Impulsor en la Argentina de la neurociencia cognitiva, que estudia los procesos del cerebro, el doctor Facundo Manes asegura que la única forma de crecimiento sostenible son las políticas de Estado para desarrollar la educación y el conocimiento.

Desde que era chico, al doctor Facundo Manes lo marcaron fuerte las palabras que su padre, médico rural, les dijo a él y a su hermano: “en la vida hay dos cosas que valen la pena: el conocimiento y el amor. Y eso es así porque ambas provienen de las dos cualidades más nobles que puede tener un ser humano: la inteligencia y la generosidad”.

Eso mismo fue el motor que lo impulsó a tratar de apostar por la educación y la capacitación como arma fundamental en su vida. Eminente neurólogo e impulsor de las neurociencias cognitivas en el país, investigador, docente y autor de varios libros sobre el tema, entre ellos “Usar el Cerebro” y “El Cerebro Argentino”, con miles de ejemplares vendidos, Manes se convirtió en una rara avis al lograr, desde la ciencia, congregar a públicos masivos cada vez que da una charla en alguna ciudad del país, con un lenguaje próximo y comprensible para todo el mundo.

Con 49 años, casado, con dos hijos, Manuela de 12 y Pedro de 10 años, con su corazón repartido entre River, Quilmes y Compañía de Salto, Facundo Manes es creador de INECO, una entidad destinada al estudio y tratamiento del cerebro surgida de aportes propios y de colegas que creyeron en el proyecto, fue rector de la Universidad Favaloro y es un referente en la medicina, que no oculta su admiración por René Favaloro y no deja de generar proyectos, como el de un próximo complejo dedicado a la rehabilitación neurológica.

Entrevista con Facundo Manes C.mp4

Estos son algunos tramos de la charla donde pudimos acceder a detalles de su vida y sus pensamientos sobre la medicina, la ciencia y hasta las cuestiones del país:

-¿Cómo fue tu infancia?

Yo nací en Quilmes, donde mi papá era médico del hospital comunal, pero cuando tenía dos años nos fuimos a vivir con mis padres y mi hermano Gastón a un pequeño pueblo, Arroyo Dulce, y luego a la ciudad de Salto, en la provincia de Buenos Aires, y así crecí en un ámbito muy sencillo y amigable, de pueblo.

-¿Desde cuándo sentiste que te ibas a dedicar a la medicina?

Mi papá era médico rural, y mi casa se convirtió en una clínica, donde mi mamá lo ayudaba en los partos o en lo que fuera necesario. Él era un personaje en el lugar, y crecí viendo los pacientes que venían a casa, las mujeres que eran asistidas para tener sus hijos, y también al cura, a la directora de la escuela y al intendente que venían a pedir ayuda para asistir a alguien que lo necesitaba. En este contexto sin dudas me familiaricé con esa actividad que siempre vi como solidaria y de ayuda concreta a los demás, y eso pesó a la hora de tomar una decisión.

- ¿Es cierto que fuiste protagonista de la fundación del Centro de Estudiantes de tu escuela?

Tanto la primaria como el secundario los hice en la escuela pública, en la José de San Martín, y esto coincidió con la llegada de la democracia. Nuestro Centro de Estudiantes fue uno de los primeros en el país, y yo sentí la necesidad de comprometerme e involucrarme socialmente, por eso planteábamos cuestiones propias de lo estudiantil con posturas relativas a la participación democrática.

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-¿Qué fue lo que más te impactó de aquellos años?

El compañerismo y la posibilidad de construir juntos con quienes pensábamos distinto. Yo aspiro a que vuelva a existir en el país una unidad como la que hubo en 1983 en favor de la democracia, cuando toda la sociedad la ansiaba, y que esta vez con la democracia por suerte ya consolidada apostemos todos juntos por el conocimiento. En aquellos años había una utopía y más allá del liderazgo que tuvo Alfonsín, la sociedad estaba unida más allá de los partidos.

-¿Además de estudiar, también trabajabas?

Si, trabajé en la imprenta Gutemberg, la principal del pueblo, y al iniciar el secundario hice changas de todo tipo, desde lustrar autos hasta ayudar en tareas del campo. Prefería eso a pedirle plata a mi viejo, y esto me hizo valorar lo que es vivir en un pueblo con diferencias sociales, y ser solidarios. Yo aprendí de mi viejo que había que ayudar, él era así, y era feliz.

¿Usted se acuerda de la mano de Dios?

