria de Afrin con 100 vehículos militares); los sauditas, que dieron asilo a los rebeldes opositores al régimen en la llamada Primavera Árabe, conservan contra la cúpula de Al Assad una de las más viejas disputas de Medio Oriente. Aunque los factores políticos y económicos tienen un peso específico en el conflicto entre Teherán y Riad, la vieja disputa entre chiíes y suníes azuza todos los fuegos. Tal es así que en Yemén, en la frontera suroeste con el territorio saudí, se vive una situación bastante similar a la de Siria, donde dos potencias regionales (Irán y Arabia) estimulan a bandos distintos de la guerra civil que desangra al país más austral de la península arábiga.
En conclusión, Siria no pareciera acercarse a la par y cada una de las partes del conflicto colabora en mayor o menor medida para que esta guerra que ya ha dejado 500 mil muertos y más de 5 millones de refugiados no acabe. Por fuera de los dos bandos que se disputan la permanencia de Al Assad en la presidencia (Rusia, Irán y Líbano lo sostienen; EEUU, Arabia Saudí y Turquía lo quieren afuera), detrás se abre un panorama más sombrío: ¿Qué pasará con la región y con las divisiones en el mundo islámico si Israel sostienen su avanzada en el mapa e insiste con seguir ampliando su territorio?