Paula:
¿Por qué no recordamos los primeros años de nuestra vida?
Muchas gracias, Paula, por el interés. La ciencia todavía se pregunta cómo es que no recordamos nada de lo que vivimos en los primeros años. A este fenómeno se lo conoce como “amnesia infantil”. Y se han formulado diferentes respuestas para explicarlo. Hoy sabemos que los bebés son capaces de procesar memorias de largo plazo e incluso de recordar sonidos que escucharon mientras se encontraban en el vientre de sus madres. Esto significa que desde una edad temprana el sistema cerebral que mantiene la memoria de las experiencias funciona correctamente.
Una de las teorías más difundidas explica que este olvido está relacionado con el rápido crecimiento neural que se produce durante esta etapa de desarrollo de estructuras cerebrales. Se considera que las nuevas neuronas interrumpen la formación o el refuerzo de recuerdos aislados. Luego, cuando se enlentece el crecimiento, recién se hace posible la fijación de las nuevas experiencias vividas. Otra explicación sobre la amnesia infantil considera que la adquisición del lenguaje estaría relacionada con este olvido porque el lenguaje da lugar a una nueva manera de organizar y entender el mundo. También se lo vincula con la capacidad de relatar los recuerdos. Los niños pequeños necesitan una gran estimulación para poder describir eventos, a diferencia de los niños mayores y los adultos. Esta memoria narrativa nos permite rememorar recuerdos importantes y retenerlos por más tiempo. Entonces, al no disponer de esta capacidad, las memorias que no son recordadas se van haciendo inaccesibles y son olvidadas.
Adriana:
Doctor, ¿cómo se puede cuidar la memoria?
Muchas gracias, Adriana, por la pregunta. Como suelo decir cuando me preguntan sobre cómo proteger nuestro cerebro en general, lo mejor para esto es mantener la mente activa. Nuestro cerebro puede hacerle frente al deterioro de funciones intelectuales si es “entrenado”. Para eso es importante desarrollar actividades que suponen desafíos, que son novedosas. Las actividades que forman parte de nuestra rutina no desafían nuestro cerebro. Podemos exigirlo al aprender un idioma o a tocar un instrumento, por ejemplo. Por todo eso, tener hobbies e intereses diversos es clave.