Las elecciones dejaron una sensación de conformismo. La levantada oficialista bonaerense auspiciada por intendentes maquilló el resultado y aventó los peores temores.

Después de la sorpresiva derrota en las PASO, el Frente de Todos apeló a los servicios del consultor catalán Antoni Gutiérrez Rubí, cuya primera acción publicitaria fue la campaña del "sí". Paradoja si las hay, la primera reacción posterior a las elecciones definitivas fue el "no": "No perdimos", fue la consigna enarbolada por el oficialismo la misma noche del 14 de noviembre.

Sin necesidad de que ningún consultor les diera instrucciones, desde el oficialismo salieron a celebrar, ya no lo que a todas luces había sido una derrota estruendosa, sino que el desastre tan temido no se hubiera consumado. A la luz de los resultados, hablaban solo de la provincia de Buenos Aires, donde llegaron a temer una derrota por 8 puntos, aunque 5 hubiese sido igual un número lapidario.

Para analizar bien las cosas hay que verlas en perspectiva. En la previa de las PASO en el oficialismo admitían que una victoria por menos de 5 puntos en la provincia de Buenos Aires sería vista casi como un traspié. Desde Juntos reconocían exactamente lo contrario: firmaban perder por no más de 5 puntos. Conforme algunas encuestas comenzaron a darles números adversos, el gobernador Kicillof se atajó con aquello de que las elecciones se ganan por un voto. Por eso cuando algunas bocas de urna anticiparon el 12 de septiembre una victoria del Frente de Todos holgada, en el búnker oficialista lo celebraron como un desahogo luego de tantos traspiés en la campaña. Y festejaron antes de tiempo, bueno es recordarlo.

Ya se sabe cómo terminó esa historia, que viene a cuento para entender la reacción del domingo pasado; cuando cerca de las 21 Wado de Pedro salió a anunciar que el escrutinio avanzaba velozmente, ya el alma les había vuelto al cuerpo y el festejo fue una reacción espontánea.

La prueba fueron los mensajes del Presidente. El primero, grabado cuando se descontaba una derrota de dimensiones insospechadas; el segundo, cuando la remontada era un hecho que los llevaría a hablar de "empate técnico". Ese segundo discurso estuvo imbuido de tal realismo mágico que lo cerró proclamando una victoria irreal.

Al revés pasó en los búnkers de JxC de la Provincia y CABA. Las PASO los habían ilusionado en demasía, sobre todo en la provincia de Buenos Aires; en la Ciudad las buenas performances de los terceros en discordia les comían bancas. Aunque nunca pensaron llegar a 9, lo que les hubiera permitido llevar a Claudia Pitta al Congreso, 8 escaños era la cifra que venían alcanzando en las últimas dos elecciones, y el número razonable para el que debían estirarse hasta 50 puntos. No pudo ser, por eso las caras largas en Costa Salguero.

Si bien estaba acordado no exteriorizar un festejo desmedido que consideraban impropio en tiempos de post pandemia, los sectores más duros y los radicales que llegaron al búnker porteño con la intención de nacionalizar la victoria se molestaron por el "porteñocentrismo" de sus anfitriones. Es una vieja factura que seguirán pasando hasta 2023. No era para menos: la victoria arrolladora de Juntos por el Cambio pudo no haber tenido su frutilla bonaerense, pero ciertamente fue victoria al fin en el principal distrito del país, ante un peronismo unido. Para graficar el impacto de la misma, datos mata relato: más de 8 puntos de ventaja en todo el país; victoria holgada en 9 de los 10 principales centros urbanos; ¿hablamos de Provincia? Triunfo de JxC en 109 de los 135 municipios.

Cuando Raúl Alfonsín venció al peronismo en la vuelta a la democracia, el PJ se había impuesto en 12 provincias y el radicalismo en solo 7. El domingo pasado Juntos por el Cambio ganó en 13 distritos y el peronismo unido en solo 8.

Aunque la decisión espontánea en el Frente de Todos haya sido bajar la consigna de que "ganaron perdiendo", sus dirigentes admiten en privado que fue una derrota estruendosa, aunque rechacen el término "paliza". Algunos librepensadores se animan a romper el molde, y así como tras las PASO Ariel Sujarchuk exteriorizó fuertes críticas hacia adentro, otro intendente, el camporista Paco Durañona publicó en su cuenta de Twitter un mapa bonaerense mayoritariamente amarillo, y la siguiente sentencia: "Este es el dato. ¿Somos un Movimiento Nacional o un partido del AMBA?".