Cuando llegó a Inglaterra, con el objetivo de hacer un doctorado en la Universidad de Cambridge, Facundo Manes tuvo la oportunidad de participar de un Ateneo de Neurología que se realizó en un centro de la especialidad, en una sala amplia, con tribunas y distintos niveles.

En esa ocasión, uno de los principales disertantes era John Hodges, un científico de quien Manes fue discípulo y luego trabó una buena amistad. Pero ese primer encuentro no fue tan cómodo.

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Relata que “Hodges en un momento le pregunta a un paciente inglés con problemas de memoria si se acordaba del Crucero General Belgrano. Todos se mostraron incómodos por la presencia de alguien de Argentina, y el hombre dijo que no se acordaba”.

Comenta que “desafiante, Hodges me miró, y dijo: ¿alguno quiere preguntar?’. Y yo que estaba en el fondo tuve un toque de audacia, levanté la mano y digo:”quiero hacerle una pregunta al paciente.¿Ud se acuerda de la mano de Dios?”. El respondió “Maradona”, y todos se rieron. Ese día creí que me echaban, pero no sucedió y me hice amigo del profesor”.

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Aquel inolvidable encuentro con el papa Francisco

En mayo de 2016, el doctor Facundo Manes estuvo de visita en el Vaticano. Fue en ocasión de la celebración del VI Congreso de Scholas Ocurrentes, y pudo charlar con el Papa Francisco, a quien ya conocía desde unos años antes cuando era arzobispo de Buenos Aires.

Manes dice que “fue otro de esos momentos inolvidables, ya que pude regalarle mi segundo libro, “El Cerebro Argentino”, y hacerle llegar mi preocupación por la necesidad de pensar un país mejor, de tener una visión a largo plazo, de lograr una sociedad basada en el conocimiento”.

Señaló que “es una persona muy cálida y receptiva, y es un honor para nuestro país que ocupe un cargo tan importante”.

Para Manes “el Papa tiene una visión integral y la ciencia del cerebro está yendo hacia eso. Francisco en el fondo debe ser el tipo más feliz del mundo, porque está dando siempre, es una persona despojada, y cuando uno ayuda se activan los sistemas de placer del cerebro”.

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-¿Cómo fueron tus primeros años en Buenos Aires?

En 1987 llegué a Buenos Aires, y siempre digo que ese cambio de Salto a la Capital fue más fuerte que el que tuve cuando años después me fui a Cambridge. Viví solo en un departamento de Flores, y comencé el ciclo básico en la Universidad pública. Fue un cambio muy grande, llegar a la universidad, estudiar química e inglés, que no sabía, pero tenía la convicción de que quería ser científico y médico, para ayudar al prójimo de manera concreta. -Sabemos que uno de tus grandes modelos fue Favaloro.

¿Cómo conociste su historia?

De chicos mi viejo nos hablaba de un héroe, para mí los héroes eran Superman o Batman, y él decía que era un médico que había triunfado en el exterior y logrado muchos avances en medicina, era un prócer, y que había vuelto para hacer su aporte en Argentina. Jamás pensé que años después iba a trabajar en el lugar que él fundó.

-¿Cómo te acercaste al estudio del cerebro?

Al estudiar medicina me enamoré del cerebro. En primer año, cuando estudié esa área, me pregunté: ¿cómo puede ser que en este órgano esté todo: el amor, el odio, los sentimientos, la historia de tu vida? Y sentí que quería profundizar en ese estudio. En ese momento había un profesor, Tomás Mascitti, un neuroanatomista e investigador, muy comprometido con el país, que había sido decano de medicina, investigador, y exiliado interno en la dictadura, y gozaba de un gran respeto intelectual. Él me dijo una vez: "recordá la sabiduría vertical del árbol, que equilibra el follaje con la raíz". Durante la carrera empecé a trabajar con él, como investigador, y lo hice durante los seis años de estudio. Yo iba al laboratorio, me ganaba unos mangos y aprendía mucho de él, porque conjugaba la ciencia y el compromiso social.

-¿Una vez recibido, pudiste dedicarte a lo que te interesaba?

Tuve una posibilidad de irme a Francia, ya que habían trascendido publicaciones que hice en revistas especializadas, pero justo inauguraba el Instituto FLENI, tuve una oferta para trabajar allí como residente y fui de la primera camada del área de neurología.

- ¿Cómo llegaste a Cambridge y cuál fue tu experiencia?

