La ira es un enojo que puede variar de intensidad, desde una irritación hasta una furia muy aguda. Muchas veces, luego de estallidos intensos, nos preguntamos cómo pudimos haber dicho esa frase tan hiriente o haber tenido la intención de pegar.
La ira puede ser destructiva y peligrosa. De hecho son incidentes de agresividad, estados de cólera intensos y una emoción normal que habría que aprender a encauzar para que no se vuelva peligrosa.

De la misma manera que cualquier otra emoción, la ira tiene una repercusión física, cuando una persona está muy enojada se acelera su ritmo cardíaco, aumenta la presión arterial y suben los niveles de la adrenalina.

Desde el punto de vista de la naturaleza podemos decir que la ira es una respuesta instintiva ante algo que percibimos como una amenaza. Que provoca comportamientos en general agresivos que nos permiten luchar y defendernos cuando somos atacados. Por lo tanto, podemos pensar y entender que cierta cantidad de ira es necesaria para la supervivencia, ya que las normas sociales, las leyes, el medio en que vivimos y el sentido común ponen frenos y límites al desarrollo de nuestra ira.

Cruzar los límites
Cuando la ira pasa los límites de "sentimiento necesario para la supervivencia", debemos preocuparnos. Admitir su existencia es muy importante para poder encauzarla, no se trata de reprimir ningún sentimiento, sino de darle un cauce para que no implique otras consecuencias. Está muy bien expresar los enojos, pero a veces un enojo se convierte en una situación muy violenta e injusta. La ira descontrolada puede tener consecuencias emocionales y físicos a largo plazo.

Frente a la ira, podemos tener tres tipos de actitudes: la expresamos, la reprimimos o la controlamos y transformamos. Expresarla significa exteriorizarla con alguna acción, desde gritos hasta golpes. Lamentablemente cuando decidimos exteriorizarla, la fortalecemos y esto no es bueno ni para nosotros ni para quienes nos rodean. Si la reprimimos, no la eliminamos, con lo cual corremos el riesgo de acumular enojos y que las consecuencias sean peores. Esto puede tener consecuencias físicas para nosotros, podemos enfermarnos y también puede resultar en un estallido muy violento y lastimar también a los demás.

Manejar la ira significa reducir el sentimiento incontrolable. Muchas veces nos es imposible terminar con los motivos que provocan nuestra ira personas o situaciones inevitables, pero podemos controlar nuestras reacciones. Todas las personas deberíamos aprender a controlar la ira, para vivir en armonía y tranquilidad junto con las personas que nos rodean.

El estrés ataca Si cuando suceden situaciones estresantes en el trabajo solemos trasladar el enojo a otros ámbitos de la vida como la familia o amigos, no estamos teniendo un control de la ira.

Un carácter descontrolado nos traerá más problemas, hacer un esfuerzo y dejar de lado las excusas "soy así".

Ver si hay un patrón para que aparezca la ira.

Buscar una alternativa a la interpretación que hicimos de los hechos. A veces vemos peores a las situaciones de lo que en realidad son.

Detenerse un momento. Respirar profundo. Prestar atención a la respiración, no hacerlo de manera automática.

Contar hasta 10 antes de dar cauce a un estallido de ira.

Pensar cuando estemos más calmos para luego actuar.

Expresar las enojos de un modo asertivo, no agresivo sino de manera respetuosa, es la manera más sana.

Expresar el enojo tan pronto cuando se sienta el malestar. Así se evitará la acumulación y suma de enojos.


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