Con todo, propios y ajenos reconocen -a flor de piel o muy en el fondo- que como venían las cosas, el resultado terminó siendo por lo menos "benigno". Porque ese conformismo que le brindó al oficialismo la remontada bonaerense evitó la debacle que muchos presagiaban por si el cachetazo era de nocaut. ¿Qué estabilidad podría haber llegado a tener Alberto Fernández ante una derrota aplastante? El fantasma de De la Rúa hubiera sido enarbolado más temprano que tarde y cuanto mucho en diciembre hubiera aflorado la suma de todos los miedos.

De hecho, la movilización del miércoles que el Presidente presentó como el festejo de un triunfo que no fue había sido organizada en los días previos precisamente para sostener a Fernández ante una derrota tal que lo dejara muy debilitado. Así fue que Máximo Kirchner le pidió la noche del domingo bajar la marcha, a lo que el Presidente se negó.

En el propio Juntos por el Cambio reconocen que una crisis de gobernabilidad no hubiera sido negocio para nadie y esperan que haber visto "el otro lado" obligue al oficialismo a "obrar con mayor responsabilidad" que la hasta ahora expuesta. De modo tal que deban desactivar las bombas ellos mismos, pues estallarán sino en los próximos dos años.

El acuerdo con el Fondo Monetario, que pudo haberse cerrado sin problemas hace exactamente un año y hoy es mucho más complejo, se firmará pues no hay alternativa sino. Los mismos que cerraron las puertas a un reacomodamiento de tarifas el año pasado, trabajan aceleradamente para implementar un "reajuste inteligente" para el mes de abril del año que viene. Ambas cosas tienen el aval de la vicepresidenta, aseguran quienes hablan de un "repliegue táctico" de Cristina, que dejará hacer a Alberto Fernández y su ministro Martín Guzmán, quienes por otra parte deberán pagar los costos.

La principal oposición debe asimilar la victoria. En su seno hay también quienes vieron con cierta simpatía que el triunfo bonaerense haya sido exiguo; de lo contrario el día después Diego Santilli hubiera sido automáticamente consagrado candidato a gobernador. En el mismo sentido, victorias holgadas en CABA y PBA ya hubieran potenciando a Horacio Rodríguez Larreta para la presidencia. Hoy son varios los que pasan facturas por las candidaturas que el jefe de Gobierno auspició. Desde el entorno de Larreta insisten en que fue la jugada adecuada: si María Eugenia Vidal era candidata bonaerense la campaña hubiera girado en torno a su gestión, y no habría sido Vidal vs. Tolosa Paz, sino contra Kicillof.

Los duros sostienen que con Patricia Bullrich como candidata porteña el fenómeno Milei hubiera sido mucho más acotado. Pero nadie puede reprocharle al jefe de Gobierno elegir al candidato de su propio distrito, y quizá su propia sucesión. La presidenta del PRO tampoco debe sentirse afligida: no ser candidata le permitió recorrer el país, potenciar su figura y hasta adjudicarse parte de la estrategia que devino en la pérdida por parte del oficialismo de su mayoría en el Senado.

Ese fue precisamente otro de los mayores impactos de estas elecciones: el oficialismo perdió en 6 de las 8 provincias donde se elegían senadores y eso provocó lo impensado: un derrumbe en el número de miembros del bloque que conduce José Mayans, de 41 a 35. Con todo, no es que el oficialismo vaya a perder el dominio de esa Cámara ya: tiene dos aliados que hasta ahora siempre le han garantizado su presencia y voto, con lo que mientras no hayan ausencias, el Frente de Todos tiene garantizado seguir aprobando cuanto necesite por mayoría simple.

En Diputados, en cambio, las cosas no se han modificado mayormente: el Frente de Todos tendrá un miembro menos que los actuales y la principal oposición uno más. Nada que mueva el amperímetro, pero sí se le hará más complicado al oficialismo sesionar. Pues dependerá, como siempre siendo minoría, de los bloques del medio, esos que no son ni Frente de Todos ni Juntos por el Cambio. Hablamos de 23 voluntades, de las que necesita sí o sí contar con al menos 11 para abrir cada sesión, y 12 para aprobar las leyes (el presidente de la Cámara no vota, salvo desempate). De esos 23, hay 4 de la izquierda, que nunca se alinean con ningún oficialismo y 4 o 5 libertarios con los que no podrá contar el FdT (el escrutinio definitivo dirá si José Luis Espert mete 3 diputados o esa banca va para Florencio Randazzo, lo más probable). O sea que de los 13 o 14 diputados restantes, Sergio Massa y Máximo Kirchner deberán asegurarse para cada sesión 11 o 12 voluntades. Una misión casi imposible.

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