Fue como lograr jugar un mundial. Yo me fui a Estados Unidos sin saber inglés, estuve en Boston e Iowa, y como tenía mucho trabajo en lo científico, aprendía el idioma por las noches viendo TV. A los dos años tuve la suerte de ganar el premio al joven investigador de la Asociación Neuropsiquiátrica Americana. Hice un trabajo sobre aspectos del cerebro que tienen que ver con la emoción. Así, me conecté con otras universidades, y llegué a Cambridge, en Inglaterra. Fue otro shock, ya que era una ciudad casi medieval, allí me crucé en la calle con Hawking, y conocí a César Milstein, y pude charlar mucho con él. Entonces, le pregunté a mi tutor cómo esta ciudad tan chica lideraba las áreas del conocimiento, que hasta Newton había estado. Y él me dijo: "¿sabés qué se necesita?, cuatro paredes y gente brillante adentro". Esa respuesta fue una inspiración para mis emprendimientos futuros.

-¿Cómo fue el retorno al país y la búsqueda de una nueva forma de estudiar la mente?

Volví al FLENI, para ser jefe del área Cognitiva. Yo estudio científicamente los procesos mentales, la memoria, el funcionamiento del cerebro en cuanto a la toma de decisiones, la emoción, la creatividad. En ese entonces en FLENI no había recursos humanos en el área. Sentí que lo principal era el capital humano. Entonces busqué reunir a jóvenes brillantes en las distintas áreas de investigación, desde psicólogos y físicos hasta biólogos y psiquiatras, y fuimos distribuyendo tareas para conectarnos con distintos centros científicos del mundo e intercambiar criterios. Así, logramos algo que no había: un estudio científico de la mente.

-¿Cómo fue la decisión de crear INECO?

El FLENI es un muy buen instituto, pero yo quería hacer algo más desafiante, algo así como el Instituto Di Tella de la neurociencia cognitiva, y no podía con las dos cosas. Así, renuncié en 2005, y todos me decían que estaba loco. Entonces, mi hermano, que es abogado, me preguntó qué precisaba para fundarlo, y le dije que cuatro paredes. Él me ayudó a conseguir el lugar, un edificio en Palermo, y ahí nació INECO, el Instituto de Neurología Cognitiva, llamé a médicos que trabajaban de manera individual y decidimos armar un ambiente interdisciplinario. Y les aclaré que si bien ganarían por su trabajo, parte deberían aportarla para investigación, y nadie dijo que no.

-¿Hubo algún tipo de apoyo estatal para esta iniciativa?

Yo fui a hablar al CONICET, les pedí apoyo, pero al principio no había presupuesto en este campo, ya que era un área nueva. Entonces, pusimos plata entre todos, y comenzamos con las tareas, desde la atención a pacientes hasta la investigación. De algún modo instalamos la idea de que primero hay que invertir en ciencia y luego desarrollarla. Sin embargo, aún hoy se discute en Argentina el valor de la ciencia básica. Por suerte, un tiempo después tanto el CONICET como el Ministerio de Ciencia y Tecnología se unieron con la Fundación Favaloro e INECO generando la necesidad de una política pública para que la neurociencia cognitiva sea una prioridad.

-Además, poco después fuiste rector de la Universidad Favaloro.

Sí, hace cuatro años las autoridades de la Fundación Favaloro me propusieron para ser rector por este período que concluyó en marzo de este año, y más allá de mis diversas responsabilidades, creí que debía colaborar en lo que fuese necesario. Además fue un inmenso honor poder aportar mi granito de arena para el legado de unos de los argentinos fundamentales del Siglo XX.

-¿Para un científico es importante la forma de transmitir las cosas, ya que en tu caso te convertiste en un comunicador masivo que llena estadios?

Estoy convencido de que los científicos tenemos que, además de investigar, comunicar a la sociedad los avances en nuestras áreas. Yo siempre pensé sobre la importancia de que esta área de la ciencia la conozcan no sólo los médicos sino todo el mundo, por eso escribí 'Usar el Cerebro', un libro que me permitió recorrer el país, ya lo hice cinco veces, y tengo miles de invitaciones pendientes para viajar. La gente se interesa no por mí sino por el tema y porque sienten que apostar al conocimiento es fundamental.

-¿Cómo es tu contacto con la política y tu interés en participar?

Mis padres eran radicales, y por muchos compañeros y los padres de mis amigos también tuve contacto con las ideas peronistas. De todos modos, me enamoré del mensaje de Alfonsín cuando llegó a la presidencia, y con la idea de unión nacional. En la facultad de Medicina tuve muchos amigos que participaban en el Centro de Estudiantes, y preferí capacitarme y estudiar para avanzar en ese aspecto. Igual, uno siente que no es feliz del todo si no hay felicidad colectiva.

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