Para juzgar a un gobierno siempre se deben tener en cuenta al menos cinco factores: 1) el contexto histórico, local e internacional, 2) los márgenes de maniobra de todo tipo, 3) las expectativas que tenía la opinión pública, 4) la agenda predominante y 5) la manera en que llegó al poder.

Esperar mucho del primer año del gobierno de Alberto era ilusorio por los componentes de los cinco factores aludidos:

  • llegó a una Argentina golpeada por los resultados económicos del gobierno de Macri y en una América Latina con crisis sociales y políticas que ya no disfrutaba del boom de los commodities; además las condiciones internacionales tampoco eran las más propicias;
  • en ese marco, las herramientas de política económica eran muy limitadas;
  • la opinión pública apostaba por un nuevo cambio de signo político 4 años después de haber cifrado esperanzas en Cambiemos;
  • la agenda era la de iniciar un camino de crecimiento persistente en un país con PBI estancado hace varios años, debiendo hacer frente una vez más al estrangulamiento del frente externo; y
  • su llegada es fruto de un experimento político sin precedentes en un país hiper presidencialista: la lapicera y el poder real no están en un mismo lugar.

Con todo eso a la vista, ser optimista era un ejercicio digno de un manual de autoayuda. Precisamente por esto la sociedad no se hacía grandes ilusiones tampoco: comprendía que no solo recibía una herencia complicada, sino que además no tendría el viento de cola de Néstor y Cristina. Demasiado para un presidente sin liderazgo propio.

Frente a semejante desafío hacía falta un equilibrista, un personaje con un fino sentido de las compensaciones navegando en una coalición variopinta, que sirviera de denominador común, de argamasa de los distintos componentes. Todo lo hasta acá dicho no contemplaba que, además, iba a tener que enfrentar la peor crisis mundial en 90 años, sanitaria y económica.

El balance cuantitativo es impiadoso: la mega recesión, la hiper pobreza y el desequilibrio del sector externo, por un lado, y los indicadores de regulares a malos de la pandemia, por el otro. Con este panorama cualquiera estaría pensando en una derrota electoral en el año próximo y en una coalición que se desarmaría rápidamente, como le pasó a De la Rúa cuando fue por el camino del ajuste con López Murphy y Cavallo. Pero, el peronismo en el poder tiene algún hándicap.

Sin embargo, existen algunos aspectos cualitativos que no son muy positivos, pero amortiguan lo cuantitativo impiadoso. En primer lugar, aunque sin efectos favorables aún, la actual administración cerró la negociación más complicada con el frente externo, y ahora va camino de acordar con el FMI, con todo lo que eso implica en materia de ajuste. Popularmente se diría: algo es algo.

En segundo lugar, con todo el viento en contra hasta acá, la Argentina no explotó. Más allá de algunos desbordes puntuales –las tomas de tierras- no hubo saqueos ni violencia social descontrolada. La enorme ayuda social implementada en los 3 niveles de gobierno contuvo lo que parecía ser el fin del mundo.

En tercer lugar, pudiese haber algún viento de cola mundial y regional en 2021 que ayude a sacar la cabeza de debajo del agua. China termina el año siendo el único país que creció; EE.UU. vuelve a crecer y mantendrá tasas bajas por bastante tiempo; eso impulsará los precios de los commodities de exportación; Brasil viene en franca recuperación.

Last but not least, la praxis política está en déficit y es en realidad el principal desafío de Alberto: “la cuestión Cristina”. Todas las grandes crisis desde 1983 se resolvieron en un marco donde la política estaba alineada, cosa que hoy no sucede. Por eso cualquier error económico multiplica su efecto negativo, dado que el nivel de riesgo político es más alto de lo que habitualmente sucede. Entonces, el éxito económico debería ser lo suficientemente grande para relativizar la cuestión Cristina.

Alberto termina el primer cuarto con un equilibrio entre la aprobación y la desaprobación en la ciudadanía, y habiendo frenado la caída sistemática de imagen en noviembre. Premio excesivo para un annus horribilis? Puede ser. Macri no estaba mejor al finalizar su primer año.